MIAMI - El Marlins Park de Miami albergará por primera vez la final del Clásico Mundial de Béisbol (WBC, por sus siglas en inglés) que se disputará entre el 9 y el 23 de marzo del año próximo.
La joya beisbolera de la Pequeña Habana acogerá un grupo de primera ronda, otro de segunda fase, los partidos de semifinales y el choque decisivo.
En camino a su quinta edición y aun cuando hay mucho que mejorar, el WBC sigue afianzándose como la expresión suprema del béisbol global, bajo la égida de las Grandes Ligas.
Mucho bien le hizo a la salud del torneo los títulos alcanzados por República Dominicana en el 2013 y Estados Unidos en el 2017, luego de que Japón dominara las dos primeras puestas en escena (2006 y 2009).
Como mucho aportaría también que en algún momento fueran los puertorriqueños o los venezolanos quienes alcen el trofeo, por tratarse de dos de las principales potencias internacionales en el deporte de las bolas y los strikes.
¿Y Cuba? Luego del milagroso subtítulo conseguido por la mayor de las Antillas en el 2006, la selección cubana ha venido a menos y hoy es una triste caricatura de aquel país que desde los orígenes de este deporte en el siglo XIX era el segundo exponente en todo el planeta, detrás de Estados Unidos.
Cubanos hay de sobra para conformar un equipo de lujo, que automáticamente se colocaría entre los favoritos a coronarse campeón.
La mayoría de los peloteros de Cuba que juegan en las Mayores han expresado en múltiples ocasiones su deseo y disposición de representar a su país en el WBC.
Pero en La Habana no existe la mínima voluntad política para hacerlo, a pesar de ser un reclamo a gritos de la exigente fanaticada dentro y fuera de la isla.
Los argumentos son, cuando menos, infantiles. Que si los que juegan en las Series Nacionales tienen iguales o más derechos. Que quienes se fueron son traidores. Que los millonarios bigleaguers le restregarían sus logros en la cara a quienes decidieron quedarse. Que si el llamado Equipo Unificado (odio esa nomenclatura) debería conformarse con 50 por ciento de peloteros de MLB y 50 por ciento de las Series Nacionales. Que si pito, que si flauta. En fin...
La realidad es que la negativa de los federativos de La Habana a aceptar a quienes decidieron labrarse un camino por sí mismos pasa porque no podrían ejercer el control absoluto de la selección.
Si desde Cuba se rindieran a las evidencias, no habría un solo pelotero de los que juegan ahora mismo allá con la calidad para integrar la selección al WBC y eso significaría aceptar tácitamente el fracaso rotundo de su sistema deportivo, una de las banderas propagandísticas del gobierno.
El WBC es un evento patrocinado y organizado por MLB, no por la Confederación Mundial de Béisbol y Softbol, a la que Cuba está adscripta.
El Sindicato de Peloteros debería defender el derecho de sus afiliados cubanos a participar en un torneo creado por MLB, quienes están siendo discriminados por el gobierno de su país de origen.
Además, un equipo compuesto por José Abreu, Yoan Moncada, Yasmani Grandal, José Iglesias, Aroldis Chapman, Jorge Soler y los hermanos Yuli y Lourdes Gurriel Jr, entre otros, elevaría sobremanera el nivel competitivo, que ahora mismo sufre con la presencia de la pobre selección que envían desde La Habana.
Por cierto, la prensa de la isla no ha publicado hasta el momento alguna nota de protesta por la designación como sede de la final de Miami.
No se extrañe si aparecen, en esa hipotética nota, alguna teoría conspirativa de que la elección de la capital del exilio cubano fue una movida para que la selección de la isla juegue en un ambiente políticamente hostil, con incitaciones a las deserciones, aunque el mundo sabe que su calidad no les permitirá ni de casualidad llegar a Miami.