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Lo bueno, si duele, dos veces bueno

PITTSBURGH -- En su autobiografía titulada "El Autobús: Mi Vida Dentro y Fuera del Casco", el futuro miembro del Salón de la Fama Jerome Bettis describe las duras exigencias físicas de la NFL, y el esfuerzo que debió hacer para sobrevivir 13 temporadas y eventualmente transformarse en el quinto mejor corredor en la historia de la liga y campeón del Super Bowl.


Durante la temporada 2000 de los Pittsburgh Steelers, Bettis acarreó el ovoide por 1,341 yardas, y lo hizo a pesar de jugar con un dedo del pie lesionado, una hinchazón del tamaño de una bola de billar en la parte baja de su pierna izquierda, costillas dañadas y una rodilla izquierda golpeada.

Jerome Bettis

ESPN

Bettis relata sus experiencias de NFL en su autobiografía

En las semanas en que había partido, solamente practicaba los jueves y viernes, y a veces, solamente los viernes.

Los sábados no eran para nada divertidos. Aún con los horarios de práctica limitados, mi rodilla se hinchaba. Por eso, cada sábado un médico del equipo venía y me infiltraba la rodilla. La aguja era tan larga y gruesa como un lápiz número 2. Piensen en eso por un momento. Luego, el doctor extraía todo tipo de pus, sangre y pequeños pedazos de cartílago.

Si, dolía. Caramba si dolía. Pero si quería jugar, eso era lo que tenía que hacer. El dolor es parte del deporte. Es una parte tan importante del deporte como lo son el público o los comerciales de cerveza o las cámaras de televisión. Si no puedes soportar el dolor, no puedes jugar en la NFL.

Yo dejé que Jarrett Bell, del periódico USA Today y a quien he conocido durante mucho tiempo, me usara como tema central para una nota que estaba escribiendo sobre el castigo que una temporada de NFL le impone a un cuerpo humano. Él lo vió todo. Mi tobillo morado. Mi trasero golpeado. Los moretones rojos en mi espalda. Las cicatrices. Los rasguños y cortes en mis brazos y piernas. Los tendones desgarrados en mis pulgares. El dedo anular al que le falta un pedazo de carne.

Él me vio intentando salir de la cama esa mañana. Me llevó muchísimo tiempo. Le dije que a veces no podía ni bajar las escaleras de mi casa. En lugar de eso, tenía que sentarme en el escalón superior y muy, muy despacio ir deslizándome hacia abajo apoyado en mi trasero.

Ésta era la vida que yo elegí, por lo que no estaba deseando quejarme. Pero no creo que el fanático promedio de la NFL tenga la menor idea de lo que hace falta para jugar este deporte cuando uno está lesionado. Las costillas rotas son una de las peores lesiones. Yo lo sé, porque una vez me rompí tres costillas, lo cual es muy poco usual. Por lo general se puede quebrar una, pero yo hice la trifecta.

Uno se puede hacer rayos-X para detector las quebraduras. Pero los rayos-X no sirven de nada cuando llega el momento en el que el médico te inyecta los analgésicos que te permiten jugar un partido. No es que no se pueda mirar a los rayos-X y simplemente conectar los puntos. No funciona así.

No, uno tiene que levantar el brazo y luego él mete una aguja ahí, toca el hueso con la punta de la aguja para encontrar el punto exacto de la fractura, inyectar el analgésico, y luego sacar la aguja. Luego pone una nueva aguja, la inserta en la carne, toca el siguiente hueso, y la saca. Y luego pone otra aguja, inserta, toca, inyecta, saca, y así.

¿Y mencioné acaso que uno no puede moverse mientras hace esto? Si te mueves y la aguja se mete muy adentro te puede pinchar el pulmón.

Esas inyecciones de analgésicos eran un mal necesario. Con las costillas rotas, la posibilidad de que se quiebren aún más y que corten algo ahí adentro era muy poca, por eso me resultaban un riesgo aceptable. La posibilidad de que yo me lesione aún más era muy poca.

Pero yo nunca me pondría analgésicos en mi rodilla o en las piernas. En esas partes del cuerpo uno necesita sentir el dolor. Si no lo haces, un ligamento golpeado se puede transformar en un ligamento roto.

Mis compañeros de equipo y mis entrenadores me presionaban para hacerme inyecciones de analgésicos. Pero existe un entendimiento tácito sobre cómo jugar con lesiones en la NFL.

Un entrenador y los otros jugadores tienen que saber que pueden contar contigo. Si un tipo no toma analgésicos, lo ven como un tipo débil. No saben si realmente pueden depender de ti.

El dolor y yo tenemos una extraordinaria relación. Siempre encontramos la manera de hacer que todo funcione. Una lesión puede doler muchísimo, pero mi umbral de dolor es muy alto.


La siguiente temporada, en un 2 de diciembre ante los Vikings de Minnesota, Bettis sufrió una severa lesión en la entrepierna. Pero esa no es la verdadera razón por la cual se perdió el partido de playoff de la división AFC de los Steelers ante los Baltimore Ravens.

En ese momento yo no lo sabía, pero me había arrancado el 30 por ciento de mi músculo del muslo del hueso. Al principio el dolor era intenso. Pero una vez que se asentó yo pensé que podía volver al partido. Lo intenté, pero cuanto más jugaba, más me dolía. Algo andaba muy mal.

Ésta fue una lesión dura porque el tiempo y el descanso eran las únicas cosas que podían ayudar a curar ese tipo de lesión. Pero no tenía el lujo de tener tiempo. Los playoffs comenzaron en enero y yo no estaba dispuesto a perderme la postemporada por ningún motivo.

Lo que me mató es que yo estaba jugando muy bien en ese momento. Tenía acumuladas 1,072 yardas y lideraba la liga en acarreo cuando me lesioné. Faltando cinco partidos para terminar la temporada regular, si yo terminaba hubiese acumulado entre 1,400 y 1,600 yardas en la temporada completa.

En lugar de eso, me tuve que quedar afuera. No tuve opción.
Cuando estaba mirando desde los lados, ganamos cuatro de esos cinco partidos y terminamos la temporada con marca de 13-3. Ray Lewis y los Ravens eran nuestros oponentes en los playoffs de la división.

Mientras yo hacía precalentamiento para el partido con los Ravens sentí un pequeño estirón. No fue terrible, pero para estar seguros fui a ver al médico del equipo, el Dr. James Bradley, y le pregunté si me podía poner una inyección para el dolor. Me puso la inyección, sin problemas.

Volví al campo de juego, y mientras caminaba, se me enredaron los tapones de los botines en el pasto y casi me caigo. "Eso es rarísimo", pensé. Luego traté de trotar un poco y me tropecé de nuevo. Y luego otra vez.

Algo no andaba bien. Entonces, decidí meterme en el vestuario y sentarme unos minutos. Me estaba sintiendo mal y no sabía lo que estaba pasando.

En el Heinz Field uno tiene que subir unos escalones para llegar a los vestuarios de los Steelers. Mientras subía esos primeros escalones, mi pierna izquierda se me durmió totalmente y me caí al piso.
"¿Qué diablos pasa?", pensé.

De algún modo logré subir las escaleras, pero con cada segundo que pasaba mi pierna estaba menos y menos funcional. Cuando ví al Dr. Bradley en los vestuarios le dije que me sentía como si mi pierna entera estuviese dormida.

De repente vi como los ojos del Dr. Bradley se llenaban de pánico y comenzaban a llenarse de lágrimas.

"Doctor ¿qué pasa?" dije.

"Jerome, el medicamento debe haber llegado a tu nervio femoral. Tu pierna entera se va a dormir por completo".

Yo no lo podía creer. "¿Cuánto tiempo estará dormida?

"Ocho horas", dijo.

Ocho horas significaba que yo no podría jugar el partido. Ocho horas significaban que mi temporada se terminaba si los Ravens nos derrotaban. Fue el sentimiento más feo que tuve en mi vida.

Comencé a llorar como un niño. El Dr. Bradley comenzó a llorar como un niño. No podíamos parar. Me dijo lo apenado que estaba, y yo pensaba "es un partido de postemporada, uno de los partidos más grandes de mi vida, ¿y me pasa esto a mí?".

Fue un accidente, claro. Cuando me dio la inyección en la entrepierna, en el lugar donde le yo le dije que ponga la aguja, el medicamento se fue deslizando hacia el nervio femoral. Gravedad.
Después de nuestra sesión de llanto, el Dr. Bradley tuvo que darle la noticia al entrenador Cowher.

"¿Podremos tenerlo para el comienzo de la segunda parte del partido?", preguntó el entrenador Cowher.

"Espero que podamos tenerlo de regreso esta noche", dijo el Dr. Bradley.

No tomó mucho tiempo para que las noticias corrieran por los vestuarios. Yo podía escuchar los susurros de mis compañeros cuando se contaban el uno al otro lo que había pasado. Entonces, uno por uno, mis compañeros de equipo empezaron a desfilar por los vestuarios a darme una mirada de aliento o una palmada en la espalda. Yo no podía levantarme (en ese momento mi pierna ya estaba completamente dormida), por lo cual les agradecía con la vista mientras trataba de detener las lágrimas.

El entrenador Cowher llamó a todos al medio de los vestuarios y nos dio uno de los mejores discursos que yo haya escuchado.

"Cuando un compañero de equipo está caído", dijo, "ustedes tienen que levantarlo. Jerome quiere estar ahí con ustedes, pero esta vez no podrá hacerlo. Por lo tanto tienen que salir y hacer el trabajo por él".

Yo no pude evitarlo, comencé a llorar nuevamente. De hecho, el equipo entero se unió en el llanto. Fue un momento muy emotivo, un discurso tan honesto. Uno casi podía sentir la energía en el lugar cuando el entrenador terminó de hablarle al equipo.

Y luego de eso, salimos y destrozamos a Baltimore, 27-10. Yo mire todo por TV desde los vestuarios. Estaba tan orgulloso de ellos. Estábamos en camino al Juego de Campeonato de la AFC ante los Patriots.

"El Autobús: Mi Vida Dentro y Fuera del Casco" ha sido publicado por la editorial Doubleday. Esta parte de la historia ha sido publicada con permiso de la editorial.