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Chapecó, la ciudad de los milagros y sede del Chapecoense, el club que vivirá siempre

LOS ÁNGELES -- Un día, Chapecó sedujo al mundo del futbol. Días después, Chapecó consternaría al mundo entero.

Un día, un 23 de noviembre de 2016, el Club Chapecoense eliminaba a San Lorenzo de Almagro, e irrumpía a la Final de la Copa Sudamérica. Días después, el 28 de noviembre de 2016, el avión en el que viajaba el equipo para enfrentar a Atlético Nacional, se estrelló en Cerro Gordo, a cinco minutos de la pista de aterrizaje del aeropuerto José María Córdova de Antioquia.

A cuatro años de la tragedia, Chapecó se ensombrece de memorias y luto, pero sigue iluminándose de esperanza, de fe y de agradecimiento, porque, entonces, el mundo entero lo apretó contra su pecho, e hizo suya la tragedia, e hizo suyas sus lágrimas, e hizo suya su tristeza, e hizo suya su voluntad de vivir.

Chapecó no olvida a sus héroes ni a sus mártires. Ni a sus seis sobrevivientes de los 77 que iban a bordo del vuelo 2933 de la aerolínea boliviana LaMia. Chapecó, cada año, no homenajea a sus muertos, sino que los llena de permanencia, de presencia. No hay confusión en esos ojos de brillo cósmico: no lloran porque se han ido, sino porque nunca se irán.

Del plantel de 19 jugadores del Club Chapecoense, sobrevivieron Alan Ruschel, Helio Neto y Jakson Follman. No se apartaron ni del futbol, ni del equipo, ni de su gente, y lejos de protagonizar historias de autocompasión, se convirtieron en soporte de fe y de lucha para las familias damnificadas y la ciudad entera.

Alam Ruschel sigue en activo, tras un largo y penoso proceso de rehabilitación. “Los médicos creían que al menos volvería a caminar, pero sigo jugando. No ha sido fácil, pero es el espíritu de Chapecoense”, ha dicho.

Ha sido el capitán que hace unos meses recibió el trofeo de la reciente conquista del Chapecoense, al ganar nuevamente el Campeonato Catarinese, aunque ahora el equipo milita en la División B, tras perder en 2018 ante el Botafogo por 1-0.

En tanto, Jakson Follman, enfrentó la amputación de su pierna derecha, pero se mantuvo bajo intensa actividad en apoyo a las familias damnificadas, trabajando en su recuperación para los Juegos Paralímpicos, e incluso participar en programas musicales. Era la voz y la guitarra de los grandes momentos, y en los viajes de Chapecoense.

Meses después de la tragedia, el relato del mismo arquero Follman revelaría los estremecedores instantes antes del terrible accidente.

“En aquel momento los motores del avión se apagaron y se apagaron las luces. Nos dimos cuenta de que algo serio estaba pasando. Solo nos dio tiempo de rezar y recuerdo que el avión no llegó a caer rápido. Era como si fuera planeando, avanzando. Y en el momento de la caída, me desmayé”, ha relatado a medios brasileños.

“Agradezco a Dios por no haber visto a nadie morir o a alguien sufriendo. En el momento en que abrí los ojos no quería morir, decía que no quería morir. 'Sálvenme', les gritaba (a los rescatistas), pidiendo socorro”, reveló Follman.

Helio Neto fue el último en ser rescatado. Otro milagro del club de los milagros. Habían pasado cinco horas del accidente. La inclemencia climática, con lluvia y frío, obligaba a abandonar la búsqueda esa madrugada. Pero, la esperanza y el instinto guio a uno de los rescatistas. Neto estaba debajo de los restos del fuselaje del avión, en condiciones graves.

Necesitó de una larga recuperación, por fuertes lesiones en la cabeza y tras una delicada operación en el tórax. Sigue rehabilitándose. Quiere regresar a la cancha. Quiere regresar con Chapecoense, al menos para decir adiós.

Durante su convalecencia desahogó sus vivencias, sus sentimientos, la maravillosa experiencia de un equipo que en cinco años recorrió la ruta milagrosa del anonimato a una Final de la Copa Sudamericana, a través de un libro: “Puedo creer en el mañana”.

Un momento imborrable para ellos fue jugar en el Camp Nou ante el Barcelona, dentro del Torneo Joan Gamper, participar en el saque inicial, ante la ovación generosa, con ojos abrillantados, por parte de 64,705 espectadores como parte del homenaje.

El Barcelona fue uno de los primeros clubes en el mundo en solidarizarse. Horas después de que la tragedia sembrara pesar en el mundo del futbol, ofreció este juego amistoso e hizo llegar un donativo de 250 mil euros a la institución. En la cancha, fue aún más generoso, le jugó sin contemplaciones, aunque en el marcador fue poco gentil: 5-0.

Sólo lo rebasa la generosidad del Atlético Nacional, que al cederle el título de la Copa Sudamericana, lo acompañó con el premio de dos millones de dólares, asignado al campeón de la competencia.

Heridas abiertas…

Más allá de las poderosas imágenes de solidaridad, de unión, de hermandad, de humanismo, aún hay capítulos de la justicia pendientes, tan abiertos como las heridas mismas de la ciudad y del club. Las familias damnificadas esperan respuestas, castigo a los responsables e indemnizaciones prometidas.

La tragedia segó 71 vidas: siete miembros de la tripulación, 19 futbolistas, 20 periodistas y 25 pasajeros más vinculados al equipo Chapecoense. Las investigaciones revelaron negligencia de la empresa LaMia, al no cargar suficiente combustible para la travesía desde el aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra, y fue responsabilizada entonces por el propio gobierno boliviano, a través de Evo Morales.

El propio piloto del avión, Miguel Quiroga, era accionista de LaMia. Los testimonios le culpan de no alertar a tiempo sobre una emergencia por falta de combustible y tener privilegios de aterrizaje sobre una decena de los aviones en sobrevuelo.

El cauce legal se ha estancado. Sólo el futbolista Helio Neto recibió una suma como parte del seguro, pero apenas una quinta parte respecto sobre lo que le correspondía, mientras las familias de los otros pasajeros, siguen esperando.

Memoriales…

Chapecó tiene un segundo corazón. Lo tiene lleno de agradecimiento y amor a Colombia. El pueblo de Medellín reaccionó de inmediato. Destacó ayuda de todo tipo, no descansó sino hasta que la última piedra en Cerro Gordo fue removida en busca de sobrevivientes.

Deportivamente, Atlético Nacional pidió a la Conmebol que se reconociera campeón de esa edición de la Copa Sudamericana al Club Chapecoense, y en una estrujante, emotiva, generosa y respetuosa ceremonia de velación, el día y a la hora que estaba programado el juego, Medellín se arremolinó dentro y fuera del estadio Atanasio Girardot, llenando de luces, oraciones, canto, lágrimas, vítores y solidaridad con Chapecó, en una extraordinaria manifestación de esa genuina y genial armonía que se puede generar en torno al futbol.

A partir de 2016, Chapecó vive una tertulia luctuosa o un luto festivo. La ciudad se llena el 28 de noviembre de la tristeza de la memoria, pero también de la devoción ferviente por mantener con vida a quienes dieron intensas e inmensas alegrías del futbol.

Simultáneamente, en esa hermandad dramática que genera la tragedia, en el municipio La Unión de Medellín, en Colombia, sus habitantes realizan una misa en memoria de las víctimas, en un sitio cercano a la zona del accidente. El futbol y el dolor enaltecen al ser humano de manera inesperada y maravillosa.

Todo eso reconfirmó a Chapecó como la ciudad de los milagros, muchos que ocurren en vida, y otros que viven a través de la muerte. La leyenda al ingresar a la ciudad lo recuerda: “Chapecoense por siempre”.