El adiós de Tranquilo Capozzo

El glorioso bote doble par argentino que ganó la última medalla de oro olímpica se partió justo por la mitad y Eduardo Guerrero se quedó sin su incomparable compañero: el legendario "Tano"

BUENOS AIRES -- El glorioso bote doble par argentino se partió justo por la mitad y Eduardo Guerrero se quedó sin su incomparable compañero.

Tranquilo Capozzo. El "Tano" Capozzo, en su delirio, imaginó venir remando desde Valle Hermoso, en Córdoba, hasta su otrora amado Tigre e internarse en las aguas de la olvidada pista del Río Luján, hasta que, casi sin darse cuenta, se encontró con la eternidad. Eso sucedió el 14 de mayo de 2003.

Desde ese momento, la última medalla olímpica de oro obtenida por la Argentina en Helsinki, el 23 de julio de 1952, no sentirá nunca más las caricias de las rudas manos de ese Tano que, junto con las de Guerrero, impulsaron aquella vetusta embarcación en el fiordo de Meihlati.

La vida del Tano constituye una historia muy particular. Nació en Estados Unidos el 25 de enero de 1918, sus padres se separaron, su madre se lo llevó con ella a Italia y, cuando los vientos de guerra empezaron a soplar en Europa, desembarcó en la Argentina en 1936.

Tenía 18 años, alto, de físico fuerte, rubión, de pelo ondulado y bigotes de la época. Sus bolsillos estaban flacos de dinero y asumió la responsabilidad de mantener a la familia. Le gustaba el deporte. La bicicleta era una buena compañera en las horas libres. Un día, ya afincado en el Tigre, se acercó al club Canottieri Italiani y comenzó a disfrutar del placer de remar.

EMPEZAR A LOS 27 AÑOS
Lo hacía como distracción, sin pensar en la competición. Hasta que un dirigente le dijo: "Te vimos remar. Consideramos que posees buenas condiciones. El club necesita un singlista y si te entrenas podes ser ese singlista".

Corría 1945, Capozzo tenía 27 años, Canottieri Italiano le había permitido conocer a su esposa María Luisa y ahora le brindaba la oportunidad de ser su representante. Debía sacrificarse. Trabajaba en la Fabrica Centenera, cómo mecánico en cerramientos de hojalata. Debía viajar dos horas de ida y dos de vuelta desde el Tigre hasta Villa Alsina. Pero, no dudó y a una edad inusual ingresó en la alta competición.

De entrada fue campeón argentino y sudamericano. Sus largas remadas provocaban admiración por su potencia. Lo apodaron "El Viejo del Canottieri". Capozzo no lo tomó a mal. Lo prefería antes que se mencionase su ya incipiente calvicie.

Apenas tres años después, lo designaron para los Juegos Olímpicos de Londres. Como la pista era en el río Támesis se corrían series de tres participantes. El Tano llegó a las semifinales, donde el australiano Mervyn Wood, posterior campeón olímpico, lo superó por medio bote y determinó que compartiese el cuarto puesto en la clasificación final.

Continuó compitiendo, continuó sumando títulos, hasta que apareció Roberto Alfieri, quien representó a nuestro país en los Juegos Panamericanos de 1951, y advirtió que su etapa como singlista había concluido.

SE FORMA UNA PAREJA
Había decidido dejar de remar y así se lo comunicó a los dirigentes y estos le ofrecieron formar pareja con Eduardo Guerrero en el doble scull de Canottieri.

Tranquilo pensó un instante. "Tengo 34 años y él 24. Su manera de ser en nada se parece con la mía" y respondió indignado: "Están locos. Pretenden que corra junto con ese despistado, carente de disciplina, incumplidor, un chiquilín. Me niego rotundamente".

Las diferencias eran reales. Capozzo era ordenado y estricto con los entrenamientos. Guerrero, en cambio, una especie de bohemio independiente, cuando sentía la necesidad de remar, lo hacía. Por suerte, esas ganas eran permanentes.

Los dirigentes insistieron varias veces. Le decían: "El va ser la fuerza, vos el conductor". Al final, lo convencieron.

Vaya pareja. Se habían mezclado el agua y el aceite. Se subieron juntos al bote pocas veces, apenas seis antes de participar en el Selectivo y en el Sudamericano. Ganaron ambas competencias y se pusieron a prepararse para Helsinki.

UN CAMINO PLENO DE COMPLICACIONES
El camino estuvo pleno de complicaciones. Usaban el bote del Club Hispano Argentino. Pero cuando llegó el momento de partir les solicitaron su devolución. La situación era grave. Quedaban sólo dos botes de ese tipo en el país. Uno era de La Marina y, el otro, una vetusta embarcación de la Confederación, con el que al final llegaron a Finlandia.

Dejemos que un Guerrero, con una mirada enrojecida, nos lo cuente: "Todavía me acuerdo lo de Finlandia, cuando ganamos el oro. Fue una casualidad, llegamos con muchas dificultades y gracias a Domingo Pérez, un gran constructor de botes, tuvimos el nuestro. Todos los equipos tenían dos botes para competir y nosotros sólo uno y pesaba 36 kilos contra los 25 de los demás. No teníamos ni un carrito o un eje de repuesto. En la primera serie se me rompió un apoyo y los rusos nos ayudaron a arreglarlo.

"Llegamos a la final sabiendo que éramos más que los otros, pero con el temor de perder. Pero Tranquilo me transmitía seguridad. Era firme, no fallaba en ese sentido. Y ganamos con demasiada comodidad. Ni peleamos, me acuerdo. Y recuerdo su apretón de manos del final. Y esa fue la última oportunidad que competimos juntos".

Del Tano, del Viejo no encontré a nadie capaz de hacerle una crítica. Tenía la nobleza de un roble y la fuerza de un álamo. Se levantaba a las 4 de la mañana, trabajaba nueve horas, viajaba cuatro y después se iba a entrenar todos los días.

Su vida fue dura. "Jamás podré olvidar su tranquilidad y humildad, de lo medido que era. Nunca quiso estar en primera fila. Disfrutó de la medalla de oro, pero nunca se vanaglorió de su conquista. Todo un personaje. Si hasta le gustaba tomar algún vasito de vino en la comida. Fue un gran deportista, un gran amigo, un gran padre de familia. No necesitó hacerse respetar, porque todos lo respetamos. En definitiva, un ser humano excepcional ", definición firmada por Eduardo Guerrero.

Como dijimos al principio una historia muy particular de un hombre muy especial. Nació en los Estados Unidos, vivió en Italia, comenzó a remar de grande y contribuyó a conquistar la última medalla de oro olímpica que consiguió la Argentina hasta ahora.

Una historia de un deporte que dejó de existir. Cuando todo se hacía por amor y sin pensar en el dinero.

De acuerdo con su deseo, las cenizas de Tranquilo Capozzo van a ser arrojadas al río Lujan, justo en su desembocadura con el Reconquista. Justo frente a la estatua al remero. Cuando las cenizas toquen las aguas, surgirá una estela dorada que la corriente arrastrará rumbo a lo desconocido. Será el último resplandor de Tranquilo Capozzo.

EDUARDO ALPERÍN es periodista deportivo desde 1958. Fue prosecretario de deportes del diario La Nación de Buenos Aires y cubrió los Juegos Olímpicos de Montreal 76, Moscú 80, Los Angeles 84, Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96 y Sydney 2000. Actualmente es jefe de prensa del Comité Olímpico Argentino, asesor de prensa de la Asociación Argentina de Polo, cubre el área de prensa de ESPN Sur y es columnista de ESPNdeportes.com.

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