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Y 40 años después de Argentina 78...

LOS ÁNGELES -- Yo quería creer. Y creer de verdad. Tiempos en que apenas me asomaba a este oficio. Y quería creer. ¡Carajo, si ahí estaba Hugo, y Rangel, y Cuéllar, y el Gonini, y el Wendy, y el 'Siete Pulmones' De la Torre!

Y quería creer. Porque México era el Atila del área. Y José Antonio Roca comandaba esos Hunos que habían saqueado Concacaf, reivindicado la tragedia de Haití en 1973.

¿Cómo no creer si cada día el mejor cronista y el mejor analista en la historia de México nos arrullaban con fantasías para el Mundial de Argentina 1978? Ángel Fernández y Fernando Marcos, capaces de inventar del parto de un caracol, La Ilíada y La Odisea, regocijaban de ilusión a un país entero.

Y Roca colaboraba en aquel carnaval precipitado: "Empatamos con Alemania, le ganamos a Polonia y goleamos a Túnez". Y Rummenigge nos sonaba como a un vomitivo jarabe para la tos.

Y quería creer. Como millones de mexicanos. Si ese Tri de Roca había sido un tsunami que devastó las aldeas futboleras de Concacaf. Mi padre me recomendaba mesura, mucha mesura.

Primero apareció Túnez: 3-1. Enseguida Alemania: 6-0. Polonia consumaba la masacre: 3-1. Desde entonces aprendí a esperar lo peor, aunque con algunos necios vestigios de inocencia para desear lo mejor.

Después de cubrir de punta a punta, del juego inaugural a la Gran Final, siete copas del mundo, y en el dintel de la octava, si Dios no lo remedia, las condiciones no cambian: esperando lo peor, aunque con algunos cromosomas de insensatez, deseando lo mejor.

Este viernes, ante Islandia, el Tri, otra vez convertido en el Atila de la Concacaf, comienza la fase final de la preparación para Rusia 2018.

Cuarenta años después de Argentina 78, nada ha cambiado, aunque todo está cambiado.

La expectación sigue siendo ese inquieto jinete a lomos de la ilusión de muchos mexicanos, especialmente porque, lo dicen ellos, y lo dicen quienes los antecedieron, estos jugadores tienen tantas cicatrices que se han fortalecido con ellas.

Hubo épocas en las que la Copa Oro y los ya merito en Copa América, se convertían en cataplasmas analgésicas, anestesiantes, narcotizantes, que medianamente servían de fomentos para la cíclica decepción mundialista.

Hoy es distinto. Ya ni los desfiles victoriosos de Londres 2002 y de dos mundiales Sub 17 alcanzan para engatusar. La afición ha cambiado su fijación por la única catarsis válida: ese espejismo llamado quinto partido.

Ciertamente esta selección mexicana parece ser la mejor delegación mundialista de la historia. La mejor generación posible habría sido la de Italia 90, pero la estafa de los cachirules de Rafael del Castillo le valió el exilio de los leprosos a aquella pléyade de talentos. Sí, el rival más peligroso del Tri, en su historia, viste de largo.

Los defensores de oficio de Juan Carlos Osorio aseguran que el 7-0 ante Chile, el 4-1 ante Alemania y la eliminación ante Jamaica en Copa Oro, son, puntualmente, el saldo justo e inevitable de la mediocridad del jugador mexicano.

Lo hemos recalcado: el futbolista de casa no es el más fuerte, ni el más veloz, ni el más hábil, ni el más disciplinado, ni el más inteligente, ni el más técnico, ni el más táctico, ni el más porfiado, pero con lo que tiene -mucho o poco- de todas esas virtudes, le alcanza para que, en equipo, sea altamente competitivo.

Hoy parece necesitar un líder. Osorio ha renunciado. Públicamente reconoció que "me falta trabajar más en el liderazgo".

Sin Rafa Márquez en la cofradía, queda claro que el mejor caudillo plural del grupo, son sus propias desgracias, sus propios aprendizajes, sus propias resurrecciones. Los nombres usted los sabe. Y sus victorias personales Usted las conoce.

Cuarenta años después, habrá aficionados que desenfrenen como lo hice alguna vez. Dirán que "¡carajo, está Chicharito, Guardado, Chucky, Layún, Moreno, Oribe, Jiménez, Vela!".

Como sea en el equipaje, guardaditas para el juego ante Alemania en Moscú, Corea del Sur en Rostov y Suecia en Ekaterimburgo, llevaré conmigo, esas mismas sensaciones que me han acompañado 40 años: la abnegación para que pase lo peor, pero, nuevecito, virginal, el insensato anhelo por lo mejor.