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Cruz Azul y América, extremos que se tocan y se repelen

LOS ÁNGELES -- Son tan diametralmente diferentes que viven en extremos que sólo se conectan morbosamente a través de la rivalidad: Cruz Azul y América. Ahora, de nuevo, en una Final, la del Clausura 2018.

Precisamente los puntos de divorcio los hacen vivir en ese concubinato perverso para hacer de cada confrontación una lucha de ideas y de ideales. Entre su amor y su odio no hay ningún paso.

1.- PERVERSIDAD Y CANDOR...

América faculta a sus enemigos para que ejerzan la doctrina del aborrecimiento. El Ódiame Más es un acto de provocación, de incitación, a sabiendas, claro, de su inmortalidad como equipo. Levanta la mano antes de lanzar la primera piedra.

Cruz Azul, en cambio, se maneja con intenciones inmaculadas. El escándalo le aterra más que la derrota. Claro, en ese vía crucis acumulado por ya 21 años, el fracaso ha fomentado el abuso del escarnio. Y duele más en el nicho de la burla.

Y como consecuencia de ello, entre esa conmiseración casi maternalista, la mitad más muchos otros, prefieren que Cruz Azul redima modestamente sus blasones y remodele la anquilosada y herrumbrada sala de trofeos.

Una victoria celeste sería, irrefutablemente, hecha suya por las aficiones del resto de los equipos de la Liga Mx. Prefieren, sin duda un modosito arrogante celeste, que soportar seis meses de dictadura pedante en redes sociales.

La grandeza del América no se mide por sus éxitos sino por la dimensión de las agruras que provoca su solo nombre entre la muchedumbre de enfrente. Sus enemigos escupen bilis. Es una forma de veneración.

2.- DE TABLETAS A TABLONES

Pedro Caixinha se alió con la tecnología. El jugador de Cruz Azul debe saber desde las virtudes hasta las caries de su adversario en turno. Hay un gigabyte sobre Diego Láinez y otro más sobre el desaparecido Insaurralde. No hay lagunas de información.

Miguel Herrera es más capataz de la construcción. Prefiere embarrarse de cemento, pero que cada torre de combate quede documentada y enterada de qué y porqué deben hacerse las cosas en la cancha.

De la computadora, El Piojo sólo usa el "mouse" para masajearlos cuando lo necesitan y el cable de corriente, para atizarles en el lomo si es necesario.

Son estilos. Caixinha prefiere ese diálogo constante de su jugador con la mirada clavada en una tableta que le desnuda misterios del rival. Herrera prefiere mirar fijamente al futbolista y descubrir si duda, si entiende, si está comprometido o si está pensando en sus redes sociales.

Dos escuelas distintas, no opuestas, pero que, aparentemente, llevan al mismo sitio de privilegio: la Final del futbol mexicano.

3.- LA MANO QUE MECE LA CUNA

Ricardo Peláez es un Caballo de Troya moderno, en este caso. Conoce al América, conoce a la mayoría de los jugadores, y conoce a Miguel Herrera porque compartieron desvelos en Coapa y con la selección mexicana. Compartieron la almohada de triunfos y sinsabores.

Peláez conoce sus límites e incursiona en terrenos de Caixinha. Ha sido moldeado por éxitos y fracasos. Conoce el método para fortalecer a su técnico ante cada jugador y a cada jugador ante su técnico. El patriarca de La Noria no manda, sólo ordena.

Santiago Baños opera de manera distinta. Sabe que no puede controlar a El Piojo, pero sabe cómo puede colaborar con él. Lo conoció en detalle como su auxiliar, y en las carambolas de la vida, ahora, presuntamente, es su jefe. Socio, sería, sin ser denigrante, más exacto.

Además, inteligente, Baños lima, si las hay, asperezas en el recoveco más complicado de un equipo de futbol: la banca.

4.- NEGENDRADOS, NO CREADOS...

Las raíces mismas de las instituciones se nutren de savia muy diferente. De cuna opulenta, América, formalmente, nace como parte de un imperio que, mediáticamente, aunque no financieramente, trasciende más que la matriz misma.

Lejos de ser un juguete de un millonario ocioso, América nace, crece, se reproduce y se eterniza como un elemento de poderosa penetración social y civil. Televisa, en cada americanista un hijo te dio.

Cruz Azul en cambio es una respuesta casi comunal y hasta comunitaria. Reflejo de una clase obrera, trabajadora, consumada bajo el modelo económico de La Cooperativa, encuentra en la aventura del futbol, un vehículo de promoción de su sello comercial.

Ciertamente, también, queriendo o no, le agregó un elemento de solidaridad gremial y de distracción a los miembros de una nación laboral que encontraba beneficios económicos, sociales, y, además -porque así fue por un tiempo--, un equipo poderoso, campeón, ganador, ejemplar.

Y mientras el América se maneja como empresa y propone, dispone, descompone y recompone, como sea necesario -echando a Peláez incluso--, además mantiene el rigor de competencia interna. No hay más indispensables que el dueño.

Cruz Azul, es una empresa familiar. Todos son, han sido o serán hijos pródigos de los resultados. Y a veces, erróneamente, la manejan así.

Tras casi 21 años, hasta atreverse a la llegada de Peláez, con absoluta libertad, La Noria se deshace de lastres y rémoras que carcomían al equipo y originaban fracasos. Abandonó el camino de la autodestrucción.

Mientras América compite con Chivas por esa supremacía popular en México y Estados Unidos, Cruz Azul es sin duda el tercer equipo con más seguidores, al que, incluso, en Guadalajara, conforme a sondeos, aparece por encima del Atlas.

Estos son apenas algunos detalles que se suman a los ingredientes que poderosamente nutren esta Final del futbol mexicano, especialmente con una misión y comisión por parte de aquellos ajenos a los colores de ambos equipos: que el desenlace, si se puede, sea aún más dramático, impactante, memorable, como el de la Final del 2013, esa misma que es considerada la mejor de todas en la historia del futbol mexicano. La estampa de Moisés Muñoz se eternizó como la silueta de Hugo Sánchez marcándole de chilena al Logroñés, o la de Manuel Negrete en espectacular media tijera a Bulgaria.