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El primer mensajero

Arocha rompió una barrera de casi 30 años en Grandes Ligas Getty Images

Cuando se reescriba la historia del béisbol cubano, René Arocha tendrá un capítulo fundamental.

Sin proponérselo y casi de casualidad, Arocha se convirtió en una suerte de Jackie Robinson cubano, al romper una barrera que duró 30 años.

Por tres décadas, el gobierno de Cuba tuvo el control absoluto de sus atletas y especialmente de los beisbolistas y los boxeadores, las dos joyas del deporte de la isla.

El 4 de julio de 1991, Arocha, lanzador estelar de la selección nacional cubana, aprovechó una escala en Miami para desertar, en busca de nuevos horizontes.

Desde la Serie Mundial amateur de Costa Rica en 1961, ningún integrante del equipo Cuba había abandonado la delegación.

Cierto que en 1984, Bárbaro Garbey, quien fuera estrella en la isla, formó parte de los Tigres de Detroit que ganaron la Serie Mundial.

Pero Garbey, quien llegó por el puente marítimo del Mariel en 1980, se encontraba suspendido de por vida en la isla por amañar partidos.

Arocha fue, oficialmente, el hombre que rompió la barrera impuesta por el régimen de La Habana, al eliminar el deporte profesional en 1962.

Su deserción dejó en shock a Cuba entera y la noticia hasta fue publicada en el diario oficialista Granma, un periódico que trata siempre de esconder la realidad del mundo y darle a los cubanos la versión que le conviene al régimen.

Por supuesto que la nota del Granma llenó a Arocha de los más ofensivos epítetos, incluido el de traidor a la patria, como si se tratara de un militar que en medio de la batalla se cambia al bando enemigo.

En las esquinas de La Habana, la huida del lanzador era tema de debate, que sí lograría imponerse a las exigencias del mejor béisbol del mundo; que si fracasaría en el intento.

Un vecino me dijo entonces: "¡Queeeé va!, Arocha allá se va a morir de hambre..."

Recuerdo haber sacado una simple cuenta matemática: "Mira, -- le dije a mi interlocutor -- en las Grandes Ligas hay 26 equipos (entonces no existían ni los Marlins, los Rockies, los Rays o los Diamondbacks). Supón que cada equipo tenga diez lanzadores. Serían 260 en total. ¿Tú no crees que Arocha sea uno de los mejores 260 pitchers del mundo? Aunque sea como relevista puede llegar, ¿no?".

"Lo curioso es que yo no me quedé para jugar en Grandes Ligas", rememora Arocha en una caliente tarde de mayo en Miami, donde el verano se adelantó y hace reverberar el terreno donde el ex lanzador ofrece sus conocimientos a nuevos serpentineros.

"Yo sólo quería vivir mi vida sin darle a nadie cuenta de mis actos. Yo nunca había visto un juego de Grandes Ligas y sólo conocía de nombre a José Canseco, así que, como casi todo el mundo en Cuba, creía que los peloteros de aquí eran robots, máquinas de jugar béisbol. Y pensaba que ni de casualidad tendría un espacio entre ellos".

Y es que por décadas, hablar de Grandes Ligas fue un tabú en Cuba, donde el gobierno prohibió cualquier referencia en la prensa sobre el mejor béisbol del mundo por las tentaciones que aquello pudiera representar para sus jugadores.

Pero bastó una invitación a un juego entre los Yankees y los Atléticos en Oakland para que Arocha supiera que se trataba de seres humanos.

"Yo puedo lanzar en esta pelota", le dijo René entonces al veterano periodista deportivo cubano Sarvelio del Valle, quien le acompañaba.

Y tenía razón. Comenzó a prepararse bajo la tutela de Manuel Hurtado, estrella del pitcheo en la isla en las décadas de los 60 y 70, quien se encargó de ponerlo en forma para mostrarse ante los cazatalentos.

Por su parte, Del Valle lo puso en contacto con Gus Domínguez, quien entonces se iniciaba en el negocio de la representación de peloteros y que resultó ser el que lo guió hacia su primer contrato de 109 mil dólares.

Después de un complejo proceso, muy diferente al de ahora en el que los desertores buscan residencia en un tercer país y firman como agentes libres con salarios notorios, Arocha fue firmado por los Cardenales de San Luis y enviado a las Ligas Menores.

"En las Menores aprendí mucho, porque con lo que llegué de Cuba no creo que hubiera podido. Me enseñaron a tirar la sinkerball para lanzarle pegado a los bateadores, algo que allá no se hacía, pues con el bate de aluminio que se usaba entonces, uno lo que trataba era de alejar la pelota del plato".

"Me cambiaron también la dirección de la slider, pero sobre todo, aprendí a pensar más en la lomita, a saber qué envío usar en cada situación", recuerda el habanero.

El 9 de abril de 1993, ante los Rojos de Cincinnati, Arocha se paró por primera vez en un montículo de Grandes Ligas y demostró lo que le había dicho a Sarvelio del Valle dos años antes: sí podía lanzar en esta pelota.

En ocho entradas completas permitió dos limpias y cuatro hits, con tres ponches y un boleto, para apuntarse la victoria, su primera en Grandes Ligas, con pizarra de 8-2.

Con sus pitcheos, ese día no sólo derrotó a los Rojos, sino que envió un mensaje alto y claro a sus colegas de la isla.

Como mismo Jackie Robinson derrumbó en 1947 la infame barrera racial, Arocha rompió una cerca ideológica, invisible, que aparentaba ser tan gruesa y sólida como el Muro de Berlín.