Porto es el campeón de la Champions

GELSENKIRCHEN (EFE) -- El Oporto obtuvo su segunda Copa de Europa al deshacer el sueño del Mónaco del español Fernando Morientes en tres minutos mágicos, los que necesitó para resolver con los dos últimos goles la final de Gelsenkirchen, que hasta entonces había estado marcada por un enorme equilibrio táctico.

Los dos equipos salieron con bastante precauciones tácticas y, aunque el Mónaco se mostró un poco más atrevido en el ataque, tampoco pareció estar dispuesto a correr demasiados riesgos ofensivos.

El Oporto se concentró bastante en marcar al contrario desde muy cerca, desde casi la raya central, y a tender la trampa del fuera de juego, con éxito reiterado, cuando el Mónaco recurría a los pases largos por encima de la defensa.

En el ataque, los portugueses intentaron salidas por la banda izquierda, aprovechando la habilidad de Carlos Alberto, y contragolpes rápidos a la hora de recuperar la pelota tratando de sorprender al Mónaco a contrapié.

El planteamiento táctico de los dos equipos hizo que hasta el minuto 29, cuando Carlos Alberto abrió el marcador con un disparo con la pierna derecha, no hubiese situaciones de verdadero peligro en ninguna de las dos porterías, si se exceptúa un mano a mano entre el meta del Oporto Vitor Baia y Ludovic Giuly en el minuto 3.

El Mónaco sufrió muy pronto un golpe con la baja de Ludovic Giuly, por lesión, que tuvo que ser sustituído por Dado Prso con lo que los franceses perdieron a uno de los jugadores que podía marcar la diferencia.

El gol de Carlos Alberto, además, tenía un peso tremendo en un partido casi sin ocasiones, en el que pesaba mucho la táctica.

En todo caso, el Mónaco salió al segundo tiempo con la carga de tener que hacer el partido mientras que el Oporto podía permitirse el lujo de mantener las tablas tácticas que habían caracterizado el compromiso durante buena parte del primer tiempo.

Sin embargo, fue el Oporto el que salió a atacar en los primeros minutos de la segunda parte, probablemente tratando de aprovechar el desconcierto que pudo haber producido el gol de Carlos Alberto en las filas del Mónaco.

La divisa portuguesa parecía ser mantener el balón el mayor tiempo posible en la mitad contraria y tal vez, aunque sin descuidar la retaguardia, hacerle honor a la frase del entrenador José Mourinho que había dicho que los dos equipos estaban obligados a no mirar sólo el resultado sino rendirle tributo al fútbol.

Durante unos diez minutos, el Mónaco pareció desconcertado por la súbita agresividad portuguesa pero hacia el minuto 55 empezó una reacción con una buena llegada de Prso.

El Mónaco volvió con más frecuencia a pisar la mitad contraria y Mourinho, hacia el minuto 60, mostró que creía que había llegado el momento de controlar el partido al sacar a Carlos Alberto y darle paso al ruso Dimitri Alentchev.

El Monaco era quien atacaba pero en muchas de las jugadas se notaba con la desesperación que daba el hecho de que la Copa de Europa estaba lejos.

El Oporto, en cambio, cuando tenía la pelota y obraba con inteligencia y con la serenidad que les daba la ventaja tal vez recordando que Mourinho suele decir que sólo se pueden ganar partidos importantes cuando se controlan las emociones.

Esa serenidad llevó al segundo cuando el Mónaco más atacaba: fue en un contragolpe iniciado y culminado por Deco, que llevaba ya varios minutos merodeando en una zona del centro del campo que parecía olvida por los franceses.

Deco recibió el balón allí cuando el Mónaco estaba volcado al ataque y, tras una combinación perfecta con Derlei, quedó el centro del área desde donde soltó un remate imparable para Roma.

A menos que ocurriera un milagro, el partido ya estaba resuelto pero las cosas empeoraron aún más porque el Mónaco estaba deshecho por el segundo y el Oporto volvió a apretar en el momento de mayor debilidad psicológica del contrario.

Cuando el Mónaco intentó reaccionar, el partido ya estaba 3-0 porque el ruso Alenitchev, sustituto de Carlos Alberto había culminado un contraataque tres minutos después ante el que nada pudo hacer Roma. El título ya estaba en el bolsillo.