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El día que Pep Guardiola murió dos veces

LOS ÁNGELES -- Devastado, inconsolable, confundido, culpable, Pep Guardiola hoy contempla las ruinas de sus dos imperios.

Difícil la empatía. ¿Qué será más lacerante para él? ¿Cuál vulgarización de sus dos obras debe dolerle más? ¿Ver a este Bayern Múnich que no alcanza a ser el heredero de su Barcelona? ¿O este Barcelona que no alcanza a ser el heredero de su Barcelona?

Le dolerá más a Guardiola ver el deterioro de un nuevo Bayern que fracasa en Europa, o le dolerá más ver que el Barcelona ha perdido la exquisitez de 90 minutos. Sus dos imperios se han colapsado ante sí, uno en sus manos, otro, sobre su propia tumba y sobre la del Bayern.

Pep quiso vestir de etiqueta a los depredadores alemanes. Y se equivocó. Es como pedir a vikingos despiadados que descuarticen con sutileza y con un bisturí. Y pedirles que hagan cirugías estéticas a quienes usan hachas hasta para rasurarse y hacerse pedicure.

Y ante sus ojos se descubrió este nuevo Barcelona. Tan letal como el suyo, pero fragmentado, sin el regodeo, ni el refinamiento, ni la tersura.

Este Barcelona tiene ocho peones percudidos y tres asesinos gentiles y perfumados. Ocho obreros y tres artistas. La ecuación es simple: asaltar y despojar al adversario, para entregarles la presa a Messi, Neymar y Suárez.

Y juntos, en esta Santísima Trinidad del Futbol, lo hacen tan bien, que hasta la víctima se los agradece. Es como permitirle al futuro difunto que elija su arreglo floral. Bayern Múnich murió con una sonrisa. Lo mataron con etiqueta aunque sin anestesia. La crueldad tiene sus límites. Aún para ser finalista de la Champions.

Pero, las palabras de dos jugadores, venerados como leyendas en España, el Atlas y el Atlante, colosos mitológicos griegos, que sostenían en sus lomos y en su arte, aquel Barcelona de ensueño, esos mismos, hoy han sido relevados y destruidos.

"Es que en esta nueva forma de jugar, en lugar de salir jugando y arriesgando, si hay que tirar el pelotazo, eso hacemos, rompemos", dijo hace unos días con un rictus del alfarero al que le dan barro en lugar de arcilla. Y eso hemos visto haciendo a Iniesta principalmente. Porque, hoy Don Andrés, ya no juega para el museo de las Bellas Artes del Futbol. Don Andrés ya no urde, ya no ingenia, ya no purifica, ni tampoco maravilla.

"Las cosas son como tienen que ser. Lo importante es el equipo y tratar de ganar todo, tratar de conseguir el triplete, y para eso pujamos todos. Es lo que hay", reconoce Xavi, alguna vez con esa sensibilidad de billarista, de prestidigitador en la carambola a tres bandas, inventado llanuras, donde los demás, ven callejones.

Y Pep Guardiola murió dos veces la misma noche trágica de Munich.

1.- Aplastado por su proyecto fallido con el Bayern, luego de que, sincerémonos, los "alemanes" dejaron de ser alemanes, y Lewandowski, Müller. Thiago y Schweinsteiger, perdonaron por falta de decisión ante un Ter Stegen sublimado.

Ganaron 3-2, pero el marcador es una mueca de fracaso. En el segundo tiempo la pelota fue suya, pero no pudieron rescatar la impericia o la pusilanimidad del primer tiempo.

2.- Y aplastado además por la desilusión manifiesta de que aquel Barcelona engendró su degeneración en otro que, sin embargo, alcanza para señorear en la Copa del Rey, en la Liga y en la Champions.

La Santísima Trinidad glorifica el futbol, mientras los ocho restantes ofician de sacristanes. Con Pep todos tenían derecho a intentar ser arquitectos, pero estaban todos obligados a ser guerreros. Hoy, el equipo culé sufre de una monarquía, y, claro, el técnico Luis Enrique es apenas el asesor del Rey Messi.

Sí, Pep Guardiola murió dos veces. Y aplastado bajo las ruinas de sus dos imperios. El que desde Alemania fracasó en Europa. Y el que desde España, ganador, finalista de la Champions, pero que se ha vuelto rústico, afeado, y que encima le tira un epitafio: "Cría Messis y te sacarán los ojos".