Otra vez al borde del fracaso

Una vez más, Argentina está al borde de la eliminación en un torneo que siempre le fue esquivo; pero el sinnúmero de debilidades genera un gran interrogante con relación al próximo Mundial

BUENOS AIRES -- Problemas que se arrastraban desde antes y dificultades que no figuraban en carpeta se entremezclaron para que la selección argentina de voleibol quede otra vez al borde del fracaso en la Liga Mundial de voleibol 2002, un torneo siempre esquivo, aunque en esta ocasión nada tuvo que ver la escasa preparación o el desgaste con el que venían los jugadores que actuaban en Europa.

Con la cuota de excusas agotadas en ese sentido, vale la pena el repaso de los males del equipo que dirige Getzelevich, que sólo ganó su serie ante Polonia en San Juan, cayó previsiblemente en ambos duelos con Brasil como visitante, perdió inesperadamente ante Portugal los dos encuentros en Lisboa y acentuó su debacle en Polonia, donde también sucumbió rotundamente.

Como único atenuante para este panorama desalentador en resultados y rendimiento puede esgrimirse la lesión de Javier Weber, el armador, el estratega, el conductor y por sobre todas las cosas el "alma" de esta generación de voleibolistas.

A los 36 años, Weber sigue siendo, sin dudas, una pieza muy importante para la selección, pero admitir su notable influencia implica, también, reconocer que en todos estos años hubo una nefasta imposibilidad de formar "otro" armador que lo reemplace con un grado de eficacia que no lo haga extrañar tanto. Javier Weber, por otra parte, abandonará su etapa como jugador tras el Mundial que comenzará el 28 de setiembre en la Argentina.

Aquí, entonces, uno de los déficits más marcados del equipo argentino: la ausencia de un recambio confiable por una mala tarea en la selección, la proyección o la consolidación de jóvenes valores.

Pero hasta dónde la responsabilidad es de los técnicos (Daniel Castellani en su momento y ahora Carlos Getzelevich) cuando los dirigentes fueron los que muchas veces priorizaron lo económico por sobre lo deportivo, presionando a los entrenadores para incluyan a tal o cual jugador (Marcos Milinkovic o el propio Weber son ejemplos bien concretos) con tal de que la taquilla de las boleterías no decaiga, sin importar si esos jugadores venían "reventados" de sus temporadas en el exterior o si otros jóvenes jugadores se quedaban sin el debido fogueo por esas urgencias.

Del mismo modo también habrá que admitir que esos mismos jugadores jóvenes tampoco se mostraron muy confiables a la hora de ser requeridos y el caso más claro y reciente es el de Nicolás Efrón, el reemplazante de Weber en el armado, quien exhibió limitaciones en sus desempeños. En términos de precisión en las habilitaciones (en varias oportunidades arrimó demasiado la pelota a la red, facilitando el bloqueo rival), además de ser muy previsible para la lectura de los bloqueadores adversarios, con una distribución que, en el afán de ser prolija, carece de sorpresa.

Claro que la producción de Efrón no es ni el primer ni el más importante de los inconvenientes de este equipo. Porque el saque argentino sigue siendo una cuestión primordial y con una disyuntiva, por ahora, insalvable: cuando se arriesga (Milinkovic, Gastón Giani o Jorge Elgueta), se falla seguido; y cuando se busca seguridad, se le entrega la pelota al rival con un servicio totalmente inofensivo para los receptores oponentes.

El ataque nacional también continua mostrando tremendas limitaciones y no siempre por razones de recepción y/o armado, sino por algunas falencias técnicas individuales. Los atacantes laterales de la Argentina no poseen un alto grado de contundencia por la sencilla razón de que ninguno tiene un brazo ejecutor de suma potencia (el único que tiene esa condición es Milinkovic). Y si la pelota no les llega justa en tiempo y distancia lo más probable es que no definan.

Pasa con Hugo Conte (es sumamente efectivo con la pelota rápida sobre zona 2, pero en otros sectores y con otro tipo de pelotas, se diluye su capacidad de remate), con Elgueta (cuando le controlan el ataque en diagonal, se queda sin grandes variantes), con Giani (un día parece que despega, pero a la jornada siguiente se convierte en un jugador ordinario), con Jerónimo Bidegain (tiene una sola pelota, la diagonal, y muchas veces le falta polenta y lo defienden seguido).

En las ofensivas por el centro, el cuadro de situación no difiere demasiado: Alejandro Spajic atraviesa un momento de luces y sombras y Peralta, sin ser titular, al menos no desentona en ese rubro, aunque en bloqueo sigue con problemas en los desplazamientos laterales y no siempre llega a cerrar bien e las puntas. Y a propósito del bloqueo, es en este aspecto donde quedan más en evidencia las dificultades colectivas de la selección: por falta de concentración y por falta de disciplina.

Si a todos estos problemas le sumamos la baja prestación individual de todos (se insiste, de todos), es lógico que la eliminación de la Liga Mundial sea un hecho casi consumado o, mejor dicho, se depende de un milagro: ganarle los dos partidos al poderoso Brasil en Rosario y, antes de eso, algo no tan complicado como superar en la serie de este fin de semana, en el Luna Park, a Portugal, un equipo que desborda entusiasmo, pero que no supera el tercer estamento en un hipotético escalafón mundial.

En definitiva, en este certamen, de manera descarnada, aparecieron simultáneamente varios de los defectos del equipo. Y justamente no hubo "equipo", fuerza colectiva, mística de grupo dentro del campo, entrega, pasión, garra, locura para que la pelota no caiga en el terreno propio, que pudiese disimular las carencias técnicas de sus individualidades.

La mejor prueba las ofrecen las estadísticas oficiales de la Liga Mundial: sólo Marcos Milinkovic figura entre los top ten de las distintas facetas del juego. El capitán argentino está séptimo entre los mejores anotadores, pero su productividad se diluye notablemente cuando se toma en cuenta que esas mismas estadísticas oficiales lo ponen 30° entre los más efectivos en ataque, con apenas un magro 43,13% de puntos logrados sobre pelotas que le levantaron.

La enumeración de tanta fragilidad en este 2002 genera grandes y lógicas dudas con relación al Mundial. Porque ya no hay mucho tiempo ni tampoco la posibilidad de recurrir a otros jugadores. Las respuestas a esa preocupante incertidumbre la tiene el plantel: los jugadores y el cuerpo técnico, los únicos capaces de resurgir de esa nube de pesimismo que ellos mismos supieron generar.

ALEJANDRO COCCIA es periodista deportivo desde 1982. Se desempeñó como redactor del diario La Nación de Buenos Aires, y desde 1993 conduce los programas de rugby de ESPN. Actualmente es comentarista de rugby y voleibol por ESPN+, uno de los conductores del SportsCenter Latino y columnista de ESPNdeportes.com.

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lunes, 22 de julio