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Prodigio, campeón, desaparecido, lunático

(Esta nota no fue escrita como una necrológica. Había sido publicada con motivo de la conmemoración de los 50 años del primer título importante de Bobby Fischer, el 8 de enero de 2008)

"Hay jugadores fuertes y buenas personas. Yo soy un jugador fuerte". -- Bobby Fischer

El hombre era un niño cuando nació, aunque eso le haya durado muy poco. Apenas un niño, tres kilos y medio de promesas acerca de lo que podía llegar a ser. Pudo haber sido abogado, médico, heladero, cantante u obrero de la construcción. En cambio fue Bobby Fischer. Y eso, lo vería más tarde para su maldición, le quitaría demasiado pronto la posibilidad de ser un niño.

Pero volvamos a las mejillas sonrosadas que nacieron en la maternidad de Chicago, en 1943. Era 9 de marzo y Regina Wender abrazó por primera vez a su pequeño Robert James. Le puso Fischer porque creía que su padre era un físico alemán llamado Gheratrd. Pero así es todo en esta historia: su padre no fue su padre. Abandonó el hogar cuando Bobby tenía 2 años, y dejó a Regina, suiza, estudiante de medicina, políglota de seis idiomas, simpatizante comunista, madre de dos, sola con sus pequeños.

"No creo en la psicología, creo en las buenas jugadas." -- Bobby Fischer

Entonces la familia viaja. De Chicago a California, de California a Arizona, de Arizona a Brooklyn, en Nueva York. No tienen dinero. La madre trabaja en doble turno. Bobby vive una niñez de segunda guerra mundial, escasa en supervisiones y afecto, aferrado a las piernas de su hermana, Joan, seis años mayor. "Los niños que crecen sin padres son como lobos", diría más tarde.

Angustiada por su hermanito, Joan baja al quiosco neoyorquino que hay bajo el pequeño departamento Fischer y gasta dos dólares y medio en un regalo: un ajedrez. Le enseñó las movidas y jugó con él algunas partidas. Ese día fue parejo.

Bobby nunca más fue niño.

"Yo doy el 98 por ciento de mi energía mental al ajedrez. Otros dan apenas el 2 por ciento". -- Bobby Fischer

Su pasión por el juego creció exponencialmente. A los siete años se hizo socio del club de ajedrez de Brooklyn. Aprendió ruso para poder leer literatura de ajedrez que sólo circulaba en la Unión Soviética. Memorizó juegos de todas las épocas. Le imploró a su madre durante tardes y tardes (con bastante éxito) que la llevara a jugar al parque de Washington Square. Comenzó a jugar y ganar partidas. Primero contra chicos de su edad. Luego, contra jóvenes algo mayores que él.

En poco tiempo desarrolló un estilo único: agresivo y sin debilidades defensivas. A los 13 fue campeón juvenil de su país. A los 14 se convirtió en el ganador más joven de la historia del torneo nacional estadounidense. Esa misma semana fue el invitado especial en un programa de preguntas y respuestas de la televisión nacional llamado "Mi secreto". El objetivo era que un grupo de panelistas descubriera su propio secreto juvenil: que era el mejor ajedrecista del país. Nadie adivinó, y la revelación final dejó atónitos a los panelistas y a los Estados Unidos.

Se hizo famoso. Muy famoso. El país habló de ese rubio pequeñito que se ponía a llorar si lo vencían. Un año más tarde, con apenas 15, llegó a ser Gran Maestro, jugaba ajedrez cada hora que estaba despierto y podía recrear de memoria cualquier partida de 1898 en adelante.

Se supo temprano que era un genio. Tenía un coeficiente intelectual superior a 180, alto incluso para un superdotado, pero era un antisocial. Sus profesores del Erasmus High School no lograban integrarlo. Era un alumno regular en casi todo: destacaba en español y en matemáticas. A los 16 se hartó de estudiar. "El colegio no sirve para nada, es una pérdida de tiempo. Los profesores son más estúpidos que los alumnos", se justificó.

Y dejó su sentencia flotando: "Sólo quiero hacer una cosa por el resto de mi vida: jugar al ajedrez".

"No tengo amigos cercanos y no guardo ningún secreto. No necesito amigos. Sólo le digo todo lo que pienso a todo el mundo". -- Bobby Fischer

Su talento lo llevó de viaje por el mundo, incluso a los comúnmente vedados países comunistas en los que el ajedrez era potencia. Fue a Portoroz, en Yugoslavia, y volvió quejándose porque no lo dejaron enfrentar a los mejores de la Unión Soviética. Estuvo en Moscú y en La Habana sin sospechar que la CIA seguía de cerca sus pasos. Creían que su madre era espía de la KGB. No lo pudieron comprobar. Y tampoco pudieron relacionar a Bobby con el comunismo.

En el ´60 pasea su talento precoz por el mundo. Pasa por Mar del Plata, donde se rumorea que pasó las primeras noches salvajes de su vida con una señorita en una suite del Hotel Provincial. Conoce a Mirtha Legrand y completa un torneo mediocre.

Mientras tanto, la relación con su mamá comienza a deteriorarse. Para algunos, madre e hijo se pelean por una revelación. Se comenta que el padre no fue ningún Fischer, sino un químico húngaro inmiscuido en el desarrollo de la bomba nuclear llamado Paul Nemenyi. Sea como fuere, Regina descubre que no puede convivir más con su hijo y -sólo puede pasar en la vida de un loco- se muda al Bronx, para dejar a Bobby solo en el departamento de Brooklyn. Un año después, él le habló a la prensa acerca de este hecho: "Estaba todo el tiempo encima mío, me decía que tenía que estudiar porque no podía vivir del ajedrez... Me cansó. Tenía que deshacerme de ella". Tenía 17 años.

Ese espacio se transforma en un caos ajedrecístico. Todas las habitaciones son un desorden absoluto. Tiene tres camas, y al lado de cada una guarda un tablero de ajedrez. Se transformó en una sombra obsesionada. A veces iba a un restaurante con amigos y, de la nada, sacaba un tablero portátil para estudiar algún movimiento o alguna apertura olvidada. Sólo piensa en ser campeón mundial, y acusa a los rusos de arreglar partidas para perpetuar su dominio. Se siente perdido.

"Hay demasiados judíos en el ajedrez. Parecen haberlo tomado por asalto. Y no se visten muy bien. Eso no me gusta. ¿Si yo soy judío? Sólo por parte de mi madre". -- Bobby Fischer

Una noche de radio descubre una Iglesia -la Worldwide Church of God- que parece mostrarle un camino de salvación. Un par de años después le hace juicio por estafa: se habían quedado con su dinero. Él mandaba cheques para descubrir cómo iluminarse. Durante ese tiempo la Iglesia había aceptado sus generosas donaciones. Pero no lo había salvado.

Harto de Nueva York, se mudó a Pasadena, California. Tenía 25 y descubrió dos libros que lo llenaron de energía: Mi lucha -de Adolfo Hitler- y Los protocolos de los sabios de Sion, dos pilares teóricos del antisemitismo. Los psicólogos suponen que extrapolaba el odio a su madre -judía- en una aversión a todos los de su religión.

En 1971 tiene su gran chance: debe definir frente al ex campeón Tigran Petrossian quién enfrentará a Boris Spassky por el título del mundo. El duelo es en Buenos Aires, en el Teatro San Martín, y Bobby comienza con sus pedidos caprichosos: hace cambiar luces, tableros y butacas. Después destroza a su rival. Y apela a la ironía: "Todavía no recibí ninguna felicitación de Spassky. Creo que yo le voy a mandar un telegrama: 'Felicitaciones por ganarte el derecho de encontrarme en el partido por el título'". Ya se sentía el mejor del mundo.

"Todas las mujeres son débiles. Son estúpidas comparadas con los hombres. Nunca deberían jugar ajedrez". -- Bobby Fischer

Fischer llegó a su Everest en 1972. El duelo por el título era, además, un enfrentamiento político por el clima internacional: la guerra fría. También representaba la dicotomía entre genialidad individual y una escuela consolidada. Bobby estaba solo, como siempre. Viajaba, apenas, con un par de amigos. Spassky lo esperaba en Reykjavik, Islandia, rodeado de cientos de analistas soviéticos.

Por supuesto, antes de sentarse a jugar Bobby se puso exigente. Primero anunció que no quería viajar: "En la tele de Reikjavik no se emite mi serie favorita". En verdad buscaba que aumentaran el dinero de los premios. Lo hicieron: treparon hasta 250 mil dólares. Subió al avión, no sin antes recibir un ultimátum del secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger. El mito indica una frase contundente: "Mueva el culo". Los pedidos siguen: que no filmen la serie (el zumbido de la cámara lo distrae), que retrasen a los espectadores, que los espectadores no hablen, que los espectadores no miren, que los espectadores no sientan, que no haya espectadores.

Pero en el tablero se vuelve imbatible. Fischer destroza a Spassky y a la escuela rusa. El campeón depuesto declara: "Cuando jugás con Bobby la cuestión no es ganar o perder. La cuestión es sobrevivir". Bobby anuncia que expondrá su título dos veces por año, llega a su país recibido como un héroe, rechaza contratos millonarios para comericales. Es una estrella en el mundo.

Entonces algo se rompe. No expone su título durante el primer año, ni el segundo, ni el tercero. Renuncia a su título. Y desaparece.

"Odio a la prensa. ¿Va contra la ley matar a un periodista?" -- Bobby Fischer

Ahora Bobby Fischer es un rumor. Para muchos, está muerto. Alguien comenta que se recluyó en un monasterio, otro asegura que lo vio en Chicago vestido como un mendigo. En seis años nadie nada. De pronto vuelve a la tapa de los diarios: un policía lo confunde con un ladrón de bancos prófugo. Él pasa tres días preso en Pasadena y escribe un libro en el que asegura que lo torturaron.

Otra vez, se desvanece. Esta vez por once años.

Los pocos amigos que lo contactan aseguran que se ha vuelto paranoico. Que se pasea con un maletín negro y no lo suelta jamás. Que un dentista le sacó las emplomaduras de sus dientes porque estaba convencido de que le habían implantado micrófonos en ellas. Que rechaza ofertas millonarias para volver al ruedo. Que cobra 2.500 dólares por una charla telefónica.

En 1992, 3,5 millones de dólares lo convencen para dar la cara, una cara con barba, algo desconocida. Reaparece en Yugoslavia para reeditar su match contra Spassky. Yugoslavia: un país arrasado por la guerra, y sobre el cual pesaban sanciones de la ONU. Llega una carta de Estados Unidos: le dicen que no vaya, que puede caer preso.

Desafiante, Fischer se presenta a la revancha, toma la carta del gobierno y la escupe. Pasa a ser un fugitivo. Y verlo se transforma en imposible.

"Soy un individuo detestable. Mis ideales son el ajedrez y el dinero. Quiero ser riquísimo. Todos quieren serlo, pero ninguno lo dice. ¿Es pecado?" -- Bobby Fischer

Rueda por Hong Kong, Islandia, Suiza, Filipinas y Hungría. Crea un nuevo tipo de ajedrez, el Fischerandom, en el que se sortea la posición inicial de las piezas. "El ajedrez clásico es arbitrario y aburrido. Ya terminé con él", sorprende. Presenta su invención en Buenos Aires, en lo que fue su última aparición pública. Viaja. Viaja mucho. Tiene una hija en Manila.

En 1999, halla otra afición: la radio. Allí encadena barbaridades. "Los judíos me persiguen". "Estados Unidos es un país ilegítimo como el estado bandido de Israel". "Bush es un retardado". Su mayor locura llega el 11 de Septiembre de 2001. Justo después de la caída de las torres le dice a Bombo Radyo, en Manila: "Esta es una noticia maravillosa. Ya era hora de que alguien le diera una patada en el culo a los malditos Estados Unidos. Ojalá desaparezca del mapa. Nadie allí entiende que Israel estuvo masacrando a los palestinos por años".

En diciembre de 2005, su pasaporte estadounidense es revocado. El 15 de julio, cuando quiere dejar Tokio para visitar a su hija en Manila, es detenido. Lo acusan de intentar dejar el país sin un pasaporte válido. Pasa ocho meses preso y enfrenta una deportación a su país, donde serviría una condena mucho más larga.

Lo salva Islandia. Como agradecimiento a aquella partida del ´72 que puso a Reykjavik en el mapa, le dan asilo. Y él vive en un departamento, solo, saliendo muy poco y leyendo libros de política internacional.

Algunos dicen que en noviembre pasado lo internaron en un hospital psiquiátrico. Otros, que volvió a vivir a Budapest. Sea como fuera, el genio de Bobby desapareció hace tiempo. Y aunque ahora vuelve a haber un fantasma desaparecido de barba blanca, ya no se trata de un ajedrecista: se trata, apenas, de un lunático que se parece bastante a Bobby Fischer.

"Me opongo a que digan que soy un genio del ajedrez. Me considero un genio en general que, casualmente, juega al ajedrez. Es muy distinto. Miren a Kasparov: él es un genio del ajedrez. Fuera del tablero, en cambio, es un idiota". -- Bobby Fischer