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Sombra y luz. De la copa de cobre al torneo de la esperanza

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Picante: ¿Vega está antes para Europa que Córdova? (2:17)

Analizamos el nivel de los dos jugadores mexicanos (2:17)

En la Copa Oro, el equipo mexicano perdió la final ante Estados Unidos y días después, en los Olímpicos, el Tri cayó ante Brasil y se quedó sin posibilidad de disputar la medalla de oro

En menos de 48 horas, el fútbol mexicano sufrió dos derrotas dolorosas. La primera de ellas, en la final de la Copa Oro ante los Estados Unidos. La segunda, en la antesala de la gran final del torneo de fútbol asociación de los Juegos Olímpicos de Tokio. La afición mexicana se quedó con las ganas de festejar la que quizá hubiera sido la semana más exitosa en la historia de las selecciones aztecas.

En Las Vegas, como en su momento lo dije, la mesa estaba puesta para consumar la venganza del tricolor sobre el equipo de las barras y las estrellas luego del triunfo de los chicos de Gregg Berhalter sobre los dirigidos por el “Tata” Martino en la Final de la Nations League. Para mí, el único resultado lógico era conquistar, sí o sí, la Copa Oro número nueve para el equipo mexicano. Y lo dije en su momento, el desdén exhibido por el técnico estadounidense al excluir de la plantilla a los jugadores más experimentados y de mayor renombre para afrontar el máximo evento de naciones de la CONCACAF, le confería en automático la etiqueta de gran favorito a sus vecinos al sur del río Bravo.

Pero eso no sucedió. Me decepcionó tremendamente la incapacidad de la escuadra mexicana para generar buen fútbol a lo largo del torneo. En ningún momento pude percibir un equipo que entendiera primero y trasmitiera después, una clara filosofía de juego. La incapacidad de marcarle gol a los trinitarios en su partido inaugural, la imposibilidad de contar con el “Chucky” Lozano para el resto del certamen, así como el inestable y/o bajo nivel futbolístico de varios jugadores como Carlos Salcedo, Héctor Moreno, Edson Álvarez, Erick Gutiérrez, Alan Pulido y hasta por momentos de otros consagrados como “Tecatito” Corona y Héctor Herrera, fueron aspectos que me hicieron ver que las cosas no estaban fluyendo correctamente en el Tricolor, pero tampoco creí que la final ante Estados Unidos iba a convertirse en un auténtico galimatías y mucho menos contemplé un resultado como el que se dio.

El partido del domingo pasado no tuvo nada que ver con el celebrado 8 semanas atrás en Denver, Colorado. Para dirimir la Nations League los mexicanos ejercieron su superioridad en todo momento, aunque tuvieron sendas fallas defensivas que terminaron por condenarlo, incluido un penal fallado. En cambio, para determinar al campeón de la zona, los arqueros Matt Turner y Alfredo Talavera fueron las grandes figuras de un partido plagado de errores en zona de definición y en donde la Diosa Fortuna le sonrió en al menos un par de ocasiones a los de negro y rosa por los increíbles yerros de Paul Arriola y Gyasi Zardes. Todo se consumó por otro grave error de la zaga y una pésima salida del arquero de Pumas en el cabezazo de Miles Robinson.

Perder dos finales consecutivas ante los Estados Unidos es un rotundo fracaso para el proyecto de Martino. Y duele más cuando se cae ante una selección conformada mayoritariamente por jugadores que militan en la MLS, una liga que casi siempre es sometida por su contraparte mexicana cuando de clubes se trata. La lección no fue aprendida en su momento y se pagó caro. En cambio, la decisión de los estadounidenses de jugarse esta Copa con su equipo B o hasta C, le salió a la perfección, aunque tampoco puedo decir que son unos campeones brillantes, pues sus actuaciones no fueron extraordinarias y su desempeño por momentos fue deficiente.

Vamos ahora con la otra cara de la moneda en el Tri. Con ese lado que sigue brillando, aunque ese reflejo tristemente ya no provendrá del oro como era el deseado por la afición. La selección olímpica de México, la que ha demandado sendos desvelos o desmañanadas para poder verla en vivo, nos ha regalado desde Japón un torneo al ya que le podemos llamar como el de “La Esperanza”. De manera simultánea con sus “hermanos mayores”, los chicos del entrenador Jaime Lozano Espín han emprendido una aventura en la que también el prestigio del balompié mexicano está en juego. Pero a diferencia de los que sucumbieron en el estado de Nevada, estos jugadores, que por cierto sí lucieron los colores de la bandera nacional en sus prendas de juego, demostraron que su generación está en vías de tomar la estafeta generacional que le corresponde. Por eso lo he llamado de “La Esperanza”.

Con un fútbol desprovisto de traumas, miedos e inseguridades, los olímpicos mexicanos se quedaron a once pasos de disputar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio, aunque todavía tienen la oportunidad de colgarse la presea de bronce. Este equipo, que por dicha razón aun puede adjudicarse la etiqueta de histórico, inició su camino en tierras niponas goleando a Francia en su presentación, regalándonos la mejor de las expectativas. Luego vino una derrota ante los anfitriones japoneses que sirvió para mantener los pies sobre la tierra. Con la consigna de ganar para obtener su boleto a la siguiente fase, volvió a mostrar su carácter ofensivo y liquidó fácilmente a Sudáfrica.

Ante Corea del Sur, el rival que tocó enfrentar en Cuartos de final vimos, sin temor a equivocarme, el mejor partido jugado por una selección mexicana desde aquel triunfo en Torreón ante Alemania, en la semifinal del Mundial Sub-17. Sólida, compacta, segura de sí misma, sin amedrentarse ante un rival que tocaba mejor y más rápido el balón, la oncena azteca respondió sin regateos a la dura prueba surcoreana con una magnífica exhibición de Guillermo Ochoa, Sebastián Córdova, Henry Martin y Alexis Vega, sin de dejar de mencionar el aporte de Diego Lainez y Eduardo Aguirre. ¡Qué emocionante fue ver a México con esas virtudes futbolísticas llevadas a un altísimo nivel!

No puedo evitar sentir frustración por hacer caído en penales ante Brasil, el vigente campeón olímpico, sobre todo porque el equipo volvió a mostrar personalidad y carácter, virtudes que brillaron por su ausencia en el que dirigió Gerardo Martino en la “Copa de Cobre”. Sin embargo, el trago amargo que nos regalaron éstos últimos, ha sido redimido por una escuadra que todavía nos puede regalar una satisfacción en forma de medalla en una semana que pudo ser de ensueño para toda la afición al fútbol de México.