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Riquelme, el ídolo que se ganó a la hinchada de Boca con más fútbol que garra

La historia de amor entre Juan Román Riquelme y Boca nació mucho antes de que el actual vicepresidente del club estuviera en el radar de los hinchas xeneizes. Juan Marcos Franchi, que fue su representante, contaba una anécdota de cuando Riquelme todavía jugaba en las inferiores de Argentinos Juniors y ya estaba en el radar de los principales buscadores de talentos.

Los clubes más grandes de la Argentina iban por ese pibe que admiraba a Fernando Galetto, el elegante cinco del San Lorenzo campeón de 1995, y también jugaba de cinco pero con talento de diez.

“Una tarde le comenté: ‘Te quieren River y Boca’. Román bajó la mirada y me contestó: ‘Arreglá con Boca. Deciles que con tal de ir a Boca cobro la mitad’”, recordaba Franchi. “Quedaba un mes para cerrar el pase. Me dijo: ‘Hacé todo lo posible por arreglar con Boca. Si no, de última vamos a River’. Pero no quería saber nada. A los pocos días le dije que estaba más firme lo de River que lo de Boca y la cara que puso me dijo todo, fue como si le hubiera anunciado la muerte de un familiar. Arreglamos con Boca”.

El 10 de noviembre de 1996, con 18 años, Riquelme debutó en la Primera de Boca. Fue contra Unión de Santa Fe en La Bombonera. Lo puso Carlos Bilardo desde el comienzo, directamente de titular. “Vamos a jugar con dos enganches, todos van a marcar a Latorre, que los muchachos te den la pelota a vos”, le indicó el Narigón. Boca ganó 2 a 0 y esa tarde se escuchó por primera vez un clásico: el “Riqueeelme… Riqueeelme…” de la hinchada.

Nacía una época: el idilio entre la 12 y un ídolo habilidoso, con carácter para ir para adelante y genial con la pelota en los pies. Boca venía de otra historia, de equipos graníticos como el del Toto Lorenzo que ganó la Copa Libertadores 1977 convirtiendo 10 goles en 13 partidos, e ídolos que metían miedo, como Antonio Rattin, el Chapa Suñé o Blas Giunta.

Justamente Blas, el adalid del “huevo, huevo, huevo” fue siempre un incondicional de Riquelme. En 2015, cuando Román ya había colgado los botines después de ascender con Argentinos Juniors, fue terminante. “Boca tiene que llamar a Riquelme. Román tiene que volver a Boca. Es único”, dijo. Y aseguró que él mismo -en ese momento era DT de Deportivo Morón- iba a intentar convencerlo para que jugara el Nacional para el Gallito, algo que finalmente no ocurrió.

Antonio Rattín fue menos cariñoso que Giunta con Román, en 2014, cuando se dio su regreso a Argentinos Juniors. Aunque ahí pesó el despecho y se coló también un poco de admiración. “No me gustó nada verlo ponerse la camiseta de Argentinos, me dio bronca y rabia”, comentó el Rata.

Un referente de los títulos de la década del 70, y también recio zaguero, como Roberto Mouzo, se inclinó ante Román en 2011, cuando el diez iba camino a superarlo en cantidad de partidos jugados en Boca. “Es un orgullo que Riquelme me nombre”, dijo Mouzo, que muchos años antes había sido su entrenador en la reserva.

“Era muy tímido y casi no hablaba, pero sabía escuchar y con Pancho Sa le cambiamos el puesto, ya que en Argentinos era volante central y nosotros lo ubicamos de enganche por la gran técnica que tenía. El cinco de Boca se caracteriza por la garra y Riquelme era otra cosa, tenía una técnica exquisita", recordó también el ex marcador central.

Riquelme se hizo ídolo gracias a momentos inolvidables en el campo de juego y otros menos recordados, que ocurrieron afuera de la cancha pero en los que también mostró su sangre auriazul. Uno de ellos se dio cuando Héctor Veira era el técnico de Boca y él todavía era suplente. El Parma italiano ofertó 8 millones y medio de dólares por su pase.

Para la dirigencia encabezada por Mauricio Macri era un negocio redondo, en una época en la que no se manejaban las cifras actuales y, además, por un pibe que iba al banco. Pero Román se negó: su objetivo era triunfar en Boca y hasta que eso no ocurriera, no tenía intenciones de irse.

Poco después llegó Carlos Bianchi y le dijo que iba a ser su número 10. El Virrey vio la personalidad del pibe de 20 años al que nunca le pesó conducir un equipo que llevaba seis años sin salir campeón. Román le devolvió gentilezas años después con una frase para la historia: “Bianchi llegó un día de mucho frío en el ‘98, dijo ‘hola, soy Carlos Bianchi’, y recién perdió en el 99”.

Con el 10 en la espalda, llegarían las grandes funciones en la cancha: el baile al Real Madrid en Tokio para ganar la Copa Intercontinental en el 2000, el caño de taco a Mario Yepes por los cuartos de final de la Libertadores de ese mismo año, los 40 partidos sin perder de la temporada 1999/2000 y el regreso después de brillar en el Villarreal, para jugar las finales perfectas en la Libertadores 2007, ya dirigido por Miguel Angel Russo, otro que lo llenó de elogios: “Fue el mejor jugador que dirigí”.

Precisamente, la vuelta a Boca en 2007 (se había ido a Europa en 2002), con 28 años y en absoluta plenitud, fue el detalle que faltaba para convertirlo en ídolo absoluto. Jugó hasta 2014 -salvo el segundo semestre de 2007 cuando tuvo que volver al Villarreal, aún dueño de su pase- y ganó otros dos torneos locales, la Libertadores y la Recopa Sudamericana.

Por si algo le faltara a Román, hasta los británicos se rindieron ante su estilo. En 2020, la revista Four-Four-Two armó un ranking de los jugadores más “cool” del planeta, y Riquelme fue el argentino mejor posicionado, por encima de Diego Maradona y Gabriel Batistuta, los otros dos que entraron en el top 100.

“No hay muchas camisetas de fútbol que sean más geniales que la de Boca Juniors de los 90 con la 10 de Riquelme en la espalda. Un clásico número 10 argentino”, definió la publicación al ídolo de Boca, un ídolo sin fronteras.