Fútbol Americano
Jordi Blanco, Corresponsal en Barcelona 3y

Maradona jugó su último partido en el Camp Nou, sin que el Barcelona sospechara su 'huida"

BARCELONA -- Las despedidas largas duelen, pero van tomando forma con el paso de los días, adivinándose el final. Las abruptas, las inesperadas, se clavan en el corazón de manera durísima y aunque a la larga tanto las unas como las otras acaban por ser aceptadas, el primer momento no se encaja de la misma manera. Bernd Schuster, Michael Ladrup o Ronaldinho (en diferentes circunstancias) se fueron despidiendo del Barcelona durante unos meses; Neymar, Figo o Ronaldo fueron lo contrario. Y Maradona, entre los unos y los otros, significó la mezcla de todo ello.

El 22 de abril de 1984, Diego Armando Maradona jugó su último partido como azulgrana en el Camp Nou. Fue con ocasión de un derbi frente al Espanyol, un derbi de los de antes, en los que el resultado no se daba por supuesto con la misma soltura que hoy en día y en el que la pasión de la grada y el césped dibujaba una rivalidad por muchos añorada.

Se jugaba la penúltima jornada de la Liga y el Barça, que venía de enlazar cuatro victorias consecutivas, aún se agarraba al milagro de superar a Athletic de Bilbao y Real Madrid, que le precedían con un punto de ventaja en la clasificación. Para el Espanyol, séptimo en la clasificación y sin más motivación que volver a arruinar las esperanzas azulgranas como había hecho dos años antes (un 1-3 que derrumbó al equipo de Lattek), el partido no tenía trascendencia... Pero un derbi era un derbi. Había que jugarlo, pelearlo y afrontarlo como merecía.

Maradona ya barruntaba por aquel entonces una huída del Barça. No era de dominio público pero sí se sospechaba que sus relaciones rotas con el presidente Núñez no eran la mejor noticia para una afición entregada, a pesar de todo, a su ídolo. Roto por Goiko, destrozado por la hepatitis y sin haber dejado más que detalles monumentales de su calidad, Diego era en el Camp Nou un Rey sin corona porque no la necesitaba y que disfrutaba del favor indiscutible de la hinchada, que le idolatraba sin disimulo.

Y que ni podía imaginar que al cabo de dos meses y ocho días Diego dejaría de ser suyo para jugar en un Napoli que, en aquel momento, no era nadie en el concierto futbolístico europeo. Quizá por ello, aquel cálido domingo llenó el Camp Nou solo pendiente del derbi, de su Diego... Y de los partidos que al mismo tiempo jugaban el Real Madrid en el Bernabéu frente al Real Valladolid y el Athletic en Mestalla contra el Valencia.

No hubo milagro por cuanto venció el Madrid por 2-1 y también lo hizo por 1-2, por lo que el 5-2 del Camp Nou apenas fue una despedida agridulce de la temporada liguera... Pero con sus cosas especiales.

Las que protagonizó Diego en el campo, por supuesto, siendo durante 40 minutos la estrella indiscutible del derbi y siendo expulsado, como colofón y despedida, por revolverse con el periquito Miguel Ángel y protestar a un árbitro, Pes Pérez, que pasó a la posteridad por ser el último en expulsar a Maradona en España.

Dos semanas después, el 5 de mayo, el Pelusa jugó su último partido oficial con el Barça en la recordada final de la Copa del Rey que el equipo azulgrana perdió en el Bernabéu frente al Athletic y que desembocó en una auténtica batalla campal entre los jugadores al finalizar el encuentro, con él, harto de las patadas sufridas durante los 90 minutos, como protagonista destacado.

Para entonces, en mayo, el Napoli había comenzado su estrategia para sacarlo del Barça. Y al cabo de las semanas lo que no podía ser acabó siendo. Maradona acabó por irse del Barça dejando un halo de tristeza e incredulidad entre los aficionados de un club que no podían atender a esa realidad...

El tiempo, dicen, cura las heridas y al cabo de casi 40 años aquella es una historia más dentro de la historia del Barça. De hecho, nadie calificaría la de Maradona como la salida más traumática del Camp Nou porque desde entonces las hubieron, repetidas y aumentadas en cuanto a impacto entre los aficionados. Schuster en 1988, Laudrup en 1994, Ronaldo en 1997, Figo en 2000 o Neymar en 2017 podrían dar fe de ello.

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