Alvaro Morales 17y

El 'Bulldog' de Tacubaya

MEXICO DF -- Hay noches en las cuales el verano moscovita de 1980 despierta a Daniel Zaragoza.

Un mal sueño, que sin enloquecer su cotidianidad, le exige atención en el silencio de su cuarto.

Los riesgos del ring

Siempre se lo consideró uno de los más valientes peleadores mexicanos. Pero alguna vez, el Bulldog también sintió miedo de morir. Lee más aquí

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  • No conquistar la medalla olímpica aún le duele a Daniel Zaragoza.

  • El peligro del sida en el boxeo fue parte de su carrera.

  • Zaragoza habla de los beneficios del boxeo en televisión abierta

  • La trayectoria del ex campeón y cómo logró llegar a la cima

  • Le gustaría gritarle ¡ya basta!, y eludirlo. Mas no puede.

    Y todo por aquel julio del 80, cuando se lanzó a la conquista del Olimpo.

    "Nunca se me va pasar del todo", dice Zaragoza. "Tengo cuatro cinturones del mundo, pero siempre tengo el gusanito de no haber ganado la medalla olímpica".

    Ocurrió en su tercer combate: Daniel sufrió un corte en la cabeza contra el guyanés Michael Parris y el réferi detuvo las acciones.

    El médico lo revisó y antes de suspender la pelea, el mexicano volteó a un lado y otro en busca de un directivo defensor. Nadie. Estaba solo.

    "El delegado --relata--, se había regresado para atender un problema familiar, así que nadie apeló y detuvieron la pelea".

    Él quería seguir, y la herida --insignificante, según sus palabras--, sirvió de pretexto para destruir la ilusión de honrar a su país con la mayor cantidad de preseas olímpicas. Un deseo que nació de la admiración a su hermano Agustín, medallista de bronce en México 1968.

    Danny tenía 23 años y hasta entonces, jamás intercambió puñetazos por lana, guita, plata...

    La frustración lo convirtió al profesionalismo en octubre del '80 y los recuerdos empezaron la persecución.

    "Es algo que no me deja dormir", reconoce. "Al ser tan injusto lo que pasó, me dije: no más torneos por medallas. Si me van a doblar que me doble bien, pero yo me quedo con el dinero".

    A pesar de ello, no se arrepiente de su elección.

    Nativo del barrio de Tacubaya, en la Ciudad de México, Zaragoza (1957) procede de una familia portadora de una carga genética boxística.

    Su padre, don Agustín, peleó en los 30 y 40, época en la cual participaba hasta en dos funciones por semana para alimentar 12 hijos.

    Y su hermano -el ya mencionado Agustín hijo-, se erigió como uno de los nueve medallistas locales en el '68.

    "Era sencillo: en mi casa se desayunaba, comía y cenaba boxeo".

    Sus combates se caracterizaron por salpicar más sangre que en las carnicerías. Y, al carecer de una pegada de poder, conquistaba los encuentros por inteligencia, estrategia y resistencia.

    Se asemejaba a un bulldog. Triunfara o fracasara, ni él ni nadie salía ileso.

    "Era un peleador toda entrega", se define. "Con muy buena condición física, que se moría en la raya y al cual había que apostarle".

    Tanto sus victorias como derrotas trascendieron a lo épico.

    La ferocidad y capacidad para soportar golpes provocaron admiración y dejó huella en otros lares, como en Lejano Oriente, donde lo consideraban un guerrero. Los asiáticos se fascinaban cuando sangraba.

    "Durante mi carrera en Juegos Olímpicos y como profesional, he tenido muchas y grandes victorias, pero también grandes derrotas. Esta victoria es asombrosa y ni siquiera la muerte puede quitármela".
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    -- Zaragoza sobre su ingreso al Salón de la FMA Internacional del Boxeo.

    Durante su carrera, enfrentó a seis pugilistas de aquel continente. Y a todos venció.

    En 1991, el japonés Kiyoshi Hatanaka ostentaba el campeonato. Una ley no escrita del pugilismo, lo obligaba a noquear o matar en Asia para arrebatar la corona.

    El mexicano viajó a Nagoya y sorprendió al quitarle el título por decisión dividida. Aunque no lo noqueó ni lo mató, lo retiró. Oriente la consideró la mejor pelea de la década.

    Después, Joichiro Tatsuyoshi, otro nipón quien lo retó en 1996 y 1997. En ambas, el Bulldog de Tacubaya retuvo: la primera por la vía del cloroformo y la otra por votación unánime.

    "Me di cuenta de lo que fue Daniel Zaragoza porque en Japón me expresaban que era el boxeador mexicano mas conocido hasta la fecha. No porque yo haya sido el gran boxeador, simple y sencillamente porque le gané al máximo ídolo de todos los tiempos en Japón: Joichiro Tatsuyoshi".

    Fiel a su apodo, el zurdo defendió su cinturón con las mandíbulas. Y, de perderlo, lo buscaba de nuevo.

    El 29 de febrero de 1988, se le presentó la oportunidad para eregirse campeón mundial supergallo por primera vez. Sin embargo, el destino lo confrontó con uno de sus ídolos: Carlos Zárate.

    "Su nombre tenía mucho peso sobre mí y aún lo sigo admirando", dice. "Tuve que superar el impacto de enfrentar a uno de los mejores libra por libra en todos los tiempos".

    ¡Y vaya si lo era! Zárate demolía, destruía y desfiguraba rostros con sus manos. El vigor de sus puños rayaba en la obscenidad y el sadismo. En 70 peleas, El Cañas registró 66 victorias, 63 por nocaut. Un supergallo que dominó una época, pero al cual, lo doblegaron los vicios.

    El Great Western Forum de Inglewood, California, atestiguó la disputa entre los dos por el título vacante del Consejo Mundial de Boxeo. Zaragoza, seis años menor que el de Tepito, se impuso en 10 asaltos por la vía rápida contra uno de los noqueadores más temibles en la historia.

    Si bien recuperó el fajín del orbe, escondió la alegría frente a su ídolo: "Más que nada no celebre porque era ganarle a un icono del boxeo mexicano. Sí me molestaba pegarle, pero era él o yo".

    Aquella fue la última pelea de Carlos Zárate. El nuevo monarca, de 31 años, retiraba al viejo, de 37.

    La misma situación, la viviría nueve años más tarde, cuando se topó con Erik Morales. El 6 de septiembre de 1997, el County Coliseum del Paso, Texas, albergó su última cruzada.

    El capitalino se sentía pesado para su quinta defensa del cinturón y portaba 40 años, 19 más que el Terrible, quien lucía hambriento por consagrarse soberano universal de la división supergallo por vez primera. La disputa se alargó al penúltimo episodio y Morales se impuso por nocaut.

    Daniel perdía la corona del CMB y colgó los guantes para siempre. "Es la ley de la vida: siempre el joven va a surgir y el viejo tiene que resignarse a buscar algo que hacer que no sea cambiar golpes. Es lo más común en las etapas del ser humano".

    Lo mismo pasó cuando retiró a Zárate y a Hatanaka. Su esposa -cuenta Zaragoza- le pedía la revancha a gritos, no obstante, se resistió. Se sentía satisfecho con lo obtenido y jamás se calzó un guante para pelear.

    Con frecuencia, reflexiona sobre su destino: si en vez de optar por el profesionalismo, lo hubiera rechazado. "Es la pregunta que siempre me he hecho", comenta. "Siento que pude aguantar cinco Juegos Olímpicos, pero las tuve que disfrutar por televisión".

    Y aunque hay noches en las cuales Daniel se despierta por la pesadilla de Moscú, el domingo 13 de julio del 2004 recibió un gran premio al ingresar al Salón de la Fama del Boxeo Internacional.

    La entronización incluía a los gladiadores Azumah Nelson, Carlos Palomino y Dwight Muhammad Qawi.

    Aquel día, en Canastota, Nueva York, pronunció las siguientes palabras: "Durante mi carrera en Juegos Olímpicos y como profesional, he tenido muchas y grandes victorias, pero también grandes derrotas. Esta victoria es asombrosa y ni siquiera la muerte puede quitármela. Llegar a este museo no es una derrota del todo".

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