Las acusaciones de que los Houston Astros robaron las señas de sus rivales en la postemporada del 2017 mediante una cámara instalada en el jardín central del Minute Maid Park han sacudido por estos días el mundo del béisbol.
Por ahora es apenas una teoría conspirativa, como la de la bala que mató a Kennedy o la llegada de Neil Armstrong a la Luna en un estudio de televisión.
Las Grandes Ligas han iniciado una investigación al respecto y de ser ciertas estas afirmaciones, las consecuencias podrían ser devastadoras, a niveles comparables con el escándalo de los Chicago White Sox de la Serie Mundial de 1919 o el de las apuestas que mantiene desde entonces a Pete Rose fuera del Salón de la Fama de Cooperstown.
Ante todo, hay que asumir la presunción de inocencia, principio insoslayable de las leyes estadounidenses.
Nadie es culpable hasta tanto se demuestre lo contrario y toca a los investigadores de MLB probar si hubo trampa para sacar ventaja sobre los rivales y que ello le permitió a los Astros ganar su hasta ahora único título en Series Mundiales.
Los rumores sonaban desde entonces y ahora explotan con las declaraciones de Mike Fiers, quien formara parte del cuerpo de lanzadores de Houston en aquel año.
Es difícil mantener en secreto en estos tiempos una trama como la que se alega, cuando el que hoy es miembro de un equipo, mañana está en la trinchera opuesta.
Si Fiers dice la verdad, habrá quien intente desacreditarlo con el simple argumento de ¿por qué lo dices ahora y callaste cuando sabías lo que estaba pasando y beneficiaba a tu equipo de entonces?
Lo cierto es que el serpentinero que ahora juega para los Oakland Athletics ha destapado una caja de Pandora que podría terminar feo.
Entonces empiezan las teorías de conspiración y la gente empieza a tratar de atar cabos.
Por ejemplo, llama la atención la diferencia del rendimiento ofensivo de Jose Altuve y Carlos Correa en casa y en la carretera durante la Serie de Campeonato de la Liga Americana ante los New York Yankees.
En los cuatro juegos de esa serie disputados en Houston, Altuve disparó ocho hits en 15 turnos (.533) y Correa se fue de 15-7 (.466).
Cuando las acciones se movieron al Yankee Stadium, el venezolano se fue en blanco en diez oportunidades y el puertorriqueño lo hizo de 12-2 (.167).
Algunos lo llamarán casualidad o que los dos estelares peloteros sucumbieron a la presión de jugar en la Catedral del Béisbol, pero no faltará quien se agarre de estas estadísticas para jurar que tiene la verdad absoluta en sus manos.
En la Serie Mundial, el japonés Yu Darvish pudo haber sido una víctima de ese supuesto robo de señas.
Darvish había sido adquirido por Los Angeles Dodgers a mitad de temporada, procedente de los Texas Rangers, para redondear una rotación de por sí sólida.
En la serie divisional ante los Arizona Diamondbacks lanzó una joya de cinco entradas, solamente dos hits y siete ponches, para acreditarse el triunfo.
En su siguiente presentación, ya en la Serie de Campeonato de la Liga Nacional, tiró seis innings y un tercio frente a los Chicago Cubs, con una limpia, seis imparables y también siete abanicados, para reafirmarse como puntal del pitcheo de los Dodgers.
Pero en el clásico de octubre, cuando le tocó trabajar en Houston, le dieron con todo y apenas pudo mantenerse un inning y dos tercios, al aceptar seis cohetes y cuatro carreras, sin ningún ponche, como si los bateadores rivales estuvieran preparados de antemano para el envío que vendría.
Pero no se apuren a sacar conclusiones. Estos son hechos aleatorios que no confirman nada, pues el mismo Darvish, en su segunda presentación, ya en el Dodger Stadium, también fue castigado libremente por los Astros con cinco carreras, cuatro de ellas limpias, también en uno y dos tercios.
A Justin Verlander nadie le roba las señas y hasta ahora ha sido incapaz de ganar un juego en Series Mundiales.