El primer paso hacia lo extraordinario empieza con un error. Con una falencia. Ja Morant pierde el balón en mitad de cancha ante las manos rápidas de Avery Bradley y emprende su regreso hacia el otro costado. No corre a máxima velocidad, tampoco camina: es un trote medido, calmo, como un leopardo salvaje que mide la presa. Hay una interpretación de ángulos y distancias en milésimas de segundos. Hace un paso, dos y se eleva en vertical en un brinco único, de enciclopedia, que desafía la gravedad y provoca el éxtasis en los espectadores. Morant se afloja la corbata, destruye su camisa y deja que Superman entre en escena: bloqueo a dos manos, cabeza contra el tablero y contragolpe hacia el otro lado en plano secuencia.