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'Cámbienme' parece ser la palabra de moda en Miami y el béisbol

El agente de Christian Yelich dijo que el jugador debía ser cambiado ya que no encaja en el plan de negocios de los nuevos dueños de los Marlins. Juan Salas/Icon Sportswire

"La relación de Christian Yelich con los Marlins de Miami está irremediablemente rota y lo mejor para los intereses del jugador y del equipo es que lo cambien antes de que comiencen los entrenamientos primaverales".

Así dijo el agente de Yelich, Joe Longo, refiriéndose al disgusto de su cliente por las recientes movidas de la gerencia del equipo, ahora propiedad de Derek Jeter y compañía.

El tercer bate de la selección de Estados Unidos, campeona del Clásico Mundial de Béisbol, es apenas uno de varios que han pedido salir de la organización miamense, luego de que fueran canjeados Giancarlo Stanton, Dee Gordon y el dominicano Marcell Ozuna como parte de un plan de reconstrucción de los nuevos propietarios.

El receptor J.T. Realmuto, otra de las piezas más sobresalientes de la franquicia, también solicitó traslado.

Y el quisqueyano Starlin Castro, llegado desde los Yankees de Nueva York en el canje por Stanton, no se ha puesto aún el uniforme de los Marlins, quizás ni siquiera ha visitado el estadio de La Pequeña Habana, y también demandó irse.

Pero no es sólo Miami la ciudad afectada por esta epidemia de solicitudes de cambios.

Los Piratas de Pittsburgh también andan en proceso de desmantelamiento y tras el canje del lanzador Gerrit Cole a los Astros de Houston y del jardinero Andrew McCutchen a los Gigantes de San Francisco, el jugador de cuadro Josh Harrison exigió ser movido a otro equipo.

Estamos en presencia de un problema con diversas aristas, que va creciendo como una bola de nieve cuesta abajo en una montaña.

Por un lado, denota, cuando menos, falta de profesionalidad de los deportistas, sobre todo aquellos que aún no se han ganado el derecho tácito a hacer determinadas exigencias.

Usted está sujeto a un contrato y debe honrarlo como un profesional, independientemente de que su equipo no sea el más competitivo.

Seamos honestos. ¿Quién es Josh Harrison? ¿Qué carrera sobresaliente avala el pedido de Starlin Castro? Incluso, ¿quién ha sido Christian Yelich?

Son buenos peloteros, eso es indiscutible, con una calidad por encima del promedio, pero lejos de ser esas figuras que ya se han ganado un prestigio después de muchos años de trabajo duro, que les permite ser escuchados por quienes les pagan.

Porque de eso se trata. El que paga, manda. Así de simples son las cosas en el mundo real, sin que ello signifique que el pelotero sea esclavo de los dueños.

¡Menudos esclavos aquellos que reciben salarios de más de siete cifras!

Es entendible que todo el mundo quiere ganar, pues para eso se supone que se juega, más allá de cobrar millonarias fortunas que le aseguren la existencia a varias generaciones de sus familias.

En el caso específico de Castro, fue cambiado de los Cachorros de Chicago, su equipo original, y se perdió la gloria de coronarse en la Serie Mundial en el 2016.

Llega a unos Yankees en reconstrucción, que luego salen de él cuando parecen listos para ir por todo en el 2018, para caer en unos Marlins que apenas empiezan a planificar su futuro.

Pero por 11 millones anuales de salario, salga a jugar como un profesional, conviértase en ejemplo de este grupo joven y quién sabe si es aquí donde la vida termina por sonreírle en todo su esplendor.

Lo mismo le encaja a Yelich y a Realmuto. Ahora es cuando tienen que mostrar liderazgo real, en vez de ir a refugiarse a la sombra de estrellas en equipos contendientes.

Ted Williams, "el más grande bateador que ha existido", pasó toda su carrera con los Medias Rojas de Boston y apenas pudo jugar en una Serie Mundial, sin conocer el sabor del triunfo.

Ernie Banks, uno de los peloteros más emblemáticos de los Cachorros, jamás jugó pelota en octubre, pues en los 19 años que jugó, entre 1953 y 1971, su equipo nunca llegó a la postemporada.

Pero cada día de sus ilustres carreras salieron al terreno con la misma disposición de competir y ayudar a su equipo a ser mejor, actitud que hoy los inmortalizó a ambos en el Salón de la Fama de Cooperstown.

Pero por otro lado, a los equipos debe resultarles incómodo tener en el clubhouse una manzana podrida, un hombre -o varios- disgustados, a sabiendas de que no se entregarán 100 por ciento sobre el terreno y que posiblemente apelen a la más mínima molestia física para irse de vacaciones a la lista de lesionados.

Jugadores que de mala gana saldrán a hacer su trabajo sin mucho esfuerzo, para afectar la química de quienes sí estén comprometidos con los nuevos proyectos.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Aceptar las demandas infantiles de unos malcriados que no entienden en su totalidad el concepto de ser profesionales? ¿Hacer valer el control de la gerencia sobre los contratos de los jugadores y correr el riesgo de que se fragmente el trabajo de equipo? ¿Esperar a mitad de la temporada para poder sacarle el mayor provecho a un potencial cambio con una organización desesperada por los servicios de estos peloteros que puedan ayudarles a llegar a los playoffs?

Los próximos días serán cruciales para conocer cómo reaccionarán en estas circunstancias las gerencias de los Marlins y los Piratas.