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Puños de gloria en San Luis, pero ninguno del Tri

LOS ÁNGELES -- Esos puños recios, sólidos, firmes, erguidos, amenazando al cielo y a los Cielos: Dios, nunca más. Ese estandarte cromático de tanta vida, entre tanta muerte. Ese gesto poderoso de fe enarbolando la esperanza. La victoria absoluta sobre la iracunda naturaleza.

El Himno estremece, más que nunca, más que siempre. Cada acorde, un microsismo, en cada uno de los más de 30 mil presentes, esos, esos mismos, que murieron de muerte ajena, un poquito, ese holocausto del 19 de septiembre, y resucitaron con la fortaleza desafiante de los diminutos colosos que hurgaban en las fauces de la tragedia, en busca de un latido, un quejido, un suspiro. Homenaje a los héroes genuinos, esos de rostro bruñido.

Frida, serena: la hecatombe recula y se esconde en el pasado, intimidada por ese muro de puños en alto. Miguel Layún se convulsiona. Pero, llora Miguel, que la sangre se ha secado, y entérate: los nobles sepulcros, son los cimientos de un nuevo México.

El estadio Alfonso Lastras de San Luis Potosí es uno más de los epicentros del renacimiento. Tal vez casi profano, de tan festivo; tal vez casi insolente porque el futbol obliga a agitar banderas, cuando una Nación entera aún conserva solemnemente su bandera a media asta, como señal de alas inquietas de alerta.

Fue, ese momento, con una suntuosidad doliente, respetuosa, cauterizadora, lo apasionante de la jornada.

Después de ello, una selección mexicana patética en el primer tiempo, ante un seleccionado de Trinidad & Tobago formado al vapor, una versión B, improvisada, toda vez que vendavales ajenos le apagaron y le apaciguaron sus ilusiones mundialistas.

Mejora el Tri en el segundo tiempo, con una losa a cuestas, tras el 0-1 de Winchester en la primera mitad. Oportunismo de Chucky Lozano empata, mientras que el que aseguró que "anoto más que los que fallo", Javier Hernández, hace el 2-1, después de desperdiciar tres nítidas.

Cierra Héctor Herrera. Golazo. Cobro a segundo poste, en ese limbo ilocalizable, donde muere el resuello del arquero y se yergue el poste izquierdo. 3-1.

Y claro, festejo desmesurado. En todas partes. En la tribuna, que tiene el derecho supremo de fantasear según sea el caso. Y en las redes sociales, donde unos se consuelan hasta con el hedor que despide esta victoria, mientras otros alertan que detrás de la pirotecnia del marcador, hay un lúgubre comportamiento futbolístico. Y hasta en micrófonos cabalgan estrepitosos aunque famélicos de justificaciones, los cantos de sirenas.

Chucky, Chicharito, Herrera... levantaron el puño por el triunfo sobre la versión B de los trinitarios.

En realidad, los únicos puños que este viernes por la noche se llenaron de gloria, fueron esos heraldos que homenajearon el tesón, la rabia, el humanismo, la fe, de esos, de todos, de los titanes que aún hoy escuchan, porque escuchan, entre las silenciosas entrañas del siniestro, esos latidos que son una celebración de vida... Esos puños, los que fueron astas huérfanas de banderas y de vidas ausentes, antes de que el árbitro diera el silbatazo inicial, esos, esos sí son México...