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River riñó por la Copa; Tigres sólo la jugó

LOS ÁNGELES -- No había trampa. Ni mentira. La nómina de Tigres es superior. Con el precio de las cartas de sus jugadores y sus salarios se pueden armar dos River Plate como el que los humilló para coronarse campeón en la Copa Libertadores de América.

No había trampa. Ni mentira. River Plate sangraba la ausencia de cinco titulares. Tigres llegaba completo. River, pues, tentativamente cojeaba de carencias. Tigres, pues, estaba recargado.

¿El técnico? Tuca Ferretti triplica en canas, títulos domésticos, millones de dólares y partidos dirigidos al 'Muñeco' Gallardo.

Pero el campeón es River. 3-0 indiscutible, ultrajante, vejatorio. ¿Fracasototote? Cuando en menos de un año sumas cinco refuerzos en cifras estratosféricas, de primer nivel, para ganar la Libertadores y sucumbes, fracaso es una palabra piadosa, compasiva.

¿La diferencia entre ser tan superior -bajo la crueldad insensible de la lógica-, tan superior y ser vapuleado en el marcador y en la cancha?

Hambre, le llaman algunos. Coraje, lo describen otros. Pasión, dirían los románticos. Rabia, lo simplifican unos más.

Es eso y más lo que hizo mejor a un River Plate en presunta desventaja desde la visión amable, ilusa, ilusionada, inocente, tierna, bisoña, neófita de quienes creyeron que para Tigres, con esas ventajas enumeradas, sería simple asaltar el Monumental.

La diferencia fue evidente en la cancha. Cierto, hay cinismo y vulgaridad; hay violencia y descaro; hay bajeza, vileza y mezquindad en los primeros minutos por parte de River Plate. ¿Sorprende a alguien el denigrante uso de esos aviesos recursos?

Ferretti debió saberlo. Y Sobis. Y Egidio. Y Pizarro. Y Juninho. Y todos, los cinco, debieron advertirlo al grupo y sobrellevarlo en la cancha porque, especialmente, el árbitro, por genes, vecindad, afinidad, y hasta por sospecha, iba a tolerar ese asalto filibustero de los rioplatenses.

¿Y después? Cuando River consumó su emboscada. Cuando asustó e hizo encabritar a los Tigres y los obligó a devolver patadas, codazos, empujones y arañazos, entonces, y justo entonces, con el rival fuera de sí, confundido, enajenado, desconcentrado, justo entonces, los argentinos se dedicaron a lo que mejor saben: jugar con hambre desmesurada al futbol.

Y pongámoslo más claro. Si River perdía, y sus jugadores lo sabían, se jugaban, porque locos hay en esa tribuna, la seguridad y la integridad de cada uno de ellos y de su familia.

Y pongámoslo más claro. Si Tigres perdía, como ocurrió, sabía que en México les espera una afición compasiva, que los apapachará, los consolará, los disculpará, los indultará alzando la voz y acusando al arbitraje deshonesto y al estilo canchero, subversivo, terrorista casi -según ellos, los paternalistas--, con que jugó River.

Sabían, en Tigres, que si perdían la batalla, les esperaban los brazos amorosos, complacientes, paternalistas, consentidores del aburguesamiento en que viven tolerantemente en Monterrey.

River Plate jugó como sabe que se juegan las finales de los torneos sudamericanos. Sin miramientos, sin contemplaciones. La vileza y lo canallesco, mientras no mutilen al contrario, son recursos en el amplísimo código permisivo de su feudo.

Y lo sabía Ferretti. Y Sobis. Y Egidio. Y Pizarro. Y Juninho. Y todos, los cinco, debieron advertirlo al grupo, aunque al final todos se entregaron al matadero al dedicarse a cazar a los adversarios y olvidarse de jugar al futbol.

Alguna vez, Carlos Salvador Bilardo -nunca un peor ejemplo y nunca un mejor ejemplo- lo explicaba así: "El futbol para el argentino es su proyecto de vida. No puede fracasar. No puede perder. Su hinchada no se lo perdona. Su familia no se lo perdona. Su club no se lo perdona. En Argentina no se le permite al futbolista fallar".

Esa diferencia, entre entender el futbol así, como en Sudamérica, a matar o morir, y a matar y morir, dentro de las fronteras que lo mantengan lejos del salvajismo y la barbarie, eso, marcó la diferencia entre River y Tigres.

Jugando estrictamente al futbol, los felinos estaban a la altura del reto, por encima del reto, incluso.

Pero, llegaban preparados para jugar, no para descifrar y superar las provocaciones. Pero se olvidaron del balón, se dedicaron más a tratar de dañar, que a tratar de jugar. Y nadie sabe hacer el nudo de la horca mejor que el verdugo.

Y en esa confusión, Gignac se fue perdiendo. Y Sobis. Y Egidio. Y Pizarro. Y Juninho. Los veteranos olvidaron su mayor riqueza: la sabiduría de la experiencia. Y Damm no se atrevió a consagrarse. Ni Aquino. Ni el mismo Gignac.

River jugó cada balón a no perdonar. Tigres jugó cada balón a tratar de ser perdonado. En esa postura, en esa actitud, en esa personalidad, se decidió el encuentro.

Más allá de si Alario debió ser expulsado antes de marcar su gol; o si la mano de Rivas debió marcarse; o si Ponzio fue el jugador en el que el árbitro hizo de Pilatos en el juego, al lavarse las manos en sus entradas a mansalva, más que eso en el temperamento se definió el desenlace.

O alguna vez Gignac o Sobis o Damm o Aquino o Egidio o Pizarro entraron al área de River a rematar y matar con esa sangre despiadada de Alario o de Funes Mori, o esa frialdad asesina de Carlos Sánchez en el penalti. Los de Tigres titubeaban. Los de River juegan con la sangre caliente, pero ejecutan con sangre fría.

La Libertadores, de nuevo, sigue tan cerca y tan lejos del balompié mexicano. Sigue sin entender que en el futbol, no sólo se gana con futbol, sino, lamentablemente, también con las leyes no escritas sobre un deporte que inventaron los ingleses, pero al que en Sudamérica se le han impuesto reglas no escritas para jugarlo.

¿Y ahora? Ver si esos Tigres y ese 'Tuca', con plantel para robar la Liga MX, se recuperan del fracaso, aprenden la lección y se consuelan con fomentos conformistas de ganar el torneo doméstico.