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Más rápido, más alto, más fuerte... ¿y más sucio?

+ Con las horas contadas para la inauguración de los Juegos de Río, el deporte olímpico amanece, otra vez, convulsionado. La vieja amenaza del doping jamás se fue. Se quedo ahí, fue, quizá, en su momento controlada y después parecen haber surgido nuevos métodos y más corrupción para allanarle de nuevo el camino. Hoy, el movimiento olímpico esta nuevamente intimidado no sólo por atletas que intentan sacar ventaja engañando y engañándose a sí mismos, también por países, por gobiernos, por sistemas ávidos de los intereses que genera la imagen y el triunfo en el deporte. El doping, el enemigo más poderoso que jamás haya enfrentado el deporte de alta competencia.

LOS ANGELES -- Casi tres décadas atrás, asome mi cabeza entre el bullicio y la emoción de miles de personas que al igual que yo, en ese momento, en el Estadio Olímpico de Jamsil, suponíamos que habíamos visto la gesta más impresionante en la historia del deporte.

Cuarenta y ocho horas después, un escueto boletín informaba que la carrera más rápida en la historia de la humanidad había sido también la más sucia de todas.

Cinco de los 8 finalistas de la prueba final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988 estaban bajo sospecha. Al ganador, el canadiense Ben Johnson, le retiraron la medalla y obviamente el impresionante tiempo --en aquel momento-- de 9.79. Y entonces, los Juegos Olímpicos y el mundo empezaron entender de qué se trataba, para qué se utilizaban las sustancias, los alcances y el desarrollo que habían adquirido los laboratorios deportivos detrás de "la cortina de hierro". El mundo dejaba atrás los "tiempos románticos" --para el movimiento olímpico-- de la "Guerra fría", los boicots, las diferencias políticas para sumergirse en un mar sin fondo: el doping.

Hoy, casi 40 años después, estamos afrontando un panorama similar: el Comité Olímpico Internacional descubre pruebas de dopaje positivas de los últimos dos Juegos Olímpicos y conoce el resultado de investigaciones que señalan que Rusia, una potencia económica, política y deportiva, habría favorecido --como en los antiguos tiempos de la URSS-- una política de dopaje de estado. El gobierno apoyando un sistema para permitir y también para esconder la utilización de sustancias no permitidas en el deporte.

Los Juegos Olímpicos de Rio están a la vuelta de la esquina. Y el mundo no habla de marcas, de atletas, de pruebas, de instalaciones, de organización. De lo que se habla hoy es de lo mismo de lo que se hablaba en el siglo anterior: de la trampa.

Rusia podría quedar fuera de Rio de Janeiro en las próximas horas y el tema podría llevarnos, en un mundo convulsionado, a una crisis de orden política. Después de todo, no se trata de cualquier país y no se trata de un dirigente cualquiera con la imagen de Vladimir Putin asomándose desde el Kremlin. La situación y la resolución es complicada para un Comité Olímpico Internacional que intenta ganar tiempo y que pierde credibilidad.

Los Juegos de Rio no ha comenzando aún. No sabemos que nos espera, en un país política y socialmente enredado, atrasos en instalaciones, escenarios y temeroso de problemas de salud y de la amenaza mundial del terrorismo, pero lo que está claro es que la batalla ha comenzado lejos de las pistas, de las canchas, del campo, de la calle, de los gimnasios, ha comenzado en una plataforma que sigue siendo siniestra, sucia y tramposa: la del doping.

@Faitelson_ESPN.