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¿Al fin una medalla para Chuy?

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Si el Clausura 2020 se cancelará ¿Cruz Azul debería ser declarado campeón? (3:16)

Para los expertos de ESPN AM en dado caso de cancelar el torneo por la cuestión del coronavirus no sería justo que "La Máquina" sea un campeón sin jugar. (3:16)

LOS ÁNGELES -- Pecó ante los Diablos Rojos y le armaron un Infierno. Hoy es endiosado, mes y medio después de que le montaron en redes sociales el patíbulo frenético de su jubilación anticipada.

La noche del domingo, José de Jesús Corona aterró a Emanuel Aguilera. Minuto 96 y el zaguero americanista tenía mirada de renuncia. El arquero celeste dio un paso al frente, violando reglamento. Y el árbitro Fernando Guerrero, alias 'El Cantante', tarareaba “Me Llaman Tonto”, sintiéndose José José.

Aguilera cobra, y Corona, con más colmillo y astucia que repentización, ataja sobre su derecha ese disparo mal tirado, mal golpeado, mal pensado, mal deseado, pero el mérito queda ahí para el portero cruzazulino.

Había mil y una maneras infaustas y equivocadas de reaccionar para el arquero, pero José de Jesús Corona eligió la correcta. A jugar cara o cruz, la moneda cayó parada.

El VAR se quedó quieto ante el movimiento ilegítimo del guardameta. Queda claro que ha llegado a ser más que una solución un conejillo de Indias. El árbitro queda como inocente y tonto, un impúdico Poncio Pilatos que se lava las manos cada fin de semana (con o sin Coronavirus), pero las sospechas se descargan sobre esos abandonados por su lazarillo, que están en el camioncito de los contubernios.

Héroe, pues, ese mismo Corona que iba a ser quemado en leña verde hasta por su propio técnico, en ese dislate de considerar que podía recluir en la mazamorra de la banca, como castigo a su portero tras aquella pifia ante Toluca.

Cuando Robert Dante Siboldi, ex portero, por cierto, y de un alto nivel además, creyó torpemente, en un ataque de estulticia, que era el dueño del vestuario, y que podía meterse con el capo del sagrado recinto de los futbolistas celestes.

Ojo, no hay que olvidar que Corona es la bayoneta afilada de Carlos Hurtado en la guarida celeste, y que Siboldi llegó, casi espuriamente, en el fallido golpe de estado de los incómodos cuñado y hermano de Billy Álvarez Cuevas, y que está bajo la égida, bajo la tutela, de Guillermo Lara.

Siboldi debió recular más tarde. Pero, también, Corona entendió que en el azote público hecho por su entrenador, había un fondo de razón: había fallado.

A partir de entonces, no sólo Cruz Azul reaccionó, sino que Corona se sublimó hasta pasar a ser el portero más completo del torneo mexicano, incluso por encima de las espectaculares, numerosas, oportunas y vitales atajadas de Guillermo Ochoa, pero que tiene más salidas en falso, que niño tirándole a una piñata.

Hoy, el mismo plantel lo sabe, el peso de Corona en el funcionamiento de Cruz Azul es más importante que Siboldi, quien tiene un embajador dentro del vestuario, pero que es más leal al grupo que a su entrenador: su paisano Jonathan Rodríguez.

Ellos, junto con otros tres, fueron determinantes hace unas semanas en echar de su recinto sagrado a Víctor Garcés, prohibirle la entrada al vestidor, y aclararle a Siboldi que respetarán sus decisiones, pero que la última palabra antes de salir a la cancha, se dice entre, por y para los jugadores.

Y no debe ni satanizarse ni estigmatizarse esta sublevación de futbolistas. Extirpar al Cáncer Garcés y negociar lealtad a cambio de intimidad y libertad con su entrenador, es una magnífica manera de ganar-ganar para todos.

Necesario recordar que aquel Cruz Azul que gana la Copa, se mete a Liguilla, llega a la Final, está a minutos de coronarse campeón, fue una situación similar.

En esa ocasión, Corona, el Chaco Giménez, Amaranto Perea, Gerardo Torrado y un par de jugadores más, tomaron bajo su control el equipo. Atendían y entendían a Memo Vázquez, pero el grupo de jugadores era un reflejo de su código espartano de batalla.

Hoy es una situación similar. Los jugadores tienen en sus manos su propio destino. No hay insurrección absoluta, hay compromiso absoluto. ¿Podrá llegar a la final nuevamente? Seguramente, porque la solidaridad absoluta con que juega el equipo no se resquebraja.

Hay un común denominador entre aquel levantamiento de jugadores y éste. Sí, José de Jesús Corona.

Y como uno de los caudillos de esa sedición celeste, impone con voz en la fraternidad del día a día, y atajando penales cuando es necesario, especialmente cuando, ante la dimensión del rival, como el América, se vuelve imperativamente determinante.