LOS ÁNGELES -- Se desahogaron ambos con ESPN (Ahora o Nunca). Javier Hernández y Carlos Vela, cada uno a su modo, desde el desolado y desolador andén del desconsuelo, se despidieron de la Selección Mexicana.
Coinciden en algo, desde ahí, desde las coordenadas infames de la frustración: no pudieron cambiar la historia de la Selección Mexicana. Quisieron, sin duda, a su manera, como tantos otros.
El fracaso, en su caso, no es un estigma, pero es un parámetro. Dicho está: fracasado no es quien fracasa, sino quien se arrellana en el fracaso. Ellos, como tantos otros, recargaron la cartuchera de sus emociones, de su fe, y de una atolondrada y desesperanzada esperanza, y lo intentaron de nuevo.
Javier Hernández sintetiza ante ESPN: “A final de cuentas no hice historia con la Selección Mexicana”. Pero, historia hizo. Entiéndase, más bien, que no pudo cambiar la historia de un Tri asolado y azotado en la cíclica ruleta fatalista del cuarto partido.
Carlos Vela reiteró –a su vez– lo tantas veces manifestado: “Tuve mi oportunidad y no pude lograr que México llegara más lejos que con otros jugadores, y es momento para que ellos (los jóvenes) intenten y que busquen llegar a donde nosotros no pudimos”. No renuncia, acepta que el tiempo le ha cortado las piernas.
Chicharito va modulando su discurso. Llegó a engolar y alzar la voz por un sitio en Catar 2022. Hoy la resignación apenas le permite refugiarse de nuevo en una vieja declaración de guerra: “Imaginemos cosas chingonas”, frase desplegada ante David Faitelson para ESPN, antes del Mundial de Rusia. Hoy, evocar esas “cosas” son más lastre que aliento para esta generación de paso tambaleante, víctima de tres zurras en juegos oficiales, en sólo cinco meses, ante Estados Unidos.
Javier Hernández sabe bien que su eventual regeneración con el Galaxy de Los Ángeles no expiará sus pecados de indisciplina, de insubordinación, y hasta con tintes de traición, como lo interpretan el mismo Martino y Yon de Luisa, presidente de la FMF. La Parábola del Hijo Pródigo no está entre las homilías de la FMF. Le temen al lobo con piel de oveja.
Carlos Vela, a su vez, tiene toda la razón. En su mejor momento, en Rusia 2018, fue uno más de quienes asombraron al mundo sometiendo a Alemania, sufriendo ante Corea del Sur, hundiéndose ante Suecia, y exhibidos por Brasil y por su propio entrenador, Juan Carlos Osorio: “Antes (de ese juego), les pregunté, ‘¿estamos preparados para jugar contra Brasil’? La respuesta fue: silencio”. Y la acusación no paró ahí: “(Les faltó) valor, valor… moral, para jugar contra los mejores”.
Más allá del cuestionable diagnóstico de Juan Carlos Osorio, el cual termina por imputarlo a él mismo como líder de esos patibularios, el saldo final de Chicharito y Vela se agrega al de tantos: estuvieron ahí, quisieron cambiar el orden del universo futbolístico... y fracasaron.
Y terminaron ahí, como transeúntes del congestionado y constipado Boulevard de los Sueños Rotos (1994), con las licencias de Joaquín Sabina. Ahí, donde se encontraron con tantos otros y donde serán los anfitriones de otros tantos más. Ahí, en un laberinto que no concluye en el Quinto Partido.
Alguna vez, intenté un recorrido emocional con la columna vertebral de varias selecciones nacionales, ensamblada en la poderosa incubadora del Atlas. Y Rafa Márquez, Jared Borgetti, Oswaldo Sánchez y Pável Pardo concluían en esa dicotomía del Síndrome de las Manos Vacías.
Con carreras exitosas en clubes, con las manos llenas de su recorrido por equipos, estos hijos del paso de Marcelo Bielsa por el Atlas, terminaron con dos frustraciones: no hicieron campeona a su cuna rojinegra, ni irrumpieron en el Quinto Partido.
¿Y alguien duda que lo intentaron ellos, con la misma vehemencia, con otros aciertos y otros errores como los de Chicharito y de Vela? ¿Alguien duda que en esa cofradía de “imaginemos cosas chingonas”, alguno no lo intentó?
El problema de esa fraternidad de “imaginemos cosas chingonas” es que está domiciliada ahí, en ese Boulevard de los Sueños Rotos, en el código postal de un callejón sin salida.
¿O acaso no lo intentaron en su momento Cuauhtémoc Blanco, Javier Aguirre, Manuel Negrete, Fernando Quirarte, Tomás Boy, Benjamín Galindo, Claudio Suárez, Hugo Sánchez, Jorge Campos, Ramón Ramírez y tantos otros más?
¿O acaso no lo intentó el mismo Bofo Bautista con sus 5,297 metros recorridos ante Argentina en Sudáfrica 2010? A su manera, lo hizo. Pero, imagínese al Bofo que desquició a Boca Juniors en la Libertadores vestido de verde. No ocurrió.
¿O no perseveró Giovani dos Santos con todo y sus ampollas que “le quemaban los pies” ante Holanda? A su manera, lo hizo, porque hasta antes de ese pasaje revelado por Miguel Herrera había tenido una sobresaliente Mundial. Y ante Estados Unidos tuvo jornadas espectaculares, incluyendo aquella memorable ejecución sobre Tim Howard, sacándolo a pasear con una correa en su propia área.
¿O acaso no lo siguen intentando, de cara a un posible quinto Mundial, uno con las rodillas rotas, y otro con el espíritu alerta, Andrés Guardado y Guillermo Ochoa?
Todos ellos, y otros más, tendrán su propia, iluminada, luminosa, sala de trofeos, pero hay un nicho vacío, no ahí, en la intimidad de su hogar, sino en un recoveco inexpugnable de sus propias fantasías. Sí, hacer que la Selección Mexicana trascendiera.
Entiéndase: no se trata de enjuiciar y sentenciar a quienes no han podido derribar el Muro de Jericó de la Selección Mexicana. Merecen, la mayoría, un sitio en el museo particular de su balompié, y algunos hasta un sitio en el Salón de la Fama que Emilio Azcárraga Jean le arrebató malandrinamente al Grupo Pachuca.
Pero, ellos, todos, desde su silencio íntimo o desde su confesión pública, terminan con la jaculatoria doliente de Carlos Vela: “Estuvimos ahí y no cambiamos la historia”.
Claro, no todo ha sido culpa de ellos. Los jugadores habrán cometido errores típicos de futbolistas en un concierto de alta competencia como una Copa del Mundo. Sin duda.
Pero, en 1986, la FMF trucó y truncó el camino del Tri con la chapuza en el cambio de sedes. En 1990, una gran generación quedó segregada por la trampa de los cachirules. En 1998, Manuel Lapuente erra en el trueque de Raúl Rodrigo Lara y Claudio Suárez. En 2002, Aguirre nunca descifra a Estados Unidos y se equivoca cambiando a un vivísimo Ramón Morales por un desahuciado Luis Hernández. En 2006, Ricardo La Volpe envenena al grupo y discrimina a Cuauhtémoc. En 2010, Aguirre vuelve a equivocarse con el Cuauh ante Uruguay, y el Bofo ante Argentina. En 2014, Herrera elige a un aterrado Javier Aquino, más la sombra del #NoEraPenal. En 2018, la megalomanía de Osorio y, aquí sí, la rebelión fallida de las Divas Rubias.
Al paso de tantos años, de tanto engullir frustraciones y fracasos, Vela y Chicharito, como tantos otros, han entendido que el Boulevard de los Sueños Rotos no desemboca a las faldas de Hollywood, sino en los socavones de su propia e inclemente realidad.