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¿Qué nos dejó el juego en La Habana?

El vetusto estadio Latinoamericano, próximo a cumplir 70 años en el mes de octubre, fue escenario de un acontecimiento histórico y extraordinario.

En presencia del presidente estadounidense, Barack Obama, y del gobernante cubano Raúl Castro, los Rays de Tampa Bay se fueron a La Habana a celebrar un partido de exhibición frente a la selección cubana.

Lo de menos fue el resultado del partido, que ganaron los visitantes 4-1.

Lo trascendental de la jornada fueron las lecciones que dejó, de cara a un futuro que se ve inmediato e inevitable.

Cuando el camagüeyano Dayron Varona se paró a batear en el plato como primer hombre en la tanda de los Rays, se convirtió en el primer pelotero desertor en volver a jugar en la isla.

Hizo bien el alto mando de Tampa Bay en incluirlo en su embajada, a pesar de ser el único de los asistentes que no pertenece al roster de 40.

Su participación sentó un precedente de algo a lo que las intransigentes autoridades cubanas deberán empezar a acostumbrarse, por muy amargo que les resulte el trago.

Ver a Luis Tiant lanzando la primera pelota, junto a Pedro Luis Lazo, fue algo extraordinario también, porque desmontó el muro que el gobierno cubano estableció en torno a sus peloteros profesionales, de quienes estuvo prohibida cualquier mención en casi seis décadas.

Seamos honestos. Varios artículos en la prensa cubana han tratado de reescribir la historia y presentar a la isla como víctima, achacándole a la política de Estados Unidos la culpa de la desaparición de una relación beisbolera fluida y natural entre ambos países.

Para nada mencionan que fue Fidel Castro quien eliminó el profesionalismo en el deporte y desterró a los jugadores rentados de la memoria nacional, para poder alinearse al estilo sociopolítico de la Unión Soviética en el contexto histórico de la Guerra Fría.

Beisboleramente hablando, el juego reveló el bajo nivel actual de la selección cubana, incapaz de descifrar los envíos de Matt Moore.

No estamos hablando de Clayton Kershaw, Dallas Keuchel o Madison Bumgarner, quienes conforman la élite del pitcheo zurdo de Grandes Ligas.

Moore es un pitcher por encima del promedio, que intenta regresar a su mejor forma tras pasar por el quirófano y a quien el equipo Cuba que enfrentó en 1999 a los Orioles de Baltimore posiblemente hubiera masacrado.

Si las autoridades de La Habana no acaban de entender que los peloteros cubanos que están en las Grandes Ligas son tan cubanos como los que juegan en la isla, podemos desde ya pronosticar un fracaso estrepitoso en el IV Clásico Mundial del 2017, que podría incluso obligar a la otrora selección nacional a tener que buscar su boleto para la quinta edición de este certamen en un torneo clasificatorio como los que han celebrado este año en Australia, México y Panamá.

El convocar a Kendrys Morales, a Yasiel Puig, a José Abreu y compañía NO depende de un acuerdo previo con MLB, ni del maltrecho y casi inexistente ya embargo comercial, sempiterna excusa para justificar cualquier cosa que pase en Cuba.

Depende de que alguien allá acepte de una buena vez y por todas que el béisbol es parte de la cultura y la identidad nacional y no una bandera política, ni propiedad de una persona o un grupo específicos.