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El Momento Campazzo

El magnetismo de Campazzo con la gente es único: así se vive el básquetbol para Facundo. Getty Images

Es algo así como una epifanía. Una revelación. Un instante de alegría intensa, fugaz, que merece ser descubierto, que permite ser transitado, que explica que las cosas que nos hacen bien no son nunca para siempre.

Allí estamos, entonces, todos reunidos a la búsqueda de una sensación extraviada. Noche a noche, con la nariz pegada a la pantalla, nos agolpamos los cazadores de instantes olvidados a perseguir la estela del jugador número siete. Armada de sentimiento profundo, es un ejercicio colectivo en continuado. Somos, noche a noche, mendigos de felicidad. Palmas al cielo para que caigan algunas migajas que enciendan la llama. Expertos en abrir cajones, revisar libros, ejercitar la memoria para visitar alcobas pintadas de nostalgia.

Las instrucciones dadas son sencillas: para poder contemplarlo, hay que saber esperar. Para poder entenderlo, se necesita paciencia. Tarda en llegar, pero al final, hay recompensa.

Todos hemos tenido, o estamos propios a tener, nuestro propio Momento Campazzo. Instantes efímeros en los que sentimos que todo estaba bien, que no había que cambiarle una coma al guión para que sea perfecto. La felicidad nunca es en secuencia: son chispazos que iluminan un momento en particular. Flashes que son fotos dentro de una película extensa, llena de idas y vueltas que casi siempre son un misterio.

¿Qué es el Momento Campazzo, entonces? La transformación de lo ordinario, lo recurrente, en extraordinario. El cambio de la rutina de todos los días por lo excepcional que provoca recuerdos inolvidables. Ese viaje de pocos días que nunca más pudimos borrar de nuestra cabeza, la charla que logramos tener a tiempo, el abrazo profundo que merecíamos y finalmente tuvimos. La disrupción de la norma que provoca una conexión al infinito.

Ahí está, entonces, Facundo Campazzo. Un tipo común, de barrio, que se parece un poco a nosotros, pero que hace cosas que ninguno puede hacer. No se trata de ser el mejor, sino de provocar en los demás algo que el resto no sabe cómo hacerlo. Todos estamos con el reloj de arena en la mano viendo caer los granos a la espera de que el milagro ocurra. De que la pelota de básquetbol se transforme en un ticket dorado hacia algún lugar que parecía olvidado. Lo maravilloso ocurrirá una vez más. Lo sé. Volveremos a conectar, estoy seguro. Porque eso es lo que estamos esperando. Porque eso es lo que vinimos a buscar. No sabemos si será en la introducción, en el nudo o en el desenlace, pero el viajero del tiempo abrirá el portal hacia la sensación extinguida. Será un chapuzón hacia el pasadizo que nos permitirá codearnos, de manera imaginaria, con un mundo de felicidad que quizás ya no exista. ¿Viste lo que hizo Campazzo? Ese momento, ese instante único, emocional, es lo que nos arrastra. Lo que nos reúne, lo que nos identifica, lo que nos conmueve. Regresar, de una vez por todas. Volver.

Campazzo, ahora, tira un pase oblicuo, de ángulo inexplorado, entre las piernas de un rival. El relator pega un grito absurdo para un anglosajón, la tribuna salta al unísono. Tiemblan las montañas de Colorado. La sonrisa de Facundo es profunda, de niñez contenida, de sueño acabado. Se arranca las cadenas de un tirón. La alegría en ebullición inunda la pantalla. El puño cerrado empuja ahora al ejército de los que sienten: es la libertad guiando al pueblo.

El éxtasis, entonces, es un hecho: el portal, una vez más, está abierto. Pasen y disfruten.

El Momento Campazzo, la autopista a la felicidad anhelada, está de nuevo entre nosotros.