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Richard, el verdugo de blanco

Del otro lado de la red, un viejo conocido. Ya se habían enfrentado en 11 ocasiones, con un saldo desfavorable para él de 3-8. Pero ahí estaba, sin el mote de candidato. No llegaba en su mejor momento ni en su superficie predilecta, más allá de que su juego tenía todo para sí lo sea. Levantó la vista y estaba el décimo cabeza de serie. Con un juego vintage de espectacular saque y red y unos golpes de fondo súper estéticos se asomaba el campeón de 1991 y reciente finalista en Roland Garros: Michael Stich. El duelo era por los octavos de final, en el césped de Wimbledon. Y esta vez la balanza cayó de su lado por un inapelable 6-4, 7-6 (5) y 6-4 en un choque de dos torres a puro bombazo de servicio.

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Llegaba a Wimbledon 1994 como una verdadera amenaza. Su N°23 del mundo lo dejaba fuera de los cabezas de serie dado que por entonces sólo eran 16 en los Grand Slam. Y los favoritos querían evitarlo en el sorteo. Un año antes había sucumbido en octavos de final ante Andre Agassi. Era tiempo para más. Se fue en primera ronda ante Darren Cahill, por entonces N°217. Al año siguiente sí se vio entre los preclasificados. Ahora sí. Era tiempo para más. Sin embargo él se topó en el debut con uno de los jugadores a evitar, el estadounidense Bryan Shelton (#86), que en la anterior edición había eliminado a Stich y trepado hasta los octavos de final. Fue derrota nomás, en sets corridos.

En 1996 llegaba a los golpes. La baja a 3 días del inicio del torneo de Thomas Muster, número dos del mundo, lo posicionó por la ventana en el puesto 16 de los preclasificados. Dos buenas victorias sin ceder parciales y en el panorama un buen rival en tercera para seguir avanzando. Pero de nuevo los fantasmas. Mal clima, frío y viento para recibir el duelo en la vieja Pista 2, el llamado "cementerio de los campeones". Y ahí se encontró set iguales y 1-4 ante Brett Steven. "Entonces conecté mi cabeza", recordó Krajicek años después, en charla con la ATP. "Dale, vamos a dejar de quejarnos y a jugar, me dije. Fue probablemente el partido más importante mentalmente", agregó. De ahí en adelante ganó 11 de los siguientes 13 games y avanzó a los octavos de final, donde lo esperaba Stich. Era tiempo para más.

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Wimbledon 1992. Un joven holandés llegaba con grandes credenciales tras hacer una fuerte irrupción en el circuito al alcanzar las semifinales del Australian Open. Había pasado Roland Garros, pero el polvo de ladrillo no era su escenario de confort. Su juego de potente servicio, buena derecha y sublime volea se acomodaba a la perfección al césped londinense, más aún tras dos victorias en línea en sets corridos. Pero la situación lo superó en la tercera ronda y el francés Arnaud Boetsch le puso el freno en cinco parciales: 4-6, 7-6 (6), 3-6, 7-6 (5) y 6-2. Y Richard se fue al pasto en la conferencia posterior, en plena lucha -como en los últimos 50 años prácticamente- por las diferencias del prize money entre hombres y mujeres. "El 80% del Top 100 de la WTA son cerdos gordos que no merecen la misma paga..." Y automáticamente, aclaró. Y la embarró aún más, haciéndose el gracioso. "Lo que quise decir es que sólo el 75% son cerdos gordos".

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"Si te vas de vacaciones, me voy. Wimbledon es el torneo más grande del año. Vas a mirar atrás en tu carrera y te preguntarás qué hiciste", le lanzaba un ofuscadísimo Rohan Goetzke, su entrenador por entonces, a Richard Krajicek tras la derrota ante Paul Haarhuis por 6-4 y 7-5 en Rosmalen, en el inicio de la gira sobre césped en 1996. "No hay nada mal en tu juego. Sacas y restas bien. ¡Eres un llorón!", le ajustició el coach, en palabras que rescató ATP.

Haarhuis era un buen jugador. Top 30 y muy peligroso. La derrota podía suceder. El problema era la actitud. Krajicek estaba falto de confianza, sin motivación. Unas vacaciones en Austria junto a su esposa parecían ser la solución a sus problemas. Desligarse del tenis por unas semanas encajaba perfecto para recargar energías. El tiempo de descanso, no obstante, fue menor a lo estipulado. Algo cambió en su cabeza.

- Hola Rohan. Voy para allá. Nos vemos en Londres.

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Richard llegó al All England Club falto de ritmo y con poca confianza, pero con muchas ganas. Y con una clave: Andre Agassi en su título en Wimbledon en 1992 había jugado poco y nada sobre césped y mucho sobre canchas duras. "Lo leí en un reportaje", apostilló Krajicek a la ATP sobre el "secreto" del Kid de Las Vegas. "Quizás estaba sacando y voleando bien, pero no tenía timing. Sólo quería ritmo. Golpeé unas cuantas veces en pista dura, sólo 20 minutos al día, así mantuve una buena sensación". Y qué mejor receta para enfrentar al todopoderoso Pete Sampras en La Catedral que la de su nemésis.

El N°1 del mundo llegaba al duelo de cuartos de final con una racha de 25 victorias seguidas en Wimbledon, con los títulos de 1993, 1994 y 1995 sobre sus espaldas. Pero una hora y 53 minutos fueron suficientes para sentenciar su única caída en 67 partidos y siete coronas, sumando las cuatro del tándem 96-99.

El punto de inflexión del match llegó bastante rápido. Apenas en el tercer game. Ahí el holandés de 1.96 metros pudo levantar las cinco chances de quiebre en contra. Esa situación le dio coraje y confianza en el Court Central. Y además tuvo tiempo para pensar, porque la lluvia interrumpió el partido en el 2-2 por casi cuatro horas. Y Pete también tuvo tiempo para pensar sobre esas oportunidades desperdiciadas. El juego de Richard fluía a la vuelta, sin fisuras en su saque: quiebre y set. Y después, una verdadero partido dentro del partido, en el segundo parcial -de una hora y 37 minutos- definido en el tiebreak.

Para el final hubo que esperar un día más, ya que el duelo fue suspendido con el 1-1 en el tercer set. Ahí, las dos corrientes: Sampras tenía tiempo para dibujar en su cabeza los errores cometidos y salir a jugar un partido nuevo. Y Krajicek tenía claro cuál era el plan a seguir. Derrotar a Pete no era algo nuevo para él. Lo había vencido en 2 de los 4 cruces. En el retorno, el golpe de gracia del holandés de padres checos. Un quiebre y camino despejado para la victoria más importante de su carrera. Luego, claro, vendrían los triunfos -en sets corridos- ante Jason Stoltenberg y Malivai Washington en semis y final, respectivamente, pero el título lo ganó ese día, cuando puso de rodillas al rey de Wimbledon.