<
>

Simeone, Godín y el poder de la convicción

Más allá de estilos, de formas, de propuestas, el fútbol tiene un costado pasional. Y muchas veces eso marca la diferencia. En la frontera de la gloria, donde decaen las fuerzas, tiemblan las piernas y quedan de lado las estrategias, la psicología agiganta su poder.

Aquel gol de Diego Godín y aquel título del que este domingo se cumplen seis años lo demuestran a la perfección. Porque a la insistencia por el trabajo metódico, incansable, se le sumó la inclaudicable fe que el Atlético tenía en sus fuerzas.

Ese año el presupuesto del plantel del Barcelona fue de 509 millones de euros y el del Real Madrid 540 millones. El Atlético invirtió 142 millones en su plantel. Aquel ejército de pretorianos al mando de Simeone fue un canto a la convicción. Se convirtió en un equipo que hizo del ejercicio de supervivencia su bandera, que aprendió a saber sufrir para después disfrutar.

“Simeone y Tabárez han sido los técnicos más importantes de mi carrera. Los que más me han marcado, con los que más he aprendido. El Cholo llegó al lugar que tenía que llegar. Agarró un grupo de futbolistas con hambre de conseguir cosas importantes, con ganas de trabajar, y que cree a muerte en lo que hace”, me dijo Godín cuando lo entrevisté para el libro Nuestra generación dorada.

El convencimiento es una de las señas de identidad más reconocible del Atlético de Simeone. Casi con tozudez, el equipo cree en sus fuerzas. Y esa es una virtud de la que no muchos pueden presumir. El Atlético sabe lo que quiere. Aunque lo desprecien, digan que juega feo, que eso no es fútbol, que es amarrete. Perfeccionista e inconformista Simeone moldeó a un equipo que tuvo a Diego Godín como uno de los estandartes. Aquel Atlético evidenció que se puede contradecir el discurso dominante y ganar, que no hablar del “arco de enfrente” en cada conferencia de prensa no significa resignarse a no atacar, que defender el arco propio como premisa para luego tratar de ganar es un recurso tan válido como cualquier otro.

La entrega de sus jugadores y la convicción que tuvo el equipo les permitió librar una batalla a priori imposible ante los dos equipos obligados a disputarse los títulos. Se coló en una fiesta a la que no estaba invitado, discutió la hegemonía del Barça y el Madrid y se llevó el premio mayor.

El estilo del Atlético de Simeone fue el que puso a la institución en la élite del fútbol mundial. Y aquel título en el Camp Nou fue el primer mojón. Un equipo a imagen y semejanza de su entrenador, al que sus jugadores respondieron con el máximo de entrega, compromiso, dedicación.

Terminó con 90 puntos el Atlético, hizo 77 goles y recibió 26 en 38 partidos, una diferencia de goles de +51. Para solo pensar en defender como dicen algunos, bastante bien.

Hace hoy seis años el Barcelona de Messi ganaba 1-0 y el Atlético se quedaba sin títulos. Los detractores de Simeone se regodeaban. Entonces hubo un tiro de esquina a favor del Atlético y allá fue Godín. Una jugada a balón parado, la especialidad de la casa. Tantas veces trabajada y aprovechada, sacando ventaja de las debilidades del adversario. El Barça no era una garantía a la hora de defender en ese rubro y la prédica constante y la repetición en cada entrenamiento en la Ciudad Deportiva tuvo su recompensa.

Decidido, Godín atacó la pelota cuando vino el centro para impactar con un cabezazo que picó y se metió contra el palo del arco del Barcelona. Después el zaguero uruguayo corrió a una esquina y se dejó caer mientras sus compañeros se tiraban sobre él para festejar el gol que valía un título de Liga.

Ahí estaban los pretorianos, dando un golpe en la mesa y silenciando al Camp Nou. Una vez más desapareció la brecha entre el más y el menos poderoso porque uno de ellos, a partir de la táctica, la estrategia, el juego, el sacrificio y la mentalidad, había conseguido ser la mejor versión de sí mismo. Y en el fútbol, como en la vida, siempre se trata de eso.