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¿Qué pasaría si Leo hubiera sido Messi-Cano? Capítulo final

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¿Y si Messi hubiera nacido en México? (1:09)

Rafa Ramos hace una ficción sobre lo que habría sucedido si el astro no hubiera nacido en Argentina. (1:09)

Rafa Ramos nos cuenta la última parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México


Aquí puedes leer toda la historia

Capítulo 1 | Capítulo 2 | Capítulo 3 | Capítulo 4 | Capítulo 5 | Capítulo 6 | Capítulo 7 | Capítulo 8 | Capítulo 9


Había pasado ya un mes de aquella noche de crisis en la familia de Leovigildo Messi-Cano, provocada por el promotor Memo Hurtado y de los traficantes de medicinas, y ya superado el episodio, la familia entera, junto con la barriada de Polanquito se aferraban a una nueva luz en las Olimpiadas Nacionales Infantiles. Ya todo estaba en los pies del pequeño de 10 años.

Lío, antes Leíto, era la figura destacada de la Selección Jalisco, que iba a jugar La Final contra la Selección Regia, que parecía presentar a chamacos por encima de la edad permitida, pero sus actas de nacimiento parecían estar en regla, y a pesar de ser unos mocetones, alegaban tener 12 años de edad y no de añejamiento en las canchas.

El Rebaño Sagrado había prestado su estadio para el desenlace. Y el Profe José Luis Leal esperaba que Lío sellara su gran participación en el torneo. Era el líder de goleo y era considerado el mejor 10 y el mejor futbolista de la competencia. Esa tarde estaría Don Jorge Melgara y tal vez pudiera convencerse de hacerse cargo del tratamiento completo que necesitaba Leovigildo para tener un desarrollo hormonal correcto, sin retrasos físicos.

Había numerosos visores de equipos de Primera División en el estadio. La fama de Lío había generado gran expectación y al Profe Leal le pareció ver al mismísimo Memo Hurtado con unos lentes enormes, cachucha y semioculto en el graderío, porque aún quería pelear por los derechos de Lío, al asegurar que había hecho un acuerdo verbal con su padre. “Un pacto de caballeros”, decía.

Casi todo el barrio de Polanquito se daba cita. Incluso los enconados adversarios dentro de la liga vecinal, los Zánganos, se habían unido a Las Pulgas, el equipo de Lío, para apoyarlo, en un marco lleno de algarabía, en medio de la invasión regia en las tribunas.

Todo estaba listo. La Selección Jalisco ganó el volado. De inmediato, la pelota fue entregada a Lío, pero ni siquiera pudo tocarla. De inmediato, un chamaco con varios centímetros y kilos más se barrió con fuerza y lo mandó por los aires. El grito de Leovigildo y el costalazo contra el césped sembraron histeria en sus padres y en el Profe Leal, pero desataron aplausos entre la afición regia.

El árbitro, Cesarín Porlosuelos, entrecerró los ojos detrás de aquellas gafas con cristales tan gruesos como fondo de garrafón, y consideró que era apenas la primera jugada del partido y ni siquiera sacó tarjeta amarilla. Lío no podía incorporarse. Le dolía toda la osamenta. Le habían cometido faltas en su Liga y en estas Olimpiadas Nacionales Infantiles, pero nunca lo habían puesto en órbita de esa manera. Debieron sacarlo de la cancha para atenderlo. Su madre, Doña Chela, le frotó la nuca y la mollera con Vick Vaporub y su tío, el médico Juan Alberto Cano, lo revisó rápidamente, anticipándose a su colega de la Selección Jalisco. El Cura Melo Veloz se acercó corriendo. “¿Necesita los Santos Óleos o está vivo?”.

“Me lo van a matar, que ya no juegue”, gritó Doña Chela asustada porque Lío veía bizco y parecía no entender lo que le decían. Pero, entre los médicos y el Profe Leal vieron que sólo había sido el sacudidón y que podía seguir jugando. “Lío, ten cuidado, así te van a jugar todo el partido, a tratar de sacarte. Toca la pelota y estate atento para saltar y esquivar las patadas y los codazos”, le dijo el técnico de fuerzas inferiores del Rebaño Sagrado.

Pero Leovigildo había madurado mucho en las últimas semanas. El rigor de una competencia como las Olimpiadas Nacionales Infantiles y el pasaje amargo de aquella noche en que había decidido abandonar el futbol, le habían cambiado la personalidad.

Cuando regresó a la cancha, ya Jalisco perdía 1-0 ante la Selección Regia. Y la dureza con que entraban los norteños, aprovechando su fuerza física y estatura, ablandaba al adversario.

Ya no pudieron conectar Lío y sus compañeros en el primer tiempo, y sólo milagrosamente evitaron otro gol gracias a las atajadas del Tubérculo Gómez, un portero larguirucho que ya tenía ofertas del Rebaño Sagrado, con beca en la escuela del equipo.

En el entretiempo, el entrenador de la Selección Jalisco, el Pistachón Torres, mentor del Profe Leal, les dio un fuerte discurso, y les pidió que soltaran el balón rápidamente, para impedir las avalanchas de los seleccionados regios. “Pónganse vivos, jueguen con inteligencia, entreguen rápido el balón, háganlos correr y busquen a Lío cuando esté desmarcado. No son mejores que ustedes, sólo son más grandotes, pero no los van a cargar”, les enfatizó. “Recuerden que si terminamos campeones vamos a ir a jugar a Brasil, al estadio del Santos de Pelé, y luego a Portugal, para ver entrenar a la selección de Crispiano Romualdo”.

Cargados de energía, los chamacos de Jalisco empezaron a usar la velocidad y hasta a meter la pierna, a pesar de la desventaja física. Era cierto, aquellos chamacos de la Selección Regia parecían de 14 ó 15 años, pero a quién se le ocurriría falsificar actas de nacimiento. Eso no ocurría –por supuesto que no--, en el futbol de México.

El primer balón que recupera Jalisco es entregado a Lío, quien de inmediato sintió que de nuevo lo iban a llevar de viaje, porque ya se barría un adversario con fuerza. Pero el pequeño de 10 años punteó el balón por encima del rival, se dejó caer de nalgas en la barriga del adversario y lo dejó sofocado. Lío recuperó el balón y el árbitro Cesarín no marcó falta, mientras se ajustaba los anteojos con cristales de 13 dioptrías, casi casi del grosor de un tragaluz.

Encarando, ya en el mano a mano, cara a cara, Leovigildo era imparable, porque sabía leer las intenciones de los adversarios cuando iba de frente o le llegaban por un costado. Ante las barridas y las cargas con un codazo fallido de por medio, pasaba más tiempo saltando y pespunteando el balón, que corriendo. Cuando llega al área, se topó con un Goliat. Un arquero de casi dos metros, corpulento, pero de inmediato observó las piernas flacas y corvas, por lo que decidió tocar el balón en medio de ellas. El gigante regio se desplomó grotescamente, mientras el balón llegaba a las redes. 1-1.

El gol tuvo numerosas repercusiones. Un festejo masivo de la delegación de Polanquito, encabezado por el Cura Melo Veloz y el carnicero Don Bonifacio. Don Jorge Melgara bajó de su palco acompañado de José Luis Helguera. “Hay que firmar a ese chamaco. Juega como el Willy Gómez”, dijo el dueño del Rebaño. “No es tan bueno, es mejor nuestro Godínez, y no hay que pagar 20 mil dólares de tratamiento”, le ripostó al que llamaban El Pelagatos 2.0. “Yo lo curo con nuestros productos de MexiLife”, dijo Don Jorge.

En el festejo, Memo Hurtado pierde la compostura, las gafas, la cachucha y hasta el cubrebocas. Cuando los vecinos de Polanquito lo descubrieron, lo echaron de la tribuna con baños de líquidos, algunos de ellos de color claro, otros de color oscuro y otros de color amarillento.

El entrenador de los regios fue contundente y les gritó a sus jugadores: “Sáquenme a ese escuincle de la cancha, como sea, a como dé lugar”. Pero si Cesarín Porlosuelos estaban más cegatón que un topo con cataratas, tenía buen oído, y escuchó las aviesas indicaciones.

La Selección Regia se volcó sobre el combinado de Jalisco, pero el Tubérculo Gómez estaba en un plan extraordinario. Mientras tanto Leovigildo, antes Leíto, y ahora Lío, sufría toda clase de faltas, aunque sin tanta violencia como la primera. Ya el silbante Cesarín Porlosuelos había advertido a los neoleoneses con un par de tarjetas amarillas.

El reloj se desangraba. Pocos minutos por jugarse. El Tubérculo Gómez, en un tiro de esquina, toma el balón de aire y despeja largo hacia donde estaba Lío a tres cuartos de cancha. El mocoso leyó de reojo el escenario. Se le venían encima el portero y los dos centrales, y se veía que estaban dispuestos a todo. Leovigildo resolvió de inmediato. El balón dio un bote alto, y Leovigildo, de espaldas al arco, con la portería vacía, se lanzó en una espectacular chilena, como aquella de Hugo Cháncez ante el Logroñés, y cuando quisieron reaccionar y recular los adversarios, el balón ya estaba dentro de la portería. 2-1 para Jalisco y segundos por jugarse.

Cesarín Porlosuelos saca una lupa y se despoja de sus gruesos lentes. Tiempo cumplido. Da el silbatazo y decreta el final. Jalisco era campeón de las Olimpiadas Nacionales Infantiles, con dos goles de Leovigildo Messi-Cano.

La locura entre la familia de Lío y entre la prole de Polanquito. Buscadores de talento de todo México se acercaron al padre, Jordi Messi, para ofrecerle paquetes para el desarrollo de Lío. Jorge Melgara le hacía la mejor oferta con tratamiento de sus suplementos, y además, apoyo del mejor hospital de Guadalajara. El Profe Leal estaba feliz de que el Rebaño Sagrado pudiera quedarse con él.

Jordi Messi prometió estudiar todas las propuestas y contestar pronto, mientras Leovigildo se tomaba fotos y garabateaba papeles con su nuevo sobrenombre “Lío”.

Cuando la familia se dirigía al taxi de Don Ruperto para regresar a casa, se acercó un tipo vestido con ropa deportiva en oro y negro, con un escudo en el que se leía “LAFC”. Llevaba un maletín y les pidió un minuto. Ahí se quedaron los Messi-Cano, el tío médico, el Profe Leal, y por supuesto los emisarios del barrio, el Cura Melo y Don Boni.

“Soy Juanito Rockefeller. Soy director de los buscadores de talentos del equipo LAFC de la MLS. Tengo una propuesta para ustedes. Les ofrecemos beca para el niño en nuestra escuela, pero como no podemos pagarle un sueldo, les ofrecemos empleo, casa en Los Ángeles, y visas de trabajo a ustedes, a los padres, todo dentro del equipo”, dijo el tipo extraño que había esperado a que todos los representantes de clubes se fueran.

Ante el azoro de todos, prosiguió. “Garantizamos gratuitamente el tratamiento completo para Lío en el mejor hospital de Los Ángeles, sin importar si decide quedarse o no con nosotros cuando cumpla 18 años. Nosotros arreglamos su visa especial ante el Consulado, y estos son los boletos de avión de primera clase para ustedes tres, y cuando lleguen allá los estará esperando un auto con chofer, por el tiempo que sea necesario, mientras se adaptan a la ciudad”.

“Mientras el joven Leovigildo esté dentro de la institución nos haremos cargo de su educación, de los servicios médicos, y el contrato que les ofrecemos garantiza que le ayudaremos, cuando la edad lo permita a colocarlo en Europa. Se tramitará su residencia de inmediato, y dentro de cinco años, podrán todos ustedes naturalizarse estadounidenses y Lío podrá jugar por nuestra selección nacional”, les explicaba Juanito Rockefeller y los padres de Leovigildo Messi-Cano estaban a punto de decir que sí.

Sin embargo se escuchó un “no”, rotundo y absoluto. Llegó, ante el asombro y estupor de todos, de parte de Lío, quien sostenía los trofeos de campeón de goleo y el MVP de la Olimpiada Nacional Infantil.

“No, yo quiero jugar por México, no por Estados Unidos”, dijo con su rostro serio.

“Ja, ja, ja. Jugarás en la selección que quieras, pero lo importante es que queremos que juegues con nosotros y que tengas el tratamiento médico que necesitas”, le explico el emisario del LAFC.

“Entonces sí acepto, pero sólo que nos den entradas para ir a Disneylandia y una hamburguesa gigantesca”, condicionó Leovigildo Messi-Cano.

Entre la carcajada general, el único lamento era del Profe José Luis Leal. “Hubiera querido que jugaras por el Rebaño Sagrado, pero es imposible igualar esa oferta. Además, allá no habrá envidias, rencores, ni gente voraz, con influencias que quiera estorbar tu crecimiento”.

Acto seguido, Juanito Rockefeller los llevó a la limusina Suburban, blanca e impecable, mientras Jordi Messi parecía desplomarse. Finalmente, después de tanto tiempo, tanto esfuerzo, tantas traiciones y decepciones, habían encontrado un futuro seguro para Leovigildo, antes Leíto, hoy Lío.