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Un nuevo y un viejo gigante

BUENOS AIRES -- Y hubo un día en el que Holanda se terminó de hacer grande. Lo que comenzó con aquel equipo revolucionario en Alemania 1974 culminó en una fría noche sudafricana, el 2 de julio de 2010, tras décadas de derrotas inexplicables.

A partir de este día ya nadie mirará con desconfianza a los Seleccionados naranja que alcancen las etapas decisivas de los torneos internacionales. Ya nadie creerá que tiene el partido ganado ante un equipo que juega lindo pero no da la talla en las situaciones límite. Ya nadie sentirá que Holanda siempre brilla ante los débiles y sufre contra los grandes.

Las imágenes de Johann Cruyff, Rep o Rensenbrink ahora convivirán con las de Sneijder, Kuyt y Robben en la memoria colectiva holandesa. Estos serán los nuevos héroes de los Países Bajos, los hombres que volvieron a levantar la bandera holandesa, pero de un manera muy distinta a aquellos inventores del fútbol total. Esta vez las razones tienen que ver con el corazón, con la actitud y no con la belleza futbolera.

En Puerto Elizabeth se vio una de las sorpresas más resonantes de los últimos tiempos. Brasil, que sólo había perdido dos partidos mundialistas fuera de Europa -el último hace sesenta años-, se enfrentaba a un combinado que sólo tres veces alcanzó las semifinales y cosechó seis derrotas en la fase de eliminación directa. El favorito era claro, pero el fútbol volvió a dar una muestra de su poder y se rió de los pronósticos.

El Scratch jugó de manera excelente en el primer tiempo y se puso al frente con un golazo de Robinho. De la mano de Maicon, Dani Alves y Kaká, la Verdeamarelha mereció marcar algún gol más y no bajó su nivel con respecto a la gran victoria sobre Chile en octavos de final. Pero en el complemento algo cambió y Holanda se vistió de equipo aguerrido y heroico por primera vez en su historia.

El increíble error del hasta ahora invencible Julio Cesar abrió el camino de un resultado milagroso para la Naranja. Tras esa equivocación, Brasil se cayó a pedazos y le cedió la iniciativa a un equipo que se mostró tan sorprendido como su adversario por el cambio en el trámite del juego. Pese a los antecedentes negativos, el cuadro europeo atendió la llamada y dio vuelta el marcador.

Después, aguantó los inevitables intentos de un gigante herido de muerte. Brasil dejó de ser Brasil después de los goles holandeses y se descontroló como nunca. Gracias a esto, el conjunto dirigido por Bert Van Marwijk se se metió en la cuarta semifinal de su historia por la puerta grande.

Holanda cambió para siempre y ahora va por el sueño postergado, por el objetivo que tantas veces estuvo cerca. El primer paso ya está dado. Este Seleccionado tiene la actitud y la fibra de un campeón.

EN EL LUGAR MERECIDO
El final del tiempo suplementario disputado en Soccer City fue a la medida de la historia del fútbol uruguayo. En la última jugada del duelo de cuartos de final, Luis Suárez atajó un centro como si fuera Muslera y se fue expulsado. Ghana tenía la oportunidad de convertirse en el primer africano en semis de un Mundial, pero Gyan, el infalible Gyan, envió su penal a las nubes y le dio vida a la Celeste.

En la definición por penales se consumó la hazaña más grande del modernismo para Uruguay, una Selección que hace años estaba en la ruina, sin expectativas y en estado de coma. En Johannesburgo el fútbol uruguayo resucitó para siempre, gracias a la garra de siempre y a un guiño del destino.

Como en 1930, 1950, 1954 y 1970, la Celeste se clasificó para las semis. Aunque esta vez tiene un significado diferente a aquellas hazañas. Tiene el valor de los objetivos casi inalcanzables, de las llamadas utopías. Nadie esperaba a este invitado en el cierre de la Copa del Mundo, pero está aquí. Y lo acompaña la historia más gloriosa del planeta.

Si el cierre del partido fue extraordinario, con Suárez emulando al Mario Kempes de 1978, el último penal le dio el final adecuado a esta noche que quedará en el recuerdo de todos los lationoamericanos. Sebastián Abreu picó su penal como lo hizo Zinedine Zidane hace cuatro años y desató la locura total.

Uruguay está entre los cuatro mejores del mundo. Le ganó a un equipo sólido, prolijo y joven como Ghana, la mejor Selección africana de los últimos años que tendrá su revancha en Brasil 2014. Pero hoy el protagonista es uno solo: el viejo y querido fútbol charrúa.