<
>

Brasil en el Providencia

ESPN

Hace unos días el Club Providencia de Guadalajara cumplió 56 años. Es una instalación deportiva con pocas pretensiones, pero con mucha tradición. Tiene tres campos de futbol y socios que han pasado toda una vida en sus pasillos. La mayoría de ellos tienen algo que presumir: fueron anfitriones del 'Rey' Pelé y de la corte con la que conquistó el Mundial de México 70.

Aunque se debe decir que nadie lo esperaba así. El Providencia parecía un club demasiado pequeño para un equipo tan grande como el Brasil del 70. La verdeamarelha era la joya de la corona y los equipos tradicionales de Guadalajara ponían los manteles para ese banquete. Así lo hicieron Chivas y Atlas: podaron el césped y arreglaron la casa para una reunión previa en la que los clubes de Guadalajara se repartirían a los equipos que jugarían en la ciudad: Inglaterra, Rumania, Checoslovaquia y… el bicampeón del mundo, Brasil.

Así lo cuenta Samuel Rodríguez, uno de los socios fundadores del Club Providencia y, en ese entonces, su presidente. “Las apuestas estaban contra nosotros. Nadie pensaba que nuestro club podía ser sede de los brasileños”.

Para que eso fuera posible, tuvieron que juntarse la fortuna y la osadía.

En las palabras de Rodríguez empieza a dibujarse una sonrisa: “El presidente de la organización aquí en Jalisco era Felipe Zetter, que era del Atlas. Nos avisan que van a llegar en un avión desde México los delegados de los cuatro países para escoger las canchas donde querían entrenar. Aquí en Guadalajara en ese tiempo nomás había dos canchas empastadas o que realmente podían ser a la altura de un Mundial, que eran la de las Chivas y la del Atlas, pero había la del Club Providencia, que era nuestro club, que estaba completamente empastada, dimensiones completamente estándar y allá por López Mateos también había otra cancha de un padre que la prestó para que fuera el Mundial”.

En esas instalaciones se iban a repartir los cuatro equipos. La pregunta que quedaba por resolver era ¿cómo? Eso estaba por definirse en el hotel Hilton de Mariano Otero y 16 de septiembre. Ahí debían esperar los representantes de cada club a los delegados de las selecciones mundialistas. En la silla de las Chivas se sentaba Enrique Ladrón de Guevara; por el Atlas estaba Felipe Zeter y como actores de reparto, los representantes del Providencia y de la cancha de López Mateos.

Para quedarse con el banquete principal de la mesa, los representantes del Providencia tenían que romper las reglas que se habían establecido. La sonrisa de Samuel Rodríguez se vuelve más evidente: "Llega el avión, se bajan las delegaciones y nosotros fuimos dos al aeropuerto, nos metemos al aeropuerto adentro de la pista, en ese tiempo bajaban por la escalerilla, entonces nosotros nos vamos a la escalerilla y empezamos a preguntar: ¿quién es Brasil? Y nos empiezan a decir tres señores: somos la comitiva de Brasil. Entonces les dijimos: venimos por ustedes…”.

Ahí hace una pausa porque la anécdota, aunque contada cientos de veces, arranca una carcajada a su protagonista: “Es una mentirilla de las buenas, pues… Y se vienen con nosotros los representantes de Brasil y agarramos en el carro por un camino diferente de donde iba a ser la junta y nos los llevamos directo al Club Providencia. Lo teníamos con el pasto cortado y todo para que se convencieran. Llegan los brasileños, empezamos a platicar, les dijimos que éramos fans de Brasil y se meten a la cancha y les gusta que está enjaulada, que había mucha seguridad”.. En la idea de que todo era parte del protocolo, los delegados de Brasil piden ver los vestidores. “Nos pidieron que para que se quedaran ahí no podía entrar nadie, que sólo darían tarjetas a cuatro empleados del club para hacer la limpieza. Que querían mucha privacidad. Y Brasil nos dice: nos quedamos con ustedes”.

El trato estaba cerrado de palabra. “Entonces les dijimos, vamos a la junta para que les digan más o menos ustedes que se van a quedar con nosotros. Cuando llegamos a la junta nadie lo podía creer. Estaban todos enojados. Nos decían que cómo nos habíamos atrevido”. Pero ya no hubo marcha atrás.

El resto de la estancia brasileña es un cuento interminable para los socios del club. Los que lo vivieron, cuentan a las nuevas generaciones lo que sucedió hace 50 años. Los mejores jugadores del mundo en los pasillos, en las canchas y en los comedores. Hay una firma de Pelé en el techo de un salón. También una placa con su nombre. Pero lo que más queda ese el recuerdo de cómo un club pequeño pudo albergar un mes al mejor equipo del mundo.