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Presentamos a Ronald Acuña, la próxima superestrella de MLB

Ha estado esperando y preparándose para este momento. Ahora resta por ver cuánto demora Acuña en convertirse en la estrella que todos esperan. Mark J. Rebilas/USA TODAY Sports

Ronald Acuña anda inquieto.

No en el sentido tradicional de la palabra, ojo. No en la forma en la cual anda inquieto un típico pelotero de 20 años, porque no hay casi nada en el comportamiento de Acuña que se acerque a la forma de actuar de un típico pelotero de 20 años.

El mejor prospecto del béisbol recibe los consejos de Robinson Canó, es apodado por Starling Marte y recibe zapatos obsequiados por un hombre que responde al nombre de Río. Conecta hits como si fuera alérgico al out. Y aquí esta, unos pocos días antes que los Bravos de Atlanta lo ascendieran a las Grandes Ligas, inquieto en su lucha frente al pitcheo de Triple-A.

“Estamos a principios de año”, afirma Acuña, entre risas. Sentado en el dugout de visitantes en el Durham Bulls Field, minimiza el hecho que se ha ido en blanco en los primeros dos encuentros que han jugado, hasta el momento, sus Gwinnett Stripers. En un par de horas, tomará el terreno nuevamente y se irá sin hit por tercer partido al hilo, llevando más lejos la inquietud que ha ido formándose dentro de la Nación de aficionados de los Bravos. En cuanto al propio Acuña, no forma parte de la legión de preocupados. “Cosas que pasan en el béisbol. Forma parte del juego”.

Sólo que es una parte del juego a la cual él no está muy acostumbrado.


EL CHICO ESTABA dando espectáculo.

Transcurría el mes de agosto de 2017 en Scranton, Pensilvania. Acuña acababa de despachar cuadrangulares en partidos consecutivos y bateaba para .341 desde que recibiera el ascenso a Gwinnett, hace poco más de un mes. Antes de ello, pasó sin inconvenientes sus estadías en Clase-A alta y Doble-A, necesitando de apenas 85 partidos para así convencer a los ejecutivos de los Bravos que sus números (tenía promedio combinado en ambas instancias de .313 con 12 vuelacercas y 33 estafas) no eran mero espejismo y que estaba listo para jugar al más alto nivel que ofrece las Ligas Menores. Antes de ello, en 2016, había descosido la pelota en Clase-A baja, al punto de que Marte, el jardinero estrella de los Piratas de Pittsburgh sintió el impulso de enviarle al adolescente un mensaje de texto en el cual lo apodaba “El Abusador”, en referencia a la forma en la cual, rutinariamente, Acuña castigaba la pelota.

Un año después, Acuña seguía implacable en su ritmo jonronero. La había enviado a la calle en los primeros dos encuentros con el Scranton y estaba previsto como primer bate contra el partido final de la serie contra los RailRiders. Antes de dirigirse a la caja de bateadores, se le acercó el cuarto bate del Gwinnett Rio Ruiz. En un esfuerzo por mantener las cosas interesantes, y mantener el compromiso y sentido de reto de Acuña, Ruiz le extendió una oferta al precoz prospecto: Si despachas jonrón en tu primer turno, te compraré un par de zapatillas de baloncesto Air Jordan.

Acuña recibió recta en el primer pitcheo del partido, la conectó y llevó más allá del estadio. Fue su tercer cuadrangular en igual cantidad de días y el cuarto en cinco cotejos. Cuando se dio cuenta, había un paquete esperándole frente a su armario. Contenía un nuevo par de Jordans. Blancos y negros, talla 11 ½. Lo más impactante es que sus compañeros no se sintieron sorprendidos por la hazaña del venezolano. Ruiz afirma: “No hay nada que no sea especial con respecto a él”.

Una de las cosas más especiales con respecto a Acuña es su linaje beisbolero. Su padre, también llamado Ronald, pasó cinco años como jardinero con la organización de los Mets de Nueva York. Es primo del ex pitcher de los Angelinos de Los Angeles Kelvim Escobar y el actual campocorto de los Reales de Kansas City Alcides Escobar. Ronald hijo, el mayor de cuatro hermanos todos peloteros, firmó por la cantidad relativamente pequeña de $100.000 en 2014 y se decía que su hermano menor Luisangel podría firmar con un bono cinco veces mayor durante este verano. Aunque la capacidad de aprendizaje de Acuña impresiona tanto o más que su ascendencia.

“Es uno de esos chicos… Uno le dice algo una sola vez y ya lo entiende”, afirma Damon Berryhill, manager del Gwinnett. “Es un chico brillante que absorbe todo. Eso ayuda a que el salto a las Mayores sea sumamente rápido”.

Quizás demasiado rápido.

"Quiero ser como Mike Trout. Quiero llegar a ese nivel. Quiero llegar a la grandeza. Quiero llegar a Grandes Ligas, quedarme en Grandes Ligas y jugar durante muchos años. Todo lo que ello conlleva. Ir al Juego de Estrellas, ganar campeonatos, todo eso." Ronald Acuña

A finales de febrero, cuando el joven guardabosques formó parte de una sesión con los medios en los entrenamientos primaverales vistiendo su gorra de forma desacomodada y la visera apuntando hacia el cielo, desató una controversia en la cual su organización dejó claro que preferirían ver a Acuña utilizando dicha prenda de forma diferente. Incluso, Andruw Jones, el curazoleño ex jardinero central de Atlanta y elegido en cinco ocasione al Juego de Estrellas, quien debutó a los 19 años y es la opción obvia a la hora de hacer comparaciones históricas con Acuña, dio su opinión.

“Lo principal que necesita recordar es que debe mantener la cabeza en alto y respetar (a quienes le rodean)”, expresó Jones a MLB.com. “Hay que ser humilde, pero (mantener el equilibrio entre) humilde (y) petulante”.

Tres semanas después, a pesar del hecho que Acuña había exprimido al pitcheo de la Liga de la Toronja hasta sacar jugo fresco (bateando para .432 con cuatro jonrones en 16 partidos, incluyendo sendos vuelacercas contra Masahiro Tanaka de Nueva York y Aaron Sanchez de Toronto), los Bravos anunciaron que el fenómeno venezolano era reasignado al campamento de Ligas Menores y que comenzaría la temporada en Triple-A. El movimiento fue, a la vez, sorprendente pero esperado.

Por una parte, parecía que Acuña ya había demostrado todo lo que tenía que demostrar. Había arrollado en Ligas Menores en la pasada campaña, pareciendo que, de alguna forma, las curvas de aprendizaje no se aplicaban a él, con un promedio de bateo que seguía al alza en cada nivel por el cual pasaba. Acudió a la Liga de Otoño de Arizona, donde siguió su bateo despiadado (ligando de OPS de 1.053) y se convirtió en el pelotero más joven en alzarse con el reconocimiento al Jugador Más Valioso de ese circuito. Luego, se produjo su actuación en el Spring Training que rayó en lo ridículo. Además, no es que los Bravos no necesitaban ayuda en el outfield: Si bien contaban con el veterano Nick Markakis en la pradera derecha y a Ender Inciarte, All-Star en 2017, en el centro, contaban con un vacío importante en el left, donde Preston Tucker y Lane Adams (dos peloteros suplentes cercanos a los 30 años) eran las mejores opciones con las cuales contaba Atlanta.

En la otra mano (posiblemente, la misma que firma los cheques girados por los Bravos), las probabilidades de que Acuña quedara en el equipo grande tras el Spring Training, eran muy pocas. Si bien la organización alegó “razones de desarrollo” para devolver a Acuña a Ligas Menores, es imposible ignorar las razones económicas tras la decisión: La temporada de Grandes Ligas tiene 186 días de duración. Si un pelotero pasa, por lo menos, 172 días en el roster del equipo mayor, se le acredita un año completo de tiempo de servicio, lo cual incide en los seis años de control que puede mantener un equipo antes que dicho pelotero se convierta en agente libre. Entonces, al mantener a Acuña en Ligas Menores por un par de semanas (al menos 15 días, para ser exactos), Atlanta lo mantendría bajo relación contractual hasta la temporada 2024 y no hasta 2023.

Si bien este es un modelo fiscalmente prudente que se está haciendo cada vez más común con los principales prospectos en toda la liga, la gerencia de los Bravos insiste que no fue la razón fundamental tras el movimiento.

“Para nada”, dice el gerente general de los Bravos Alex Anthopolous cuando se le pregunta en cuanto incidió el tema del tiempo de servicio de Acuña en su descenso: “Cero por ciento”.

Sin embargo, desde el punto de vista de los Bravos, y entendiendo que no se esperaba que fueran un equipo competitivo este año, el movimiento tuvo todos los centavos, perdón, todo el sentido del mundo. No así desde el lado del pelotero.

“Me sorprendió bastante”, dice Acuña. “Me dijeron que iba a competir por un puesto y así lo asumí. Lo dejé todo en el terreno. Entonces, sí, me sorprendió. No lo entendí en ese momento porque había hecho muy buen trabajo. Pero, bueno, está bien. Me siento bien. Seguiré trabajando”.

Eso no significa que no seguirá jugando.

Si hay algo que reluce cuando se presencia una práctica de bateo de Acuña, además de los batazos monstruosos (“Tan alto y lejos como he visto a nadie despachar una pelota”, indica un scout), es lo divertido que se muestra. Mientras se para en el jardín entre repeticiones de rutinas defensivas, es el único que baila, sosteniendo su guante rojo frente a su rostro como si estuviera en un club y el guante fuera la chica con la que sale.

Mientras que el resto de sus compañeros utilizan sus pantalones grises hasta la altura de sus zapatos, Acuña escoge vestir de forma que resalta sus medias azules con franjas verdes brillantes. Su gorra queda firmemente puesta en la cabeza en los lugares correctos, complaciendo así los deseos de la gerencia. Sin embargo, la gira un poco hacia la derecha, para así quedar apuntando en posición de la 1 del reloj en vez de la postura tradicional.

El juego de Acuña es comparado con la leyenda de los Bravos Hank Aaron (y con otros peloteros), pero su rutina previa al partido evoca los recuerdos de un outfielder miembro del Salón de la Fama de generaciones más recientes.

“Me recuerda a Ken Griffey, Jr.”, afirma el agente de Acuña, Peter Greenberg de la empresa Legacy Sports. “Desde el momento que llega al estadio se está divirtiendo”.

En lo que al propio Acuña respecta, tiene sus propias comparaciones presentes.

“Quiero ser como Mike Trout”, afirma Acuña. Tampoco le iría mal si termina como su compatriota venezolano Miguel Cabrera, la inspiración que lo motivó desde siempre a vestir el número 24 en su uniforme. “Quiero llegar a ese nivel. Quiero llegar a la grandeza. Quiero llegar a Grandes Ligas, quedarme en Grandes Ligas y jugar durante muchos años. Todo lo que ello conlleva. Ir al Juego de Estrellas, ganar campeonatos, todo eso”.

Por supuesto, nada de eso ocurrirá sin antes graduarse de Gwinnett. Algo que parecía ser mera formalidad al ser descendido en marzo y ahora, el ascenso de Acuña a Atlanta (que se oficializó el miércoles y podría resultar en su debut contra los Rojos de Cincinnati el mismo día) se ha convertido en tema de debate reciente, debido a sus dificultades ofensivas con los Stripers a principios de temporada.

“No se quiere ascenderlo solo por el hecho de ascenderle”, afirma un scout que ha evaluado a Acuña de forma extensa durante el mes de abril. “Estarías, entonces, condenando al chico al fracaso a nivel de Grandes Ligas, especialmente si ha estado pasando por un slump a este nivel”. Otro scout dice lo siguiente con respecto al descenso de Acuña y su posterior bajón con el madero: “Gran parte de este deporte se produce entre los oídos. Cosas así pueden fregar tu mentalidad”. Obviamente, se puede decir lo mismo a la hora de pasar por malos momentos al plato en las Mayores.

“Si cosas como esas van a repercutir en tu carrera a largo plazo”, dice Anthopolous, “no te veo muchas oportunidades de llegar lejos, para comenzar. Si un inicio frio a nivel de Ligas Menores va a afectar a alguien de esa forma, entonces no tenemos al pelotero apropiado con nosotros”.

EL ABUSADOR intenta convencer.

Específicamente, intenta quitarle a un periodista la idea de que su lento inicio de temporada está afectándole. Intenta decirle que no tenía las manos puestas en el botón de pánico antes de registrar su primer imparable contra el Durham, un láser de 110 millas por hora hacia la línea del jardín izquierdo que terminó siendo doblete y puso punto final a una mala racha de 11-0.

“No estuve preocupado”, dice Acuña con rostro serio. Sentado frente a su vestidor tras conseguir sus dos primeros indiscutibles de la campaña en el cuarto compromiso de Gwinnett, no sabe lo que el futuro le depara. No sabe que, en sus próximos cinco partidos, ligará de 21-3 y que, luego de nueve juegos en Triple-A, sumaría anémico promedio de .139 con 14 ponches en 36 turnos.

El declive preocupante de Acuña hizo que los aficionados y expertos se preguntaran si el prospecto más cotizado del béisbol estaba realmente listo para jugar al nivel más alto y además, causó que Atlanta manejara a su joven prodigio con sumo cuidado: En vez de ascender a Acuña el 15 de abril, la fecha mínima que evitaría que acumulara 172 días de tiempo de servicio en la presente temporada, los Bravos esperaron 10 días más. Aunque Acuña evitaba que sus dificultades lo sumieran en la preocupación.

“Siempre hay que mantenerse positivo”, expresa, repitiendo las palabras de Canó, a quien acudió Acuña en busca de consejos el año pasado. Un privilegio inherente a ser el primer prospecto de la pelota rentada es que se puede acudir a un futuro miembro del Salón de la Fama de la manera más normal. Y así lo hizo Acuña, utilizando la red Instagram para hacer contacto con Canó, a quien no conocía. El segunda base de los Marineros de Seattle respondió con una frase que, si bien no es nada novedosa, caló hondo en el jovencito: “No permitas que nadie te diga que no puedes hacer algo”.

Hasta hoy, Acuña dice que la frase sabia de Canó ha sido el mejor consejo que jamás haya recibido. Mejor que todas las que ha escuchado por parte de sus primos peloteros. Mejor que cualquier perla de sabiduría que haya recibido de su padre, incluyendo aquella ocasión en la cual tenía 15 años y su progenitor le sugirió que cambiara de posición, de la antesala al outfield.

“Me dijo que era una mejor oportunidad para mí, porque podía correr”, dice Acuña. “Podía ver que tenía chances para desarrollarme como pelotero”.

Aún falta por ver cuánto tiempo necesita Acuña para desarrollar su potencial por completo, o sea, cuánto tiempo requiere para convertirse en la estrella perenne que todos esperan. Mientras tanto, cinco días antes de que los Bravos de Atlanta muy probablemente, definitivamente, posiblemente, ciertamente, quizás, indudablemente lo asciendan a Grandes Ligas, seguía en Triple-A. Con slump o sin él, no tenía la idea de quedarse allí.

“No espero seguir aquí por mucho tiempo”.