SAN DIEGO, California.- Lakers y Dodgers jugaban contra el tiempo. Contra el pasado y la presión de no ganar. Contra el presente y los inconvenientes que enfrenta la humanidad y contra el futuro y la necesidad imperiosa de sostener su legado.

Estaba claro que vivían bajo un estado de urgencia. Uno se prolongó durante una década y el otro alcanzó más de 30 años. Ni Lakers ni Dodgers, ninguno de los dos puede darse esa clase de concesiones.

Y el ayuno terminó, basado siempre en la fortaleza que uno tiene que esperar de una franquicia que representa a la zona metropolitana más poblada de los Estados Unidos, un bastión de la economía estadounidense y mundial, y yo agregaría que la segunda ciudad, solo detrás de la de México, con más mexicanos en el orbe. Los Angeles necesitaba refrescar los vientos de grandeza de sus equipos profesionales, volver a sentir, a gozar y a palpitar con la efervescencia de sus raíces y de sus tradiciones. Para el deporte profesional y su industria, el resurgimiento de esa clase de fortalezas también se significaba como una necesidad imperante. Lakers y Dodgers supieron, también, adaptarse perfectamente a las condiciones de la época. No era sencillo hacerlo. La NBA, en su “burbuja” de Orlando. La MLB buscando “rincones”, escenarios que le brindaran cierta tranquilidad. Al final, lo lograron, completaron una temporada y unos Play-Offs que, en su momento, parecían amenazados e imposibles.

Lebron, de un lado, y Kershaw del otro. Hablamos, sí, de dos atletas extraordinarios que están predestinados a ser reconocidos algún día como dos de los mejores en su deporte. James aceptó el reto de jugar en Los Angeles cuando antes había encabezado el éxito de equipos de mercados medianos como Miami y Cleveland. En los Lakers había presión y cierta desesperación y también un pesar por la noticia con la que comenzó el año: la trágica muerte de uno de sus grandes ídolos de todos los tiempos, Kobe Bryant, pesaba sobre los hombros de sus jugadores. Lebron comandó a un equipo poderoso en todos los sentidos, pero, sobre todo, fuerte mentalmente. Clayton Kershaw luchaba contra todos “los fantasmas” recientes de sus postemporadas. Él debía hacer la diferencia. Y lo hizo, con dos triunfos en la Serie Mundial que encaminaron a la novena al éxito.

Hay, sin embargo, más allá de Lebron y de Kershaw, dos elementos de reciente incorporación que fueron fundamentales para alcanzar la gloria en Lakers y en Dodgers. Anthony Davis llegó procedente de Nueva Orleans y se transformó en el “socio” que tanto requería Lebron. Mookie Betts llegó desde Boston para llenar “el hueco” que tanto requerían los Dodgers. La aportación de Davis y de Betts resultó ser incuantificable para la consecución de la gloria en ambas organizaciones.

Es verdad que detrás de los Dodgers y los Lakers hay un gran trabajo de equipo, pero ya en años anteriores, los dos habían gastado el suficiente dinero para conformar plantillas poderosas. La diferencia esta vez pudo haber partido desde una forma diferente de afrontar esa presión que, indudablemente, existía en ambos. Lakers y Dodgers tuvieron lo necesario para abandonar su marasmo y romper su ayuno. Recordaron a la ciudad a la que pertenecen y a la que tienen que responder...

@Faitelson_ESPN

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