Hay un nuevo tipo de hincha de fútbol que es más parecido al espectador que al público, según la definición menottiana. El entrenador campeón del mundo en 1978 categoriza a quienes consumen fútbol en esos dos subgrupos. El público conoce con profundidad el tema y se involucra desde lo sentimental. En cambio, el espectador disfruta desde la distancia y con menos apego por el asunto.
En Estados Unidos es mayoría el hincha-espectador. Por una cuestión cultural y también por la propia historia del fútbol de esta tierra. Aquí, el deporte más popular del planeta creció de forma artificial. No fue silvestre como en Europa y Sudamérica su desarrollo. Por eso, en este Mundial de Clubes se vieron estadios llenos pero con poco calor salvo por el que le dieron las hinchadas argentinas y las torcidas brasileñas. Y también con poca valoración del juego.
Este domingo en Atlanta, Lionel Messi fue más protagonista de la jornada que el mejor equipo del momento. Y sí, no debería sorprender porque se trata de uno de los tres mejores futbolistas de la historia, pero también sirve como una especie de muestra de la época. Hoy, una individualidad rutilante en sus últimos años de carrera es el objeto de deseo de un estadio completo, por encima de cualquier exhibición ajena a él.
El estadio Mercedes Benz es una joya arquitécnica sin igual. Ubicado en el centro de la ciudad, tiene capacidad para 71.000 personas. En el duelo de cuartos de final del Mundial de clubes hubo más de 65 mil, es decir que el marco fue casi perfecto. La mayoría de los concurrentes se citó para ver a Messi. Sí, estaba el morbo del choque con su exequipo PSG, pero eso era solo un interés accesorio. La cosa era ver en vivo al fenómeno futbolístico. Y mediático.
Se puede decir que había una gran cantidad de "hinchas" de Inter Miami, pero sería exagerar. Sí, las camisetas del club de Florida eran mayoría, aunque eso no significa demasiado. La indumentaria deportiva tiene un marketing irresistible y enfundarse con unos colores no dice mucho más que eso. De hecho, muchos de los consultados por ESPN.com no conocían más que dos o tres nombres del plantel además de Messi.
Todo eso ocurrió afuera. Música muy fuerte, luces, tiendas de todo tipo y estímulos visuales varios. En el campo de juego, hubo un partido. O casi. PSG vapuleó a Inter Miami con una exhibición de superioridad gigantesca en el primer tiempo. No necesitó de la segunda parte para golear. Nadie se sintió demasiado triste. En el descanso, fueron a beber y a esperar algo más.
Y algo más sucedió. Messi les regaló un segundo tiempo conmovedor. A él no le importa todo lo accesorio. Su motivación es totalmente futbolera. Le gusta jugar a la pelota. Es rebelde cuando las circunstancias no acompañan. Sabía que la historia estaba definida, que no había mañana para su equipo en el Mundial. Pero salió a la cancha a pedir la pelota, a intentar gambetear, a patear, a cabecear. No lo hizo por nadie. Sólo por él, su historia y el fútbol.
Y afuera, entonces. Los espectadores se enloquecieron. Hasta ellos, un poco ajenos, se dieron cuenta de que el diez estaba jugando un partido aparte. Y lo ovacionaron más fuerte. Se olvidaron que enfrente estaba el campeón de la Champions League. El máximo candidato a ganar el Mundial. Solo aplaudieron al diez. Y en ese aplauso se juntaron el fútbol de siempre y el de ahora. El grito del público y el aplauso del espectador.
