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Martirio: irle al Atlas... hasta cuando gana

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LOS ÁNGELES -- El Atlas es, ha sido y será un misterio. Es un equipo sin palabra de honor, pero honorablemente bajo juramento. Lo lleva en la sangre. Definirlo es muy fácil, pero explicarlo, es muy complejo.

La tribuna diagnostica en un ceremonial místico, o simplista, los designios del equipo. Si gana, "gana a lo Atlas". Si pierde, "pierde a lo Atlas". Si empata, "empata a lo Atlas". Está todo dicho: el drama está en el ADN de este equipo.

Y da pruebas de ello. Pierde con Independiente de Santa Fe en la Libertadores y con el Pachuca en la Liga, ambos en su casa, ambos encuentros ganables, desde cualquier lógica, ese fascinante sentido común que pierde lo más común de sus sentidos cuando se habla del Atlas.

Porque unos días después, se mete al TSM de Santos y visita al Mineiro en Belo Horizonte, y con la estrechez del 0-1 saca victorias dramáticas y merecidas, que lo revitalizan en Liga y en Libertadores.

En los colores lleva la fascinación de los extremos en los que vive, y sobrevive además a una maldición de 64 años sin ganar un título de Liga. Rojo sangre y negro luto. La apología cromática del sufrimiento.

Hace unos días, Tomás Boy se quejaba de la afición del Atlas. "No me tienen paciencia", dijo. Y un equipo que lleva 64 años momificándose de ansiedad y angustia, lo que más tiene, evidentemente, es paciencia.

Hace unos días, la afición del Atlas reclamaba trepar al cadalso a Tomás Boy, a sus jugadores y a los directivos para sacrificarlos a todos y, seguramente después, zambullirse ellos mismos en la pira del auto holocausto.

Ahora, dramáticamente, el rojo es de furia y el negro es de luto ajeno. La victoria es la madre de todas las reconciliaciones. El triunfo en el Atlas es como acudir al confesionario vacío a expiar sus culpas.

No en balde, Ney Blanco de Oliveira, brasileño, ex de Santos, santificó el sufrimiento de venerar al Atlas, ataviado con su jorongo rojinegro, con la frase magnífica: "le voy al Atlas hasta cuando gana".

Como tal, la sentencia incluye poéticamente la beatificación del martirio. La Fiel, como se bautiza la afición, ha entendido que la euforia es un acto de aceptación de que, nacidos para perder, siempre tendrán el indulto del triunfo.

En esa hermandad glorificada por las ánimas en pena es un pacto de sangre recitar así la profesión de fe eterna: "Le voy al Atlas hasta cuando gana". Sólo así se puede ser atlista. Porque para esta cofradía el estado de gracia no es el triunfo sino la incertidumbre.

Queda claro. Después de años de cubrir puntualmente al Atlas en el Estadio Jalisco, pude entender que el atlista es más atlista cuando se acerca el minuto 90. El apostolado rojinegro exige ser protagonista abnegado de un Juicio Final para que en la última jugada se entere de su destino.

Enrique Aceves, gerente del Atlas, caía en histeria con la confesión estadística: "Van más aficionados al Jalisco cuando el equipo está en riesgo de descender que cuando puede clasificar". El sufrimiento es una epidemia de sanación colectiva.

Lo explicaba el legendario Pistache Torres: "Si a los juegos del Atlas le quitaran el minuto 90, todos terminaríamos locos", y se carcajeaba mientras narraba como, siendo futbolista, perdiendo o ganando su equipo, él cargaba dos cántaros de pulque y al día siguiente empezaba a jugar su siguiente calvario de siete días y 90 minutos.

Y este Atlas de Tomás Boy debe ser entendido de esa manera. Y entender es amar porque el sufrimiento como rojinegro es la expiación del placer.

Fernando Quirarte, después del Mundial de 1986 y de ser campeón con Chivas un año después, es obligado prácticamente a salir del equipo, por conflictos con Marcelino García Paniagua y termina en el Atlas. Si hoy lo del Maza Rodríguez yendo al América es un acto imperdonable, en aquel entonces, Quirarte pudo ser casi trepado al patíbulo.

En ese entonces hizo una confidencia a este reportero: "No lo publiques", pidió en 1987, "pero es algo inexplicable lo que pasa dentro del Atlas. Todos damos todo, pero nada funciona". Y abandonó la madriguera sin resolver el misterio.

Y este Atlas que hoy envía, ociosamente, al cuerpo de limpieza a poner pulcra la esmirriada sala de trofeos, sabe que ahora recibiendo a Veracruz y visitando a Colo Colo deberá esperar hasta el minuto 90 de cada juego para entenderse y descubrirse a sí mismo.

Si gana, "gana a lo Atlas". Si pierde, "pierde a lo Atlas". Si empata, "empata a lo Atlas". Pero es un apostolado seguir a este equipo.

Dicen que después de confesar su mayor pecado, su idolatría rojinegra, ya en su lecho de muerte, Ramón Cano, el prototipo del atlista, renunció al cielo, ratificando su fe en su dios futbolero y pagano, musitando "mil veces arriba el Atlas".