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Diana Taurasi llega a los Juegos Olímpicos de Tokio con una mentalidad diferente

CON SU CARACTERÍSTICO peinado de moño, Diana Taurasi se sentó en el banquillo mientras el equipo de Estados Unidos se enfrentaba a las estrellas de la WNBA; posición incómoda, aunque familiar, en años recientes para quien podría considerarse como la más grande jugadora de la historia del baloncesto femenino. El partido, disputado en una noche de miércoles a principios de este mes de julio en Las Vegas sirvió tanto de calentamiento para las 12 jugadoras que intentarán llevar a Estados Unidos a alcanzar su séptima medalla de oro olímpico consecutiva, como de celebración del 25 aniversario de la fundación de la liga profesional que ha generado esos éxitos. Taurasi, imagen de ambos, no lanzó un solo tiro ni hizo un pase.

Trece días antes de ser convocada para iniciar su intento de conseguir una inédita quinta presea dorada en el baloncesto olímpico, una cadera torcida sirvió de último giro en una historia destinada a los anales del baloncesto. Taurasi, de 39 años, es la máxima anotadora histórica de la WNBA, tres veces campeona de la WNBA, tricampeona de la NCAA, creadora en los momentos de máxima presión y de estilo audaz, que atrapa la atención de todos con un pase sin mirar por aquí, un triple ganador por acá, con ataques verbales llenos de palabrotas y mirada gélida entre ellos.

Aunque la jugadora 10 veces All-Star es venerada por su excelencia sobre la cancha, también se ha consolidado como la máxima villana de este deporte. Despierta odios en los gimnasios visitantes. Sus rivales se recuerdan mutuamente no hacerla estallar, ya que puede responder con la clase de juego que sigue construyendo su legado y desmoraliza a todas quienes se cruzan en su camino. La "Mamba Blanca", como la llamaba el propio Kobe Bryant, podría responder con un feroz ataque.

"Yo tampoco me agradaría", afirma Taurasi. "Lo entiendo perfectamente. Existen algunos elementos de mí que no me gustan. Soy un poco franca. Soy conflictiva. Hay muchas cosas... entiendo por qué no le gusto a la gente. Y no me importa. Está bien. Está bien".

Sin embargo, detrás de su arrojo y arrogancia sobre la cancha llena de gruesas palabras, se encuentra una persona que ha luchado ferozmente por mantener su privacidad. No es activa en redes sociales, toda una rareza para los atletas de estos tiempos. Detesta conceder entrevistas sobre temas distintos al baloncesto. Tranquilamente, ha pasado el último lustro transformando su vida fuera del tabloncillo con la esperanza de obtener esta oportunidad en Tokio, consciente de que podría ser la última.

Dejó de asistir a clubes hasta altas horas de la noche. Dejó de consumir carne. Contrajo matrimonio con su excompañera de equipo Penny Taylor. Se convirtió en madre de Leo. Superó lesiones. Superó el aislamiento. Se enfrentó al final. Mientras tanto, la hija de inmigrantes argentina e italiano luchó para rendir homenaje a los sacrificios hechos por sus padres. Ahora, lucha para llenar de orgullo a su propio hijo.

Les agrade o no, ésta es Diana Taurasi.

NO PODÍA QUITARLE LOS OJOS de encima. Era el primero de marzo de 2018, y Diana Taurasi se encontraba internada en un hospital de Los Ángeles, empapándose de la situación.

Su hijo Leo tenía pocos minutos de haber llegado al mundo y ahora, se encontraba acurrucado al pecho de Taylor.

"Es hermoso", recuerda haber dicho Taurasi, quien entonces tenía 35 años.

Leo abrió los ojos y vio a Taurasi por no más de un segundo. Después, volvió a cerrar sus ojos. Taurasi se había enamorado de él.

"Eso me cambió", expresa. "Sólo ese momento. Sólo ese momento. Ese momentito. Y estaba lista".

La vida de Taurasi como madre, y todas las emociones y compromisos que vienen con ella, acababa de empezar.

"Es cierto: es una locura, cuando dicen que amas a ese niño más que a ti misma", indica Taurasi. "O sea, no existen muchas personas por las que uno haría cualquier cosa. Haría lo que sea por ese muchachito. Él es nuestra vida en estos momentos. Lo es todo".

Es una vida que pocas personas se imaginaban que Taurasi llegaría a vivir. Su familia siempre creyó que ella tendría su propia familia. Simplemente, no creían que la iniciaría hasta después de su retiro.

Ella tampoco.

Taurasi y Sue Bird, mejores amigas desde sus días en la Universidad de Connecticut, solían bromear hace 10 años con respecto a la posibilidad de convertirse en madres en medio de su vida en la WNBA. El chiste constante: ¿Nos podemos imaginar terminar un partido de la WNBA para después llevar un carrito de bebé hasta el auto?

Cuando la broma se hizo realidad para Taurasi, Bird le soltó: ¿Cómo se siente llevar el carrito de bebé?

Tener hijos no fue una decisión sencilla ni rápida para Taurasi y Taylor. Por varios años, las excompañeras en el Phoenix Mercury diferían en sus opiniones sobre el tema, lo que condujo a "muchísimas" discusiones con respecto a los hijos. Describieron expectativas, preocupaciones e interrogantes. Fue un proceso, afirma Taylor, pero nunca llegaron a un punto donde tener hijos o no habría acabado con su relación.

"Como pasa con todo, creces y cambias, tus expectativas cambian y todo eso, pero siempre nos amamos", expresa Taylor. "Por eso, fue una suerte de proceso para nosotras hasta llegar al punto donde nos encontramos. Y ninguna es gran comunicadora, pero lo hicimos funcionar".

Dieron el primer paso (contraer matrimonio) el 13 de mayo de 2017. Taylor creyó que fue "algo importante" porque estaba consciente de que compartir su mundo tan íntimamente no era cosa sencilla para Taurasi.

A pesar de ello, Taurasi nunca creía que tener una familia y jugar al baloncesto pudieran coexistir.

"Sólo creí que todas las cosas que solía hacer, todas esas cosas, iban a desaparecer... cómo me encanta entrenar, estar en la cancha, jugar, esto y aquello", indica Taurasi.

Una de las pocas personas que se imaginaba esta vida para Taurasi era su hermana Jessika Skillern, quien se dio cuenta de los instintos maternales de la jugadora cuando cumplía su tarea como tía de los tres hijos de la última. Intercambiaban mensajes de textos y videollamadas por FaceTime incluso cuando Taurasi jugaba en Rusia, a pesar de las 10 horas de diferencia.

Skillern mira ahora la vida actual de su hermana, por muy inesperada que sea, y la ve en paz.

En casa, Taurasi es la policía buena, mientras que Taylor hace el papel de mala. Es una madre práctica, muy similar a la suya.

"Oh, bendito. Ella es la persona más dulce del mundo", expresa Lily, madre de Taurasi.

Taurasi ha aprendido a hacer que los intereses de Leo sean los suyos, atributo que aprendió de su difunto amigo Kobe Bryant. Se hizo más eficiente con su tiempo en el gimnasio, al igual que en casa. No más maratones de cuatro horas de los documentales "Parts Unknown" del fallecido Anthony Bourdain. Lava platos, limpia los juguetes de Leo, comienza a lavar ropa y descansa, mientras Taylor mira con asombro la rapidez con la que labora Taurasi.

"Simplemente, tener a Leo me hizo concentrarme más, tener mayor determinación", dice Taurasi. "Y quizás, se debe a que quiero que él me vea jugar y quiero que me vea jugar a un nivel rozando en lo respetable".

El círculo social de Taurasi se ha encogido a medida que Leo ha crecido. Actualmente, se reduce solo a familiares y amigos cercanos, incluyendo algunos que conoce desde que tenía 11 o 12 años. A principios de su carrera, Taurasi requería de 50 boletos cuando jugaba en Connecticut, o de 40 cuando iba a Nueva York. ¿Cuántos necesita ahora? Ninguno. Juega, compra algo de comer y se recupera.

Leo, que ahora tiene 3 años, tiene mejor comprensión de quién es su madre, lo que hace y lo bien que lo hace. A los 2 años, podía señalarla en la cancha y decirles a todos los sentados a su alrededor que ella era su mamá y sabía que los aficionados (al menos los seguidores del Mercury) le aplaudían.

"Son como sus dos amores", dice Taylor.

Un tercer amor viene en camino. Taylor tiene previsto alumbrar a su segundo hijo en octubre próximo.

La forma en la que Taurasi ha cambiado como madre ha dejado más que sorprendidas a algunos de sus viejas amistades, compañeras y adversarias.

"Nunca la había visto ser blanda y cariñosa", indica Seimone Augustus, tres veces medallista olímpica junto a Taurasi y quien se retiró en mayo. La ex alera jugó contra ella desde que ambas tenían 12 años. "Entonces, creo que Leo tiene un poco que ver con ello; porque ella siempre fue, digamos, dura, con mente ruda, ruda en lo físico".

"Ahora la ves y parece que le ha bajado dos".

Ningún aspecto de esta Taurasi 2.0 sorprende a Bird.

"Creo que ser madre es la guinda en el pastel del cambio", afirma Bird. "Creo que, para algunos que no la conocen y solo ven la jugadora que sale a la cancha, empujando gente o escupiendo al tabloncillo, no pueden imaginarla siendo una madre cariñosa. Para quienes la conocen, no sorprende en absoluto. Es sumamente cariñosa".

O, tal como lo afirma la propia Taurasi: "Soy una imbécil de buen corazón. Creo que esa es la mejor forma de describir cómo voy por la vida".

DURANTE LA CRIANZA de las jóvenes Diana y Jessika, se hablaban cuatro idiomas distintos en la casa de la familia Taurasi, ubicada en Chino, California: inglés, español, italiano y comida.

El último pudo haber sido el medio más importante de comunicación entre Mario y Lily, padres de Taurasi, con sus hijas y las amistades de éstas. En el mundo de Lily, no ingerir el alimento ofrecido en frente tuyo es toda una blasfemia. Hubo momentos en los cuales se servían platillos típicos argentinos (Mario disfruta de hacer asados) para cenar y la oferta era cuestionada por los amigos de Diana o Jessika. Querían algo más cómodo, más estadounidense, como los Nuggets de pollo.

"Mi mamá dice: 'No, no, no, ven acá, come esto'. Y ellos responden: 'No, no, está bien'. Dicen: 'Gracias'", recuerda Skillern entre risas. "Y ella les dice: 'No, te lo vas a comer. Siéntate. Toma el cubierto, aquí está el plato y comerás todo lo que te doy".

Mario y Lily se mudaron a California en 1978 provenientes de Argentina, cuatro años antes del nacimiento de Diana. Cargaron consigo una buena parte de sus respectivas culturas (la herencia italiana de Mario y la argentina de Lily), al igual que el matrimonio de ambos, formado durante su residencia en Rosario. Mientras sus padres intentaban navegar las complejidades del idioma ingles, Diana y Jessika debían en muchas ocasiones intentar entender sus tareas escolares por cuenta propia. No era un capricho. Sus progenitores no entendían el idioma lo suficiente como para ayudarles.

En la casa de los Taurasi no había sitio más importante, más sagrado, que la mesa de comedor.

Era allí donde se encontraba la familia todas las noches de lunes a viernes a las 8 p.m., luego que Mario, exfutbolista profesional que vistió la camiseta de Newell's Old Boys en Argentina, llegara a casa tras conducir durante dos horas luego de laborar como maquinista por 12 horas. Salía de casa todos los días a las 4 a.m. para ganarle al tráfico en su trayecto de 60 millas hasta Northridge, para luego esperar en su auto hasta las 6 a.m. e iniciar su horario laboral.

Si las niñas estaban en la acera encestando balones a su regreso a casa, Mario salía del auto e intentaba algunos encestes para luego entrar juntos al hogar y charlar sobre todo y todos. La escuela. Amigos. Actualidad. Baloncesto. Argentina. Italia.

Fue en la mesa donde los Taurasi estrecharon nexos. Fue donde Diana comenzó a aprender sobre el mundo. Fue allí donde aprendió a debatir y discutir.

"Teníamos muchos puntos de vista diferentes", recuerda Skillern, quien llegó a jugar baloncesto en el equipo de la Universidad de California en Riverside. "Viniendo de un país distinto, era obvio que mis padres tuvieran una perspectiva diferente sobre muchas cosas y eso nos mantenía con los pies en la tierra. A veces, decíamos: 'Oh papá, las cosas que dices no son relevantes, porque así no son las cosas aquí'".

"Pero en realidad, gracias a ello aprendimos muchas lecciones de vida, y tuvimos una perspectiva más amplia sobre muchas cosas".

Es allí donde también sus padres inculcaron sus expectativas sobre sus hijas, hijas de inmigrantes.

"No había forma de evadir el tema", dice Skillern. "Mis padres nos enseñaron de forma muy clara, y también fueron muy claros al decirnos: 'Miren, nos mudamos acá para darle una mejor vida a nuestras niñas. No queríamos que crecieran como lo hicimos nosotros. No queríamos que tuvieran huecos en los zapatos y solo una muda de ropa. Nos mudamos acá, hicimos el sacrificio para darles una vida mejor".

Mario y Diana estrecharon lazos gracias al deporte. Ambos pasaban horas en la habitación de ella viendo ESPN juntos, según recuerda Skillern. Incluso hoy, cuando Diana visita la casa de sus padres, se sientan juntos en el sofá, con un partido de fútbol o baloncesto en el televisor.

Jessika estima hablar con Diana al menos 10 veces al día y si ambas damas no contactan a Lily al menos en una ocasión diaria, usualmente con un mensaje de texto, están "en grandes problemas". Incluso cuando Diana vivía en Rusia, del otro lado del mundo, "se encendía el infierno" si no llamaba a su progenitora, según recuerda Jessika.

Las conversaciones con sus padres sobre la mesa de hace aproximadamente 20 años siguen resonando con Taurasi, actuando de alguna forma como su Estrella del Norte. A medida que ella y su hermana maduraron y comenzaron a formar sus propias familias, la mesa de Mario y Lily seguía siendo el sitio de reunión para las cenas familiares de las noches de domingo, tradición que Diana inició dentro de su propio núcleo familiar. Sin embargo, si Diana está de viaje en California, siempre hay un sitio para ella en la mesa de sus padres.

"Me despierto todas las mañanas sintiendo que les debo cada vez más, que les debo más de lo que jamás podré retribuirles", expresa Taurasi. "Tomaron sus cosas y llegaron a un país, no sabían el idioma, quizás conocían a dos o tres personas, y lo hicieron porque sabían que había algo para nuestra familia, mejor de lo que había en Argentina en aquella época. Y no tomaron la decisión a la ligera".

"Por eso, para mí, la sensación es que, sea lo que pueda darles, les debo 100 veces más".

Es una sensación que persiste dentro de Taurasi, incluso a pesar de haber conquistado todas las cúspides imaginables en el mundo del baloncesto. Esta mentalidad impacta todos los aspectos de su vida, bien sea defendiendo su nombre en contra de falsas acusaciones de dopaje, intentando comunicarse mejor con sus compañeras o siendo más honesta en las relaciones con sus padres. Taurasi sabe bien que, cuando no habla en las prácticas, eso le molesta y está siendo egoísta. Su solución: "Dejar de ser una imbécil".

Ver a su padre tener la misma rutina de trabajo durante 60 horas semanales en 40 años fue algo que se quedó en la mente de Taurasi, sentando lentamente las bases de su valor, rudeza y ética de trabajo exhibidas durante los últimos 22 años.

"Creo que esa es la razón por la que ella es así", afirma Taylor. "Cuando tienes padres así y no te dicen que lo hagas; lo hacen, de hecho. Entonces, lo ves a diario. Digo, no pudo tener dos ejemplos mejores".

Los días de trabajo de Taurasi se extienden por más del doble de tiempo que solían durar. La jugadora pasa cerca de ocho horas diarias en el complejo del Mercury, entre los entrenamientos, trabajo de musculación, acondicionamiento, fisioterapia, estiramientos y enfriamientos. Solía pasar solo tres horas en el lugar.

Taurasi espera que Leo vea cómo trabaja, de la misma forma que ella veía la labor de sus padres.

"Él ha cambiado la forma como hago las cosas en la cancha", expresa. "Ahora, no solo te representas a ti misma, sino también a tu hijo".

"Sé que siempre hablamos de los modelos a seguir, y la única forma en la que lo puedes hacer es, precisamente, hacerlo a diario. Y ojalá que él recuerde cómo, día a día, llegaba al gimnasio, me preparaba, respetaba el deporte y, sabes, ojalá que lo porte consigo".

Años antes de que Taurasi se convirtiera en modelo a seguir para su hijo, aspirando trazar un camino para él, aprendió una lección muy valiosa por sí sola: tu ego se puede inflar en exceso.

EL PARTIDO FUE típico Diana Taurasi: 22 puntos, cuatro bloqueos, algunas asistencias durante la victoria 93-81 del Mercury sobre el Seattle Storm, un 1º de julio de 2009. Aquella noche, lideró una remontada que inició una carrera que concluyó con el segundo título del Mercury en la WNBA. Fue el primero en una cadena de seis triunfos al hilo que catapultó al Phoenix de ocupar el quinto puesto a finales de junio al segundo para finales de julio.

Sin embargo, fue lo ocurrido después del encuentro lo que cambió el rumbo de su vida por siempre.

Taurasi fue a un club nocturno de Phoenix para celebrar la victoria y a las 2:30 a.m. fue acusada de conducir bajo influencia extrema del alcohol, tras registrar 0.17 de contenido alcohólico en la sangre, más del doble del límite legal (.08) en el estado de Arizona.

Taurasi estaba avergonzada. Sus padres, decepcionados. Su hermana se sintió conmocionada.

"Fue un despertar", afirma Taurasi. "Fue allí cuando de verdad empecé a cambiar la forma en la que quería vivir mi vida".

La acusación de conducir ebria y el día siguiente que pasó en la cárcel aquel octubre fueron el punto final de una etapa en la vida de Taurasi, que la condujo hasta "la feminidad y la vida adulta", según dice Skillern.

Taurasi tenía 26 años en aquél entonces y seguramente se creía invencible. Se encontraba justo en medio de la única temporada que le ha hecho merecedora del premio a la Más Valiosa, que terminaría con su segundo campeonato de la WNBA en tres torneos.

Estaba justo en el momento en el que empezaba a hacer realidad las profecías de todos.

Taurasi inició su vida en la WNBA cinco años antes, como primera elegida en el draft de 2004 luego de ganar tres campeonatos nacionales con la Universidad de Connecticut. Desde el momento en el que puso pie en el campus de UConn en la población de Storrs, ya era la mejor jugadora de uno de los mejores equipos del baloncesto universitario estadounidense, según afirma Bird, dos años mayor que Taurasi.

La adolescente Taurasi era un fichaje tan importante para UConn que Bird y las jugadoras que cursaban grado superior recibieron instrucciones específicas con miras a su visita oficial de reclutamiento.

"Nos dijeron: 'Chicas, necesitamos asegurarnos de que la pase bien. Paseen con ella", recuerda Bird. "¿Qué entrenador colegial les dice a sus chicos que lleven a una niña a pasear? Ninguno. Sabían que ella era especial".

Taurasi llegaba proveniente de una vida hogareña tan estricta en California que parte de la propuesta de UConn giraba en torno a mostrarle a Taurasi cómo podía ser vivir la vida por cuenta propia. Y funcionó.

El entrenador de la Universidad de Connecticut, Geno Auriemma, sentado en un sofá en su oficina en Storrs, recuerda todo con una sonrisa en su rostro.

"Nunca pregunté qué hicieron para pasarla bien", afirma. "Nunca quise saber cómo la pasaron bien. Hasta el día de hoy, no tengo idea de cómo 'la pasaron bien'".

Taurasi no iba a fiestas en sus años de secundaria. Frecuentemente, se sentaba en su habitación a ver partidos de los Lakers por televisión. Lily tenía una regla. Jessika sólo podía ir a una fiesta los fines de semana si Diana le acompañaba. Cuando el soborno de su hermana era lo suficiente como para convencer a Diana de acudir a una fiesta, Diana terminaba llamando a su madre para que la recogiera en el auto en cuestión de una hora.

"Sabía que tenía que despertarme temprano para acudir a las prácticas, así que no iría a una tonta fiesta de escolares", dice Skillern. "No era lo suyo; pero cuando llegó el momento de ir a la universidad... oh, Dios. Creo que ahí fue cuando empezaron las fiestas".

Jugar en la Premier League rusa durante sus cinco primeros recesos de temporada en la WNBA no ayudó mucho a sentar cabeza.

"Es difícil no beber en Rusia", indica Augustus, quien fue compañera de Taurasi por dos torneos con el Dinamo Moscú. "Dondequiera que vayas, te dicen: '¿Quieres un sorbo de vodka?'"

Y el consumo de alcohol no se detuvo hasta el arresto por conducir ebria.

"Me perdí la fase de juergas", afirma Brittney Griner, su compañera en el Mercury y primera elección del draft 2013. "Me perdí eso. Me enfadé por ello. Quiero decir que, escuché cosas, ¿sabes? Todas estábamos locas cuando éramos más jóvenes, ¿sabes? Tuvimos algunas salidas en grupo. Sí, ocurre de vez en cuando".

Actualmente, Taurasi toma una copa de vino o dos con su cena de vez en cuando, o una cerveza ocasional. Pero ya no bebe como antes. Es parte de su plan, parte de los cambios a los que se ha sometido para llegar a este momento, a estos Juegos Olímpicos de Tokio.

"Honestamente, cuando era joven, me encantaba salir y pasarla bien", dice Taurasi. "Y en ese momento, no me sentía distinta".

"Pero ahora, esas son cosas que no sólo no deseo hacer, sino que ya no puedo someter a mi físico a ello, si deseo jugar a un nivel alto. Esas son las cosas que pones en una balanza".

EL DÍA DE ACCIÓN DE GRACIAS en la residencia de los Skillern fue de todo menos tradicional.

No solo fue la ausencia del pavo: a los hijos de Jessika no les agrada su sabor, por lo que fue eliminado del menú hace varios años. Fue la ausencia de cualquier clase de carne: el "Día del Pavo" se hizo vegano.

También fue el primer día festivo en el que la familia vio al suegro de Jessika desde que sobreviviera a un fuerte ataque cardíaco sufrido dos meses antes. Como es obvio, la salud fue el tópico del día y para Taurasi y Taylor, que se hicieron veganas en 2015, representaba una oportunidad invaluable para evangelizar a favor de una dieta herbívora.

Después de la cena Taylor, quien acababa de terminar un curso virtual sobre nutrición, se sentó con los padres políticos de Skillern para hablar con ellos sobre una dieta más saludable. Les obsequió libros y otros materiales de referencia sobre el proceso para convertirse en veganos, al igual que distintas recetas de principiantes con la intención de que no tardaran en hacerlo.

"Vaya que le convencieron para que cambiara su dieta y su salud", recuerda Skillern. "Hacen mucho hincapié dentro de nuestra familia, especialmente cuando se trata de temas de salud, y sabes que tienen buenas intenciones, que viene desde el corazón".

La decisión de Taurassi y Taylor de convertirse en veganas tuvo repercusiones dentro de toda la familia de Taurasi. Skillern se hizo pescetariana. La madre de Taurasi se hizo mayoritariamente vegana, motivada tras haber luchado contra el cáncer de seno y un linfoma (la langosta a la parrilla de Mario es demasiado sabrosa como para eliminarla de un todo). Después que la madre de Taylor murió de cáncer de ovario en mayo de 2013 en Australia, 19 meses después que su padre falleciera a consecuencia del cáncer de pulmón, la ex escolta del Mercury se sometió a una serie de exámenes genéticos. Los resultados mostraron que tenía alto riesgo de contraer cáncer de mama y de ovario, lo que hizo que Taylor se "asustara de verdad y me sintiera algo impotente".

Decidió ahondar en sus investigaciones, en busca de formas de disminuir las probabilidades de que el cáncer invadiera su cuerpo. La conclusión de Taylor fue que una dieta basada en plantas era el mejor camino a seguir.

En 2015, ni Taurasi ni Taylor jugaron en la WNBA. Taurasi decidió quedar fuera de acción luego que los dueños del UMMC Ekaterinburg, su equipo en la Premier League rusa, le ofrecieron pagarle para no jugar en Estados Unidos. Y Taylor decidió tomarse un tiempo libre tras la pérdida de su padre.

Ambas se conocieron en el primer día del campamento de entrenamientos en 2004. Ambas pasaban sus primeros días con el Mercury. Y ambas eran primeras elegidas del draft. Taurasi fue la primera del draft de amateurs de la WNBA, mientras que Taylor fue elegida en el draft de dispersión de jugadoras de ese año tras la desaparición del equipo de Cleveland.

Juntas, formaron una pista trasera dinámica durante 10 temporadas. Mientras Taurasi acaparaba titulares y protagonismo, Taylor seguía engrosando una envidiable hoja de vida.

La alera ganó tres títulos de WNBA con el Mercury y uno en la WNBL australiana. Fue la Jugadora Más Valiosa de la WNBL en 2001 y 2002, y fue elegida en el puesto 11 del draft de la WNBA a sus 19 años. Ganó dos preseas olímpicas de plata (ambas con la selección estadounidense liderada por Taurasi) durante una carrera de 19 años en la que hizo paradas en Italia, Rusia, Turquía y China.

En 2015, Taurasi y Taylor cumplieron 33 y 34 años, respectivamente. Sus cuerpos requerían de mayor atención, razón por la cual empezaron a desechar sus dietas omnívoras, proceso que concluyó con la eliminación del consumo de huevos. Asimismo, Taurasi empezó a dormir por más horas y hacer mayor énfasis en el descanso.

"Nos sentíamos mucho mejor", dijo Taylor. "Creo que eso nos dio mucha energía. Empezamos ahí y nunca miramos atrás. Y creo que, en este punto, no me imagino que volvamos a cambiar nuestra forma de comer".

A pesar de las protestas.

"No, no, no, no, no, no, no, no, no", recuerda Lily haber oído decir a Mario cuando Taurasi le dio la noticia.

La comida es el idioma del amor de sus padres. Le hablaba a Mario y Lily. La residencia de los Taurasi estaba llena de afecto, algo que sintió Auriemma justo en el momento en el que entró a ella. Sin embargo, las milanesas de Lily o la pasta casera de Mario fueron los besos en la frente.

Mario le pedía reiteradamente a Diana que le explicara en qué consiste ser "vegano", por lo que ella le respondió que no volvería a comer carne o queso. Eso no le impidió ofrecerle a Diana un pedazo de pollo.

"Se siente un poco desconsolado", afirma Skillern. "Al principio, costó bastante. Le costó unos años adaptarse".

Atrás quedaron los días en los que Mario llenaba el plato de Diana con su famoso (al menos en el jardín de los Taurasi) asado argentino. Diana ya no ingiere cinco muslos de pollo para cenar, tal como recuerda su hermana que hacía de niña. Su parrilla ahora tiene una mitad con carne y otra con vegetales.

"Es un cambio sumamente drástico para mucha gente, pero también lo son las cirugías gástricas y el cáncer", afirma Taurasi sobre su dieta. "Es algo que funciona de verdad para mí, para nuestra familia".

Taurasi perdió peso hasta llegar a 163 libras, su peso ideal, según afirma; y las rodillas de Taylor empezaron a sentirse mejor. Asimismo, Taylor se mantuvo fiel a los principios del veganismo durante su embarazo y crían a Leo como vegano.

"Sinceramente, jamás, jamás, jamás habría imaginado que mi hermana se haría vegana", expresa Skillern. "Especialmente cuando crecíamos. Los argentinos comemos carne".

Taurasi y Taylor no pregonan en público los beneficios de una dieta basada en plantas; por el contrario, no tienen reservas ante familiares (critican a Skillern porque lleva a sus hijos a comer hamburguesas a la cadena In-N-Out, famosa en California) y amigos cercanos, entre quienes se incluye el propio Auriemma.

"Pido un plato de pollo, y tengo que escuchar el discurso sobre todos los pollos asesinados. 'Es asqueroso'", dice el entrenador universitario, con una sonrisa. "Si pido carne... '¿Sabes de dónde viene eso? ¿Sabes qué hacen con eso?' Jo---, ¿me permiten disfrutar de mi cena?'"

"Pues sí, se hizo vegana, muy bien. También ha hecho que muchos de sus amigos le digan: 'Cállate'".

Hubo una ocasión en la que Taurasi y Taylor invitaron a Griner a un restaurante vegano de Phoenix, sin decirle que era vegano. Le dijeron que el sitio tenía "nuggs de pollo" en vez de "Nuggets de pollo", lo que despertó la perspicacia de Griner. Ésta empezó a comer bajo la mirada atenta de Taurasi y Taylor, quienes le preguntaron si sabía bien. Griner finalmente se dio cuenta.

"Les dije: 'Esperen, ¿qué estoy comiendo?'", recuerda Griner entre risas. "Respondieron: 'Oh, estás comiendo tofu y Nuggets de soya... Nuggets veganos'. Les dije: 'Las odio'. Pero estuvieron buenos".

Hoy en día, Taurasi se come el borde de la pizza de Griner y las alitas de pollo fueron reemplazadas por rollitos de aguacate.

"Es una persona muy inteligente", afirma Taylor sobre Taurasi. "Cuando sintió la diferencia en [su] energía y su sentir en general, decidió dar el salto, y hay que darle mérito por ello. Nunca tuve que obligarla a nada. Se ha portado muy bien".

DURANTE LOS PRIMEROS días de la pandemia en marzo de 2020, Taurasi intentó mantenerse ocupada con Penny y Leo en su casa de Phoenix. Convirtió su estudio en un gimnasio, llenándolo con pesas libres que compró en Amazon y otras cuantas que sus padres tenían guardadas en su cochera en Chino. Montó su nueva bicicleta estática Peloton. Encestaba en un aro ubicado a las afueras de su casa.

A pesar de ello, una sensación de inquietud no dejaba de invadir su espacio.

El mundo a su alrededor se apagaba. Las cifras de fallecidos no dejaban de crecer. La gente perdía sus empleos. Y Taurasi, al igual que muchas personas en todo el mundo, comenzaba a preocuparse por su vida, por su carrera.

La temporada de la WNBA, pautada para iniciarse en unos meses, estaba en limbo. Los Juegos Olímpicos de Tokio, programados para julio de ese año, corrían peligro.

La incertidumbre comenzó a comer las entrañas de Taurasi. Pasaban los días sin respuestas y la mente de Taurasi comenzó a divagar. Las molestias físicas solo le permitieron jugar seis partidos de la temporada 2019 con el Mercury: una lesión de rodilla desató una reacción en cadena que le despojó de la sensibilidad en su pierna derecha. Y ahora, con un 2020 que se muestra sombrío, su mente se dirigió al único lugar que los atletas profesionales (todos los atletas) intentan evitar a toda costa: el final.

"¿Vas a terminar tu carrera como jugadora sin jugar de verdad?", se preguntaba a sí misma.

Taurasi se enfrentó a la posibilidad de que su carrera pudiera terminar de la forma más decepcionante y poco ceremoniosa imaginable: a solas en casa.

Comenzó a pensar en todos los sacrificios hechos y los sustanciales cambios de vida adoptados por ella y que le ubicaron en una posición para ser convocada a su cuarta selección olímpica estadounidense. Y temió que todo ello pudiera ser en vano.

Taurasi se quedó sin escape, sin planes para escapar de sus pensamientos apocalípticos. El Mercury cerró sus instalaciones, los gimnasios comerciales quedaron clausurados, se colocó cinta protectora alrededor de las canchas de baloncesto en toda el área de Phoenix y se despegaron los aros de los tableros de los parques.

En ese momento, se sintió perdida.

Cuando la pregunta sobre si la pandemia pondría fin prematuro a su carrera comenzó a correr en un bucle interminable dentro de su mente, Taurasi creyó que podía manejar el peor escenario en algunos días. Claro, podría compartir con Penny y Leo a tiempo completo. Cuando la pandemia quedara bajo control, ella podría finalmente irse de vacaciones a Hawái, o abordar un avión a Barcelona para pasar siete días en España y después ir en tren hasta Italia, o viajar en carretera al Gran Cañón cuando quisiera. Hacer las cosas para las que nunca ha tenido tiempo.

Por un momento fugaz, esos pensamientos le hicieron feliz. De alguna forma, la pandemia fue una bendición disfrazada para la Taurasi mamá. Podía ver a Leo durante todo el día, todos los días, lo que significa que podía verle crecer. Vio las pequeñas cosas que aprendía y decía, en vez de que Taylor le contara de ellas mientras estaba de gira con el equipo o en el gimnasio.

Sin embargo, esa voz interna que le decía "apestas" (sí, hasta los más grandes creen que tienen más cosas por demostrar) le seguía interrumpiendo. Eventualmente, pudo meterse en un pequeño gimnasio, intentando mantener su estabilidad propia y la seguridad de su familia. Tenía más títulos por ganar. Y el atractivo de los Juegos de Tokio la mantenía con hambre de triunfos.

"Entonces pensé: 'No, voy a jugar al baloncesto'", dice Taurasi. "Y una vez que empecé a verlo de una forma distinta, entonces me puse en modo, sabes, modo de competencia, en modo de saltar sobre los muros".

"Y una vez que me puse en ese modo, todo fue 'game over'. No había probabilidades de que no volviera a la cancha".

Todo su trabajo, toda su perseverancia, todos los cambios de su vida volvían a tener propósito. Su carrera no estaba a punto de terminar de forma poco ceremoniosa de la manera más desalentadora posible.

Unas semanas después, se anunció el aplazamiento de los Juegos Olímpicos hasta 2021. Pocos meses después, la WNBA anunció que iniciaría su temporada dentro de una burbuja, idea que al inicio le provocó ciertas reservas, porque Taurasi temía poner en peligro su salud y la de su familia.

"Tuvo un dilema", dice Skillern. "¿Ingresaría a la burbuja de la WNBA o se quedaría en casa con su familia para entrenar y saber que está alrededor de personas que se mantienen seguras?"

A pesar de ello, Taurasi viajó a Bradenton, Florida. Fue líder anotadora del Mercury. Y volvió a Phoenix sintiéndose enérgica y optimista de que su carrera estaba nuevamente en el mejor camino.

"La burbuja fue importante para mí, ya que fue una forma de demostrarme a mí misma que puedo seguir jugando a un alto nivel", afirma.

Ahora, durante los próximos 10 días en Tokio, también aspira poder demostrarlo al mundo.

EL iPHONE DE TAURASI tenía instalada una aplicación con la cuenta regresiva que marcaba los segundos, minutos, horas y días que faltaban para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Tokio. Todas las semanas, Taurasi hacía una captura de pantalla y se la enviaba a Bird, la abanderada de Estados Unidos que también acudiría en busca de una quinta medalla de oro, con un recordatorio: "Seguimos aquí. La cuenta regresiva se mantiene".

Cuando Taurasi se enteró del aplazamiento por un año de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, sintió ansiedad por volver a vivir la experiencia que se ha quedado dentro de ella tras cada justa olímpica: la espera dentro del túnel junto con el resto de los aproximadamente 600 atletas del equipo estadounidense antes de salir para desfilar en la ceremonia inaugural. Este viernes, Taurasi marchó como parte del contingente estadounidense, con Bird a la cabeza.

Estados Unidos jugará este martes contra Nigeria (12:40 a.m. hora del Este) en su primer encuentro de la fase de grupos, y la cuenta regresiva que estuvo a punto de abortarse en muchísimas ocasiones ha cumplido su misión. Corrió durante la cirugía en su espalda y la lesión del tendón de la corva sufrida en 2019, en medio de una pandemia (hace apenas tres semanas, los familiares de Taurasi no estaban seguros de que viajaría a Japón... o que siquiera se celebrarían los Juegos Olímpicos), sobrevivió a una fractura de esternón a principios de este año, y ahora esa cadera convaleciente es el último obstáculo que separa a Taurasi del "pináculo de lo que hacemos".

Ha practicado en Tokio con sus compañeras y aspira estar lista para el debut de su selección. No participó en las tres exhibiciones del equipo estadounidense escenificadas en Las Vegas la semana pasada y no ha disputado un partido oficial desde el 3 de julio.

Si Estados Unidos logra colgarse otra medalla de oro, su séptima consecutiva y novena en los últimos 10 Juegos Olímpicos, Taurasi y Bird se convertirán en los primeros quintetos medallistas dorados en la historia del baloncesto olímpico. Independientemente de su género. Independientemente de su país.

"Es un aire enrarecido, sin duda", expresa Carol Callan, directora de la selección nacional femenina y que dejará el cargo tras la conclusión de los Juegos de Tokio. "Dice mucho, no sólo de la longevidad de sus cuerpos, sino de la longevidad de su espíritu, de su pasión".

Una quinta presea dorada sería, quizás, la coronación de la obra de vida de Taurasi.

"Soy parcial porque la entrené", afirma Auriemma. "Pero, si dices los nombres de Jordan, Magic y Bird y todos ellos, a pesar de lo larga de la lista, no nombrarás a muchos de ellos antes de llegar a Dee".

Cuando habla sobre jugar con el equipo nacional en el escenario olímpico, su voz tiene un elemento de humildad, de respeto, de reverencia.

"El minuto en el que terminó 2016, mi siguiente meta era participar en mis quintos Juegos Olímpicos", afirma Taurasi. "Y he requerido de seis años para llegar a este punto".

Mientras crecía, solía ver todos los Juegos Olímpicos con su familia. Ha dedicado los últimos 18 años de su carrera (toda su trayectoria en la WNBA) a la selección nacional. Ha hecho un esfuerzo concertado para estar disponible y ser convocada a todos los campamentos de entrenamiento, campeonatos mundiales y giras universitarias.

Sigue sintiendo el peso que conlleva representar a su país. "Es una responsabilidad bastante grande", afirma.

Un día después de su retiro, podrá mirar su carrera y "tener mejor comprensión de lo que significa decir 'cinco'". Sin embargo, su expectativa siempre ha sido encontrarse lo suficientemente apta para jugar. Si fuera convocada solo para comer banca y colgarse una medalla, no dudaría en darle su cupo a una jugadora más joven.

Hace dos años, la seleccionadora nacional Dawn Staley no tuvo reservas cuando se le preguntó si Taurasi sería su 'puesto 2' titular. Es probable que nada haya cambiado, si la cadera lo permite... especialmente después que Taurasi se convirtió esta temporada en la primera jugadora de la WNBA en sumar 9.000 puntos de por vida.

Toda la labor hecha por Taurasi durante los últimos años, cada cambio hecho por ella, tenían en cuenta los Juegos Olímpicos.

Ahora, ella está a punto de llegar. Probablemente por última vez.

"¿Te dijo? Dime, dime, dime, porque le preguntaba y no sabía nada", afirma Lily. "No sé nada al respecto, porque no me dice, cada vez que le pregunto. ¿Quizás irá por su sexta medalla? No lo sé. No lo sé".

Taurasi echará dos cosas de menos en Tokio: Leo y Taylor. No se permite la presencia de aficionados, por lo cual sus familiares permanecerán en casa. Tampoco contará con el apoyo de su familia extendida. Múltiples miembros de la familia Taurasi, junto con varios amigos cercanos, sospechan que éstos serán sus últimos juegos. Por ello, todos querían ir a verla jugar. Incluso algunos de ellos adquirieron paquetes turísticos que terminaron siendo imposibles de reembolsar.

Taurasi siempre ha pensado en la edad como un mero número. Sin embargo, el calendario comienza a pasarle factura. La frustración de sus recientes lesiones ha marcado su rostro.

Si estos Juegos Olímpicos llegan a ser sus últimos, y cuando anuncie su retiro de la WNBA, cuando abandone la cancha por última vez, quiere sentirse de la misma forma que lo hizo Kobe Bryant el 13 de abril de 2016: completa y absolutamente satisfecha.

"Creo que, cuando llegue el día de apartarse, me sentiré completamente feliz", expresa Taurasi. "He visto gente que se aparta sin estar contenta, y he visto a varios retirarse, conscientes de que lo han hecho absolutamente todo y lo dejaron todo en la cancha, nunca dejaron de aprovechar una oportunidad de jugar al baloncesto, y esa es la gente que admiro".

Taurasi siempre piensa en el futuro, según afirma Taylor, aunque también es "muy práctica".

"Ella no se deja llevar por mucha palabrería emocional", prosigue Taylor. "Comprende que todos debemos detenernos en algún momento".

Cuando todo termine, Taurasi requerirá cierto tiempo para apartarse de su vida de las últimas tres décadas. No es buena haciendo malabares con varias cosas a la vez.

Sin embargo, Taurasi no podrá alejarse del baloncesto por completo. Es probable que entrenar no forme parte de su futuro. A pesar de ello, el baloncesto sí, de alguna forma o manera. Ha dicho en el pasado que desea ser dueña de un equipo de WNBA e invertir en el deporte, contrario a lo que hacen otras. Sí habrá una Taurasi 3.0.

No obstante, aún tiene que jugar algo de baloncesto. Actualmente, el Mercury está en zona de playoffs. Y lo más urgente: una quinta medalla dorada está al alcance de Taurasi.

"Estoy en la mejor zona de mi vida, así me siento", afirma Taurasi. "Tengo una familia por la que preocuparme, mis amigos y el baloncesto. Esas son las únicas tres cosas para las que tengo energía. El resto no me preocupa. Ni lo escucho. Ni lo miro. No tengo idea de lo que sucede en esta parte del mundo y lo que no importa".

Lo único que importa hoy en día es Tokio... y otra oportunidad de llevarse el oro.