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Luis Enrique y Figo, las caras de la 'traición'

BARCELONA -- Luis Enrique y Luis Figo. Solo a través de estos dos nombres puede entenderse el significado y trascendencia de un cambio entre Barça y Real Madrid porque, entre otros muchos jugadores, eran futbolistas impregnados en el blanco y el azulgrana de manera innegociable. Nadie habría podido sospechar en enero de 1995 que un año y medio después Luis Enrique, merengue inmaculado, abrazaría la causa barcelonista… Y menos aún podía alguien sospechar en 1999 que al cabo de un año Luis Figo, capitán e ídolo en el Camp Nou, jugaría en el Madrid.

Pero ocurrió. Y aunque alrededor de Bernabéu se apresuren siempre a restar méritos al Luis Enrique madridista, a borrarlo de su memoria y hacer como si su pase al Barça no hubiera significado un puñetazo al corazón del club, sí lo provocó. En mayúsculas. No al nivel del que personalizó años después el potugués, cierto, pero ocurrió.

Luis Enrique, canterano y futbolista emergente en el Sporting de Gijón, fue uno de esos jugadores llamados a fichar por un grande cuando su estrella se destacó en El Molinón y mientras en el Barça se discutía sobre la conveniencia de pagar los 250 millones de euros establecidos en su cláusula de rescisión el Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid, los pagó sin pestañear.

El asturiano, extremo, carrilero, interior, mediocampista o hasta lateral, llegó al Madrid en el verano de 1991 hambriento de gloria pero chocó primero con Antic y después con Floro, que no supieron exprimir sus excelentes cualidades. Estimado por una hinchada que apreció desde el primer día su entrega e identificación con el club, no fue hasta la llegada de Jorge Valdano al banquillo que explotó sus mejores cualidades…

En enero de 1994 sufrió en primera persona el 5-0 que encajó el Madrid en el Camp Nou… Y en enero de 1995 disfrutó de la devolución en el Bernabéu, anotando un gol que celebró con énfasis en sus mejores momentos como merengue, pero su fuerte personalidad acabó por pasarle factura.

Se enfrentó a Valdano la siguiente temporada, cuando llegó a ser apartado del equipo, y cuando Arsenio le recuperó para la causa su pensamiento ya estaba lejos del Madrid. Luis Enrique ya había, incluso, pasado una revisión médica secreta con el Barça, seducido por Johan Cruyff, y en el verano de 1996, con la baja en el bolsillo, fichó por el Barça.

“No me reconozcó en los cromos vestido de blanco” llegó a proclamar tiempo después, ganado ya el cariño de la misma hinchada azulgrana que le había despreciado antes y convirtiéndose en un jugador de referencia para el Camp Nou. Entre 1991 y 1996 Luis Enrique jugó 241 partidos con el Real Madrid y marcó 23 goles; entre 1996 y 2004, cuando se retiró, marcó 115 goles en 333

partidos como futbolista de un Barça en cuya historia permanece con letras de oro. Tanto como se le intenta renegar en el Madrid.

LA TRAICIÓN

“Nunca jugaré en el Real Madrid”. La frase la dijo Luis Figo en junio de 2000, durante unas vacaciones en Italia y en plena novela de su marcha del Barça. Pocos días después de aquella sentencia… Figo se presentó junto a Florentino Pérez en el Santiago Bernabéu. En el Camp Nou la decepción y la rabia fueron indescriptibles.

Figo dejó el Barça obligado por un contrato privado que su entonces representante, José Veiga, firmó con el aspirante a la presidencia del Real Madrid y que establecía que si Florentino ganaba las elecciones él pagaría los 60 millones de euros que establecía su cláusula de rescisión.

En aquel momento el delantero potugués era el capitán de un Barça en el que durante los anteriores cinco años había jugado 249 partidos, convirtiéndose en uno de los mayores ídolos del Camp Nou. Reclutado por Johan Cruyff su impacto en el club azulgrana fue excepcional y personificó como pocos la rivalidad con el Madrid.

“Blancos, llorones, saludad a los campeones” llegó a cantar desde el balcón de la Generalitat en una celebración barcelonista. “Es uno de los nuestros, un catalán más” expresó Joan Gaspart… No podía, nadie, sospechar lo que ocurriría en el verano de 2000.

Ocurrió que Figo, con contrato en vigor, tenía uno de los salarios medios de la plantilla, muy alejado de Rivaldo, y consideraba que debía ser renovado acorde con su trascendencia en el equipo. Pero Núñez, el presidente saliente, no quiso saber nada de él y trasladó la cuestión al presidente que ganase las siguientes elecciones.

El representante del jugador, apoyado por Paulo Futre, no esperó y negoció aquel contrato privado con Florentino Pérez y Figo, incrédulo y contra todos sus deseos, se vio obligado a fichar por el Real Madrid.

Si en Madrid fue recibido con muchas dudas, en Barcelona su salida fue un golpe imposible de aceptar, pasando de ser ídolo a enemigo. “Solo a quien has amado con todas tus fuerzas puedes llegar a odiar de igual manera” se argumentó en el Camp Nou, donde fue recibido con una lluvia de billetes y gritos de pesetero primero y, después, con más virulencia todavía, con lanzamiento de todo tipo de objetos e insultos muy graves.

El Figo barcelonista murió de manera evidente. Hasta 2005 jugó 246 partidos con un Real Madrid en el que llegó a conquistar la Champions y en el que, aseguró, se sintió tan querido por el club como no lo había sido, afirmó, en el Barça.

Aún a día de hoy cualquier aficionado del Barcelona sigue señalándole como el mayor traidor de la historia del fútbol, sin atender a que, como profesional, decidió, acertada o equivocadamente, por si mismo… Y en socorro de un amigo que fue el que montó todo aquello.

CARA A CARA

Luis Enrique y Figo se enfrentaron en 7 Clásicos, dos en la temporada 1995-96, con el asturiano de blanco y el portugués de azulgrana, y los restantes cinco, entre 2000 y 2004, con los colores ya cambiados.

Cara a cara Figo solamente ganó uno, marcando un gol en 1996 para la victoria del Barça por 3-0, y Luis Enrique, que perdió aquel, nunca más volvió a ser derrotado, ya como azulgrana, sumando 2 victorias y 3 empates y anotando un gol con su alter ego en el terreno de juego.

Pasados los años los libros le mantienen en el plano. En el de oro para unos y en el del desprecio para otros. No podría entenderse de otra manera la pasión que provoca, siempre, un Clásico.