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Hansi Flick, en la lista de los obsoletos

LOS ÁNGELES -- ¿Y súbitamente caducaron? ¿Se volvieron obsoletos? Jürgen Klopp, Pep Guardiola, Zinedine Zidane, Cholo Simeone, Antonio Conte, Mauricio Pochettino, Carlo Ancelotti, ¿son mártires de la caducidad? El son huasteco no miente: “Ayer, maravilla fui, Llorona, ahora ni sombra soy…”.

El técnico uruguayo Luis Garisto empacaba los últimos suvenires del Atlas, arribita apenas, de donde colocara cuidadosamente doblada, la amargura del momento: “¿Sabe?, los técnicos se gastan y se desgastan, como llantas de auto. Y en el futbol cambiamos primero las llantas antes que revisar el auto completo”.

Hoy, Hansi Flick y Thomas Tuchel, se apoderan de la escena. El primero hace campeón al Bayern Múnich, con el pergamino neurálgico de un cuento de hadas. El segundo, tuvo como trono la hielera, desde la que vivió la epopeya inconclusa del PSG.

Sus antecesores han pasado de la moda a la obsolescencia. El técnico de futbol es un bicho que debe mantenerse en el aparador, preferentemente con trofeos. El futbol es un consumidor voraz del entrenador exitoso, exitista y excitante.

Tal vez la definición brutal, cínica e inapelable del francés Frederic Beigbeder, encaja con esa descastada forma de ver al entrenador. “Soy publicista. Mi misión es hacerlos babear (al consumidor). En mi oficio nadie desea su felicidad, porque la gente feliz no consume”.

Los grandes torneos suelen procrear maravillosas Cenicientas, aunque algunas pierdan la zapatilla al redoble de las 12 campanadas del éxito. Hoy todos son los mecenas de Flick y padrastros de Tuchel. La victoria absoluta da el privilegio de perrear con Jennifer López. El resto, se suscribe a videos.

La Final de la Champions redime el oficio de entrenador. Flick cosecha su propia siembra, y Tuchel recoge el bagazo de un inversionista catarí, hijo de un cazador de perlas, tenista de oficio, sospechoso de soborno sobre la sede del Mundial de 2022, ganador de todos los premios de simpatía que le interesaban, pero especialmente amigo íntimo del Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, billonario de sufrimiento.

La exaltación indiscutible del Bayern Múnich puede sintetizarse bajo el rigor de una frase que es de romanticismo argentino, pero con un pragmatismo alemán: “Escuchen bien. Quiero contarles por qué ganaron estos chicos el partido de ayer. Porque jugaron con el corazón de todos ustedes”. La frase es del Cholo Simeone, padre de una disciplina muy alemana, pero lejos de tener el gusto admirable por hacer del futbol una fórmula de ataque constante.

Sí, ya sé… ¿y los obsoletos? Parecería que los milagros los hicieron otros por ellos. Pep Guardiola da tumbos lejos de la gloria suprema sin Xavi, Iniesta, Puyol y Messi. Zidane arrebata una Liga empobrecida, pero sin Cristiano no hay pólvora para más.

Simeone asoma por la escotilla, hunde a Klopp, quien bebe el título de la Premier con la hiel espesa del consuelo. “En el futbol hay herramientas para evitar que las virtudes del rival triunfen”, sostenía el alemán y Simeone le robó la frase, la iniciativa, y tuvo a los virtuosos Oblak y Llorente, entonando las odas por el campeón vigente, pero el Atleti sucumbió ante el Leipzig de otra futura Cenicienta, Julian Nagelsmann.

Y entre los capítulos apasionantes de la Champions eternizada por la pandemia del COVID-19, se consuman las pequeñas proezas y las grandes humillaciones (como ese 8-2 de cicatrices eternas), que confirman que los genios excepcionales sólo consolidan las hazañas colectivas, pero ya se exterminaron las épicas de un semidiós superior a una legión de herejes. Ningún Messi es un mesías en cuarentena.

Al final, pueden prevalecer las palabras de Luis Aragonés. Parecen una obviedad, pero tienen la riqueza de la humildad irascible de El Sabio de Hortaleza: “El entrenador marca las pautas, los jugadores son los que ganan”.

Y Carlos Bilardo respalda la urgencia de sensibilizar al jugador de su responsabilidad: “El himno nacional hay que practicarlo también. Nosotros lo practicábamos cinco veces antes de cada partido... en ese momento del himno, al jugador se le pasa toda su vida por la cabeza"”.

Sin menospreciar a Ruud Gullit: “Un equipo es como un buen reloj: si se pierde una pieza todavía es bonito, pero ya no funciona igual”. Y los entrenadores preparan equipos, sin saber reparar sus propios relojes.

En esa vía crucis inconfundible de todo entrenador, la síntesis de José Mourinho goza de sarcasmo y de dolor: “Las victorias tienen muchos padres y las derrotas solo uno… y soy yo“.

Por eso, el entrenador de futbol se vuelve también un objeto sujeto a la moda. Hansi Flick amaneció este lunes, sin saberlo, cerca de su despido por obsolescencia. Como todo técnico, terminará caducando con, sin y a pesar de la victoria, por muy eterna que sea ésta.