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Un plan con propósito para los Yankees

Robinson Canó acordó contrato de 10 años y $240 millones con los Marineros. Jared Wickerham/Getty Images

Cuando Brian McCann llegó al Yankee Stadium temprano esta semana para prepararse para su conferencia de prensa de preparación, los oficiales del equipo estaban sorprendidos por lo emocionado e involucrado que estaba. Para ellos él sonaba como si no pudiese esperar a que comenzara el entrenamiento primaveral.

Jacoby Ellsbury es más discreto que McCann, pero los oficiales de los Yankees han recogido de él un sentido de propósito, lo que es entendible; su acuerdo de siete años con Nueva York sera el mejor contrato en su carrera, y tomó la decisión de saltar de los Medias Rojas a los Yankees.

Carlos Beltrán habló temprano en este año, mucho antes de que supiera como resultaría su agencia libre, sobre lo que estaba en juego para él en el futuro -- su lugar entre los bateadores de Puerto Rico, entre los ambidiestros. Habló sobre cómo había pensado en el proceso a seguir cuando le tocara su esperado cambio a ser bateador designado. Cuando le pregunté sobre los Yankees como posible destino, Beltrán -- a quien todavía le quedaba una larga temporada con los Cardenales, una que realmente disfrutó -- solo respondió diciendo cuánto había disfrutado jugar en Nueva York. No estoy seguro de ello, pero podría apostar que los Yankees siempre fueron su primera opción.

Había un sentimiento bien diferente en las conversaciones entre Robinson Canó y los Yankees para el momento en que el intermedista acordó su contrato de 10 años y $240 millones con los Marineros de Seattle. El sentimiento predominante que sintieron los oficiales del equipo fue frustración -- coraje, realmente, de que la visión de los Yankees de lo que Canó valía en el mercado estaba lejos de lo que les estaban pidiendo. Algunos de los compañeros de Canó tenían el mismo sentimiento, de que Canó sintió de que le estaban faltando el resto, y que incluso si Canó firmaba de vuelta, algo en la relación entre el jugador y el equipo quedaría irrevocablemente dañada, como una pintura con un rayazo en el medio.

Quizás entonces, sea mejor para ambas partes que el tiempo de Canó con los Yankees haya terminado de esta manera. Si se hubiese quedado, el dolor por lo ocurrido en las negociaciones habría permanecido, y en ese contexto, esos momentos en los que Canó fallaba en correr tras conectar una roleta o no exhibía su esfuerzo completo se habrían traducido de forma diferente por sus patronos y por los fanáticos que lo han perdonado en el pasado. Si la guerra de ofertas lo hubiese forzado a volver a los Yankees por menos dinero del que pedía, es posible que las cosas no habrían salido bien para ninguno de los dos.

Ahora McCann, Ellsbury y Beltrán -- tres jugadores excelentes -- entrarán a la próxima temporada con el impulso de tener éxito, por una razón u otra, rodeados por compañeros que estarán emocionados de tenerlos a su lado. Ahora Canó se va a Seattle por lo que él quería: el mayor dinero posible.

Y ese es su derecho, su prerrogativa. En aras de toda la discusión postmortem sobre quien fue el bobo y quien estaba bien o quien estaba mal, no hay muchas áreas grises; las opciones estaban claras para todas las partes.

La oferta que Canó obtuvo de Seattle fue significativamente más alta que la que los Yankees estaban dispuestos a hacerle, cerca de $65 millones más -- y en valor real, es probablemente más, dada la cantidad de impuestos involucrados. Canó decidió tomar más dinero garantizado por encima del legado y el mercadeo.

Los Yankees, al sufrir tanto con su contrato de 10 años con Alex Rodríguez, decidieron establecer una línea que no cruzarían con Canó. Toda la evidencia sugiere que desde el punto de vista de la construcción del equipo, evitar contratos demasiado largos es lo que los equipos deben hacer. Los Tigres ya salieron del acuerdo de nueve años que le dieron a Prince Fielder, mientras tendrán que pagar $30 millones de ese dinero; hay señales tempranasde que el acuerdo de $240 millones de los Angelinos con Albert Pujols es un desastre. Los Yankees han gastado $284 millones en este invierno, pero nada de eso está en un octavo, noveno o décimo año de un contrato, términos que son muy largos para ellos.

Los Marineros comprometieron una asombrosa cantidad de dinero para firmar a Canó. Pero esto no debería ser una sorpresa; ejecutivos de otros equipos han estado diciendo que los Marineros eran los gigantes dormidos del béisbol por la capacidad de crecimiento en su nómina, tal y como dijimos en este espacio hace dos semanas.

Ellos necesitaban adquirir a una estrella, un nombre establecido, para encender el entusiasmo en su base de fanáticos. Este no es un caso como el de los Marlins de Miami que sin cautela gastaron decenas de millones de dólares en José Reyes y Mark Buerhle con la esperanza de que la gente viniera a apoyar el equipo; los Marineros saben que sus fanáticos están ahí, porque los tuvieron en masa hace una década cuando eran buenos. Con el declive de Seattle a lo largo de una década, los fanáticos se alejaron, y ahora al menos ellos tienen una razón para pensar que volverán.

Para poder quitarle a Canó a los Yankees, los Marineros no solo tenían que superar a Nueva York en su oferta; Seattle tenía que vencer de forma decisive a los Yankees en la guerra de ofertas, de la misma manera que los Yankees tenían que vencer a los demás en la guerra de ofertas por CC Sabathia hace cinco años. Si los Marineros le hubiesen ofrecido a Canó $180 millones, no lo habrían logrado firmar.

Seattle quería al jugador, y $240 millones era el costo de restaurar la esperanza. Los Yankees se protegieron a sí mismos de caer en otro contrato oneroso, y perder a Canó fue el precio a pagar. Canó quería el mayor dinero posible, y tuvo que irse de Nueva York para irse para lograrlo.