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Lionel Messi, ¿limpio de culpa?

LOS ÁNGELES -- Lionel Messi aún no se va. Tal vez nunca lo haga. Hay, sin embargo, dos facciones antagonistas, antípodas, entre el barcelonismo. Unos muy culé… otros menos culé. Quienes satanizan a Messi y quienes lo canonizan. Quienes creen que está en deuda y quienes sienten una gratitud eterna.

Hay quienes linchan a Messi por considerar abyecta, tenebrosa, cruenta, despiadada, su forma de querer irse, entre las ruinas fétidas del 8-2, esa hecatombe eterna del Barcelona. Hay videos con reacciones viscerales, envenenadas, pútridas de rencor, de ese barcelonismo herido por algo que aún no ocurre.

Ciertamente, un futbolista, y especialmente un ser humano, no podría recibir tantas bendiciones si fuera tan pernicioso como para chantajear, boicotear, extorsionar los sentimientos y las generosidades, y no me refiero sólo del Barcelona, sino de un universo cautivado por sus hazañas, ojo, con la camiseta azulgrana.

Sin embargo, algunos barcelonistas --y muchos madridistas--, están convencidos de que la cabeza maquiavélicamente maestra que ha urdido esta estratagema, este drama de contubernio, confabulaciones, amenazas, sismos y cismas alrededor del Barcelona, es estrictamente la mente de Messi.

Expuesto esto, vale la pena establecer una referencia, una vivencia. No es un juicio. Ni es un indulto. Ni una justificación. Es una anécdota puntual sobre Lionel Messi. Es más, es una anécdota con Lionel Messi, que ya en su momento retraté detalladamente en las páginas de La Opinión, y en este balcón sin muchas serenatas en las páginas de ESPN.

Se había anunciado el encuentro entre la Selección Estrellas de Sudamérica y el equipo Resto del Mundo para el 4 de julio de 2009 en el Memorial Coliseum de Los Ángeles. Un partido que cautivaba al mundo. Había un referente absoluto: Lionel Messi.

Pero, la FIFA, esa FIFA codiciosa, voraz, mezquina, farisea, arruinó la fiesta. Hizo saber que semejante constelación de astros le pertenecía a perpetuidad, incluyendo el patronímico de ‘Resto del Mundo’. La reflexión mezquina: “mío o de nadie”.

El entonces promotor del partido, Eduardo Ostrogovich, tramitó ante su amigo, Jorge Horacio Messi, la presencia de Lionel ante los medios, para aclarar puntualmente que la cancelación del encuentro no había sido una jugarreta del futbolista o de los organizadores.

La cita ante los medios fue el 7 de julio de 2009 en la explanada olímpica del Memorial Coliseum de Los Ángeles. Ahí estaba, ante una decena de medios y otro tanto de infiltrados, el ‘Clan Messi’, en cuya agenda aparecía una visita ansiada a Disneylandia.

El mismo Ostrogovich negoció una charla directa con Lionel, para efectuarla al concluir la conferencia de prensa, con el entonces reportero de La Opinión, dentro del cabildo del Memorial Coliseum.

Transcurrió la conferencia de prensa, y auxiliares de los organizadores me llevan por una puerta alterna al interior del sobrio y magnífico recinto, para la entrevista concertada. Me encuentro solo en el silencioso aposento.


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Súbitamente, la puerta principal del cabildo se abre. Aparece ese sujeto menudito, de 22 años entonces, a quien lo escolta de fondo una intensa algarabía, un vibrante alboroto, que se sofoca al cerrar el batiente de la sala. En ese momento, quedamos frente a frente.

Supongo que a esa edad debió impactarle encontrarse a solas ante ese tipo con aspecto patibulario, armado ferozmente de una libreta y una grabadora, y en una tierra inhóspita y solitaria, como ese salón, a pesar de sentirse tan confortable cada siete días al salir ante coliseos monumentales con más de 90 mil personas en el graderío. Sí, abrió desmesuradamente los ojos…

-- Hola, Lionel. Tenemos pactada una entrevista…--, le explico.

-- ¿Dónde está mi papá? ¿Dónde están mis hermanos?--, responde Messi, visiblemente inquieto.

-- Me imagino que enseguida llegan, pero ¿podemos adelantar la entrevista?, le sugiero.

-- No, no, no. ¡Mi papá!--, y de inmediato se dirige a la puerta principal. La entreabre y lo zozobra aún más el tremendo estruendo que contempla afuera, ese tumulto de quienes buscaban la entrevista o el autógrafo. Lo que ve por ese resquicio altera aún más al jugador.

-- Están afuera. Enseguida entran, pero podemos platicar de una vez…--, le pido nuevamente.

-- No sé nada de entrevistas, no sé nada, pero ¿dónde está mi familia? ¿Dónde está Eduardo (Ostrogovich)?--, responde ya con enfado y desazón, mirando al reportero con un conjuro de “multiplícate por cero y desaparece”.

Silencioso, Lionel Messi, empieza a dar vueltas en el interior de la sala, mirando hacia el piso. Yo claudico en la entrevista porque veo que él no claudica en su nerviosismo. Levanta la vista hacia la puerta como si su ansiedad pudiera materializar ipso facto a sus familiares. Yo, he salido ya de su órbita.

Y un par de minutos después, irrumpe la Cofradía Messi al cabildo. Con ellos, Eduardo Ostrogovich. Lionel se acerca a su padre. Éste le sonríe y le pasa el brazo por el hombro. No hacían falta palabras. Estaba de nuevo en su burbuja inviolable. Recuperaba la paz el genio que desataba guerras pacifistas en la cancha.

Tras las presentaciones, se sienta para la charla. “Cinco minutos, no más”, me explican. Interrumpe la primera pregunta para dar indicaciones a sus hermanos: “Vayan a comprar unos relojes para todos (sus compañeros del Barcelona), que estén muy bonitos. Él (Eduardo) sabe dónde hay bonitos, de la marca que sean”, requiere ese personaje que no usaba reloj, pero asigna una fortuna en relojes para sus amigos.

La comitiva parte a su encomienda y él se concentra mirando a los ojos al interlocutor. ¿Y el dinero para semejante y cuantioso encargo? En los bolsillos de su ropa deportiva, Messi no guardaba ni llaves, ni billeteras, ni teléfono. No necesita nada de ello. Para entonces, algunos aficionados argentinos habían sido autorizados para ingresar al recinto y aguardaban ansiosos con camisetas, balones, plumones y cámaras.

Ese momento, en aquel entonces, ese 7 de julio de 2009, me explicó muchos momentos de la vida de Lionel Messi y me sobredimensionó sus momentos dentro de la cancha. Un tipo mustio en su hábitat, y un prodigio desenfrenado en el universo verde del futbol.

En aquel momento, describíamos en La Opinión: “No se siente más que los dioses que adora de niño, ni se siente menos que esos dioses que lo adoran siendo aún un ‘niño’. No se siente más que los mortales que lo veneran, como tampoco se siente menos que los inmortales que lo veneran”.

Charlando este jueves con el mismo Eduardo Ostrogovich, sobre aquel pasaje, me explica: “Si hoy te encuentras con él nuevamente, verás que es el mismo, exactamente el mismo, sencillo, callado”. Explica que hace unos meses estuvo en Barcelona junto con Antonio Cué (ex propietario de Chivas USA), de visita en el feudo Messi.

“Lo que yo haría hoy, si fuera el Barcelona, ante todo lo que le ha dado al equipo, sería decirle ‘ve a donde quieras, gracias, por tanto, y el día que quieras, regresa, todas las puertas estarán abiertas siempre para ti’. Eso es lo que yo haría”, comenta Ostrogovich.

Esos momentos de extravío, de aislamiento, de refugio, de confinamiento que vi en Lionel Messi aquel 7 de julio de 2009 en el Cabildo del Memorial Coliseum, mientras él ansiaba que su familia cruzara aquella puerta, volví a verlos en la cancha, en una Final de la Copa América, en la Final de la Copa América Centenario, y en la Final de la Copa del Mundo de Brasil.

Brisa en la intimidad y tifón en la cancha, caudillo en las cimas y huidizo en las simas, queda claro, no es capaz de al menos querer crear una confabulación gigantesca, de decibeles mediáticos incontrolables, como para pretender destruir a un equipo, un club, una institución, que le dio una segunda oportunidad de vida y salud, y una primerísima oportunidad como genio del futbol.

Alguna vez Jorge Valdano hizo una severa reflexión sobre la capacidad de Lionel Messi para sobrevivir en medio del caos fascinante de ser una personalidad de impacto mundial.

“Alcanzar esos niveles de celebridad sin confundirse es imposible, salvo que uno sea un superdotado o un autista. Son dos puntas que te pueden salvar de este estado de efervescencia al que está expuesto un futbolista de esta categoría”.

Agregaría Valdano que “da la sensación de que Messi no se trata a sí mismo de usted todavía, y eso tranquiliza mucho. Da la sensación de que le gusta mucho jugar al futbol”.

“Un superdotado o un autista”, se aventuraba entonces Jorge Valdano a opinar sobre Lionel Messi. Tal vez la primera. Tal vez la segunda. Tal vez ambas circunstancias. O tal vez ninguna de ellas, es lo que lo ha convertido a Lionel en el artista más subyugante de la cancha, después de Pelé y Maradona.

Exonerado entonces Messi de las embestidas de esa facción catalana que pretende subirlo al patíbulo, cuando aún no se ha ido siquiera del Camp Nou, ¿dónde buscar al responsable? Escribió Peter Ustinov que “los padres son los huesos con los que los hijos afilan sus dientes”.

A veces, sin embargo, puede ocurrir al revés…