Siguen pasando los años y continúa habiendo partidos cada día. Sin embargo, el mundo del tenis cada 6 de julio se pregunta lo mismo: ¿se disputará una final con tanta carga emocional como la de Wimbledon en 2008? Hace 17 temporadas, Rafael Nadal superó a Roger Federer por 6-4, 6-4, 6-7 (5), 6-7 (8) y 9-7 en 4h48m, en uno de los encuentros más memorables de la historia del tenis.
Por ese entonces, el gran dominador del circuito era el suizo, quien venía de ganar 10 de los últimos 16 Grand Slams antes de su llegada a Londres (sólo Roland Garros era su piedra en el zapato). De hecho, había levantado las últimas cinco copas en la capital británica y era el gran favorito a estirar su reinado sobre césped. Parecía imbatible, ya que había sido campeón entre 2003 y 2007 y acumulaba una racha de 65 triunfos consecutivos en la superficie. No obstante, apareció un jugador que supo neutralizar sus fortalezas y aprovechar sus debilidades.
El español, que arribaba luego de ganar un título en Queen's, rompió con los pronósticos. Golpeó de arranque, soportó las dos interrupciones por lluvia (en total, el encuentro se definió en más de ocho horas) y lo selló con un quiebre en el 15º game del set decisivo. El partido acabó bajo las luces artificiales de la cancha central del All England Lawn Tennis and Croquet Club, dado que culminó a las 21.15 -había comenzado cerca de las 14.35-.
¿Cuál fue la clave del partido? Roger apenas logró quebrar una vez en 13 oportunidades. Otra diferencia estuvo en los errores no forzados: el helvético, en su afán por evitar el peloteo constante, arriesgó de más y cometió 52 errores, 25 más que su adversario.
"Es mi victoria más importante. Ganar este torneo, ganándole al cinco veces campeón, es un sueño hecho realidad", dijo el manacorí, en la ceremonia de premiación. Por su parte, Su Majestad afirmó: "Estoy decepcionado, obviamente. Pero Rafa se lo merece. Jugó bien. Es duro perder este título, pero he tenido una gran racha aquí. Creo que estaba destinado a perder en algún momento, ¿no?".
Se trató de la segunda final más larga en la historia de Wimbledon, una marca que fue superada recién en 2019 durante el duelo entre el propio Federer y Novak Djokovic.
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