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Amaury Capítulo I: un lobo con piel de chiva

LOS ÁNGELES -- Una promesa generosa. Y tan obvia. “El reto en Chivas era alejarse de la tabla de descenso y ya lo estamos logrando. El objetivo es no dejar de calificar (clasificar) a las Liguillas y ser campeones”.

La expone Amaury Vergara a la Revista Forbes, que le ofrece la portada engalanando el octavo aniversario de la edición para México. Un homenaje que, en estos tiempos y en esta crisis del Guadalajara, parece un pastelazo de ironía y sarcasmo, en medio de indisciplinas, mediocridad futbolística y bancarrota moral.

Lamentablemente, a fuerza de abusar de esa reflexión, de ser promesa e intención saludable, se ha deteriorado a sonar como una cantaleta, como una obsoleta y advenediza promesa de campaña, o como un subterfugio para evadir responsabilidades.


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Pero, asumamos que esta vez vaya en serio. Porque, insisto, se viene escuchando desde la época en que Chivas era una asociación civil, pasando por la gestión de Salvador Martínez Garza, y recientemente como propiedad de la Familia Vergara, primero Jorge, el audaz comprador, y ahora su hijo.

Vale hacer una puntualización. Amaury Vergara está mejor preparado para dirigir a OmniLife que para dirigir a Chivas. En los diferentes apartados de la entrevista, deja en claro que sabe dónde está parado en la maquinaria de OmniLife, pero, por otro lado, aún no sabe dónde está parado en el caso de Chivas, y eso lo ha convertido en chivo expiatorio.

Alguna vez, Salvador Martínez Garza, propietario visual de MexLub, porque había muchos otros capitales respaldándolo, confesaba el desgastante oficio de pastorear un Rebaño como Chivas. Habían corrido ya unos whiskies de por medio.

“Nunca me imaginé esto. Mis empresas funcionan sin problema, son negocios prósperos, me dejan respeto, reconocimiento, dinero, crecimiento. Siempre dormía bien. Con el Guadalajara es distinto. ¡Hasta espionaje telefónico he tenido que soportar! Se acerca gente que ha abusado y que quiere abusar. El medio está lleno de traiciones. Directivos de otros equipos que me abrazan y por la espalda me apuñalan. Hay mucho rencor, mucha envidia y se está solo, porque el poder está muy repartido”, lamentaba Martínez Garza, quien a los cinco años de un total de diez, para tener como concesión al Guadalajara, ya buscaba deshacerse él. “Es terriblemente desgastante. Nunca me habían insultado como después de una derrota”.

Jorge Vergara coincidiría con él. “No confío en nadie dentro del futbol mexicano, ni meto las manos al fuego por nadie”, declararía alguna vez a ESPN.

Vergara vivió lo mismo. Sus correligionarios de OmniLife lo veneran porque encontraron una fuente de trabajo y de riqueza. El vulgo rojiblanco, el aficionado de Chivas llegó a confrontarlo, insultarlo y agredirlo. El futbol, queda claro, se consume por las entrañas.

Por eso, insisto, Amaury, en esa charla con Forbes, revela que sabe dónde está parado como cabeza del Grupo OmniLife, pero, queda claro, aún no sabe dónde está parado como cabeza del Rebaño. Un posible lobo en los negocios, con piel de chiva en el futbol.

Y el aprendizaje de Amaury será doloroso, aún más de lo que ya ha sido, especialmente tras conocer a fondo los detalles de la gestión de José Luis Higuera y de la forma peculiar en la que fue marginado y obstaculizado en su momento Matías Almeyda, y recientemente cómo llegó Luis Fernando Tena –el menos culpable, sin dejar de ser culpable--, a Chivas.

En una de las primeras entrevistas con Jorge Vergara se le advirtió que el futbolista –en especial el mexicano--, es un animal diferente y que podría ser cabeza altiva de la caravana multitudinaria y exitosa de OmniLife, pero que el jugador es un espécimen diferente.

“Son seres humanos, hay que saber tratarlos como seres humanos y después como colaboradores de un proyecto”. El razonamiento es empresarial y laboralmente perfecto, excepto que muy tarde entendió que, en efecto, el futbolista, en especial el mexicano, es un animal muy diferente.

Amaury Vergara está madurando y madrugando a golpes de infortunio. Golpes que no cesan. Lo reconoce en cierta medida en la charla con Forbes: “No ha sido nada aburrido (dirigir al Guadalajara). Estar en Chivas es una actividad de 24 horas, los siete días de la semana. Todo el tiempo está sucediendo algo”.

Cierto, totalmente cierto lo que dice Vergara. Porque un día es el Chicote Calderón; otro día La Chofis López; y después Uriel Antuna; y enseguida, otra vez La Chofis; y más delante de nuevo Uriel y Alexis Vega, y recientemente la caterva formada, como siempre, por La Chofis, en compañía del Gallito Vázquez, Alexis Peña y el incriminado Dieter Villalpando.

Así, ni cómo aburrirse. Pero, seguramente, Amaury percibe que debe haber entretenimientos menos insalubres. Este tipo de excitaciones 24/7 forjarán su carácter, pero también le arruinarán el hígado, el páncreas, la vesícula, el corazón y hasta las amígdalas.

Hoy y siempre, el Guadalajara, es el platillo más codiciado por los comensales voraces de la mercadotecnia, las televisoras, las firmas deportivas, los promotores y todos aquellos que zopilotean al equipo más popular de México y Estados Unidos.

En el afán de domesticar a esas bestiecillas salvajes de su zoológico, Vergara recurría a situaciones extremas. A algunos los mandó a terapia especial en Colombia y con quien hizo un esfuerzo extraordinario fue con Marco Fabián de la Mora. Lo sentó a la mesa de personalidades del deporte para que lo orientaran sobre el éxito, el esfuerzo, la disciplina y otros valores. “Es jugador con talento europeo”, lo defendía. Marco Fabián, a los 31 años, decepciona con Bravos de Juárez, como lo hizo antes ya en la MLS.

Chivas tiene una enorme desventaja respecto al América. El Guadalajara está desamparado, está expuesto, está casi indefenso ante la vorágine de hienas que merodean sus flaquezas, especialmente cuando los principales actos de traición a la institución los perpetran sus propios jugadores, como todos los mencionados anteriormente.

¿El América? Todos aquellos que se atrevan a desafiar, a extorsionar, a defraudar, a engañar, a abusar, a depredar, a traicionar al equipo más poderoso de México, sufrirán todas las consecuencias y castigos posibles. Simple, cuando sea necesario, el dueño, Emilio Azcárraga Jean, echa a andar toda su maquinaria y reduce a polvo a cualquier falaz atrevido.

Chivas no tiene ese poder. Su único poder, su única legión armada –coloquial y figuradamente hablando--, es su afición, la cual se harta de los pésimos resultados, y además, parte de la cual, a veces, actúa cegada y sesgadamente, como al apoyar a la camarilla de indisciplinados.

Por eso, salir de nuevo al púlpito rojiblanco a enarbolar esa promesa de “el objetivo es no dejar de calificar (clasificar) a las Liguillas y ser campeones”, suena a promesa obsoleta de campaña, a salida de emergencia.

Amaury Vergara será el prócer de una maquinaria engrasadita como OmniLife, pero seguirá siendo, mientras aprende, si puede hacerlo, el chivo expiatorio de Chivas.