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A los 29, Chicharito decide: ¿ser historia o hacer historia?

LOS ÁNGELES -- Defendía Johan Cruyff que el clímax del futbolista es a los 29 años. Es su punto de quiebra. Su parteaguas.

A esa edad, explicaba Cruyff, ya sabe todo lo que debe saber. Ya no debe haber misterios ni secretos. "A los 29 años se identifica al que será un jugador diferente, a menos, claro, que sea un genio como Messi, Pelé, Maradona...".

Javier Hernández llega este jueves a los 29 años. Su futbol rudimentario, lejos de la exquisitez, pero cerca de la red, lo descarta como genio, pero no, aún, como un futbolista diferente. La puerta sigue entreabierta.

Para Chicharito ya no debe haber misterios. Ya dio vueltas olímpicas, jugó Mundiales, vistió de Tricolor, impuso récords, se vistió con las más elitistas galas de Inglaterra y España, aunque terminó recluido en un club de vitrinas absolutamente vacías, como el Bayer Leverkusen, cuya sala de trofeos sigue sin inaugurarse. La montaña rusa no se detiene.

En ese brusco deambular entre cima y sima, entre desfiles y procesiones, sin duda lanza generosos mensajes de integridad. Cita con frecuencia un pergamino sacado seguramente del vientre de alguna galleta china: "Dios asigna a sus mejores guerreros las batallas más duras".

Y resistió el pendular y voluble desplante de Sir Alex Ferguson, al llevarlo del mimo al desdén; y sobrevivió a ser execrado como plebeyo de la corte de estilistas de Cristiano en el Real Madrid, y en medio de la mediocridad en el Leverkusen asomó con goles reconciliatorios durante la fallida cruzada en la Champions.

Ha, pues, vivido todo. Escalado muros y desbarrado en fosos. Está en ese punto de transición dramático que mencionaba Cruyff: los 29 años, el momento justo en que el futbolista elige ser historia o hacer historia.

Ciertamente hoy es más jugador de futbol que aquel rematador estrambótico, circense, pantagruélico, accidentado, desaliñado, que se tropezaba y anotaba, y reencarnaba como El Chaplin del Gol, capaz de un remate que pareció emular aquel de Jared Borgetti ante Italia, o aquel a tres bandas, cuando remata cayendo y el balón rebota enloquecido entre cachete, trompa, ceja, oreja y sien antes de caer como guillotina en las redes del Chelsea de Ancelotti.

Más atlético, más fuerte, más resistente, más completo, se ha convertido en uno de los atacantes con más recorrido defensivo del equipo y recuperador de balones, obligado por un equipo de poco abordaje al área rival, a ser él mismo el generador de sus propias esperanzas. Pero su Estrella de Belén es el gol.

Son tiempos de cortejo, de coqueteo. Más allá de sus faranduleros noviazgos, incluyendo a la Sodi que le espeta -¿despechada?- que "le quedó grande la yegua", hoy a Javier Hernández lo visten con modelitos nada descabellados: Dortmund, Lyon, Los Ángeles, Sevilla, Manchester United y, recientemente, en demenciales rumores, como relevista de Gignac en Tigres.

Concentrado con la selección mexicana, Chicharito se encuentra confrontando la encrucijada, su encrucijada. Esos 29 años, ese punto de quiebra, ese punto de partida, ese punto de lucha o de rendición, del que hablaba Cruyff. Lo cierto es que no hay retorno.

Con su vida financiera resuelta, asegurando que la última camiseta que vestirá será la de Chivas, aún espera terminar las tareas inmediatas con la selección mexicana, con la esperanza de que después de la Copa Confederaciones haya contratos generosos, pero, sobre todo, ambiciosos. ¿El último amanecer antes del ocaso?

Según la numerología de la cultura india, los ciclos del ser humanos cambian dramáticamente cada siete años.

A los 21 años (tres veces siete), Chicharito tuvo los primeros contactos con el Manchester United a través de su visor para América. Meses después estaba en la Liga Premier. Antes de cumplir ese ciclo de los 28 (cuatro veces siete), y brincar a los 29, hacia dónde apuntará su Rosa de los Vientos.

Javier Hernández lo sabe, tal vez sin saber la juramentación de Cruyff: a esos 29 años, es el momento de hacer historia... o de ser historia.