BARCELONA -- Lionel Messi no marcó en toda la eliminatoria contra la Roma. Ni contra la Juventus en 2017, el Atlético de Madrid en 2016 ni 2014, Bayern Munich 2013, Chelsea 2012 o Inter de Milán en 2010. ¿Resultado? El Barcelona fue eliminado de Europa en todas esas ocasiones. ¿Conclusión? La trascendencia del argentino es, en este equipo, incuestionable. Sin él se sospecha la nada.
El Barcelona, por medio de Guardiola, Begiristain y Laporta, reconstruyó en 2008 un equipo hundido en la depresión. Eliminado por el Manchester United en la Champions y descabalgado en la Liga bajo el mando ya tembloroso de Rijkaard y la dimisión futbolística de Ronaldinho, la revolución fue absoluta.
Begiristain fichó a Keita y Dani Alves (y, cierto, a Cáceres o Hleb), firmó el regreso de Piqué y, con Guardiola, solventó el ascenso al primer equipo de Busquets a la vez que confirmaba la permanencia de Pedro. Resucitó a Abidal o Márquez, creyó en Touré, le dio galones a los Valdés, Puyol, Xavi o Iniesta y, por encima de todo, puso al equipo a las órdenes de Lionel Messi, catapultado por la marcha de Ronnie y Deco.
El Messi de 2018 no es el mismo del Messi de 2008. Pero a partir de 2009 su liderazgo en el Barcelona se sabe tan incuestionable como fundamental. Todos los éxitos, toda la gloria, toda la leyenda del Barça en la última década se explica a través del fútbol del rosarino, vital con su fútbol y sus goles (cada vez más) para reconocer a este equipo.
Comenzó con Eto’o y sigue con Luis Suárez, después de Ibrahimovic, Villa, Alexis y hasta Neymar. Cracks, casi todos, indiscutibles que con mejor o peor fortuna se fueron adaptando al mando supremo de un futbolista a quien el propio Guardiola, en su momento, catalogó de “único” y en manos de quien puso la suerte que tuviera el Barça.
Agarrado al estilo que le dio hace cerca de tres décadas Johan Cruyff y que puso en el escenario con mayor ímpetu y hasta riesgo Pep Guardiola, el Barcelona tuvo en Messi a la guinda del mejor pastel. La posición, la combinación, el toque y la paciencia se antepuso al resultadismo... Pero los resultados acompañaron a través de un juego tan reconocible como inalcanzable para los rivales.
El Barça de los canteranos. Ese fue el de la leyenda, apoyado en una base irrepetible... Y con una fecha de caducidad que se ha ido demostrando cada vez más cercana. Tanto como preocupante por la ausencia de relevo.
LA GUERRA ETERNA
El hilo conductor se llama Messi y con el paso del tiempo su figura ha crecido en trascendencia de tal manera que sin él se cae en la depresión. Y sin sus goles no queda mucho más a lo que agarrarse.
Del Real Madrid de la temporada 2009-10 apenas siguen en el plano Sergio Ramos, Marcelo y Cristiano Ronaldo. Con mayor o peor acierto/fortuna, el club merengue ha cambiado de arriba abajo la columna vertebral y en los 2-3 últimos años ha incorporado a futbolistas con un futuro que se sospecha mucho mejor que lo que se contempla en el banquillo azulgrana.
El Madrid es más que Cristiano Ronaldo (a pesar de su impacto goleador) pero el Barça es menos sin Messi. Mucho menos. Y en esa guerra eterna (y en ocasiones artificial) montada alrededor de los dos futbolistas el ganador se adivina madridista.