No colisionan. Más bien coalicionan. Mientras 20 mil espectadores buscaban la salida del complejo deportivo del Coliseo de Oakland, cerca de 50 mil buscaban cómo entrar.
OAKLAND -- No colisionan. Más bien coalicionan. Mientras 20 mil espectadores buscaban la salida del complejo deportivo del Coliseo de Oakland, cerca de 50 mil buscaban cómo entrar.
El espectáculo circense de Monster Jam abarrotó la Arena de Oakland. La población estadounidense la sobrepobló entre el ruido, el humo, y el asombro, para contemplar aquellas bestias de casi seis toneladas de peso, los neumáticos de casi dos metros de ancho y rugiendo desde las tripas de sus 1,500 caballos de fuerza, tres veces lo de un auto Náscar.
Por otro lado, decenas de miles de mexicanos trataban de entrar a través de la constipada Calle 66 a las zonas de estacionamiento, a la espera del partido entre México y Japón.
Pero ni los que se van ni los que llegan colisionan, más bien coalicionan. Familias estadounidenses enteras abandonaban la Arena desembocando a la zona de estacionamiento a la que pretendían acceder los mexicanos.
Los que evacuaban con la adrenalina del espectáculo de esos tanques habilitados de saltimbanquis. Los que llegaban, ahitando por las bocas ansiosas de los autos las banderas de México y apenas, tímidamente, una que otra de Japón. Apenas media decena de patrullas apostadas en zonas cebra de las rampas de la autopista 880, mientras sus ocupantes contemplaban aburridos el tránsito colapsado.
Para las tres de la tarde, ya cientos de mexicanos habían hecho la metamorfosis de sus respectivos vehículos. Las cajas de las camionetas mostraban las tinajas con los pescuezos de las botellas de cerveza, asomando ansiosas. La música retumbaba, desde la generosidad de voces de los Fernández o Los Ángeles Azules, hasta la denigración de los narcocorridos.
Cuando los estadounidenses asomaron a un escenario que habían dejado silenciosa, con la vendimia de trocas a escala y hasta gatitas Kitty ataviadas al estilo de Lola La trailera, se sobresaltaron al ver que su casa ya no era su casa.
Atraídos por la música, algunas parejas bailando, las seductoras sirenas olfativas de la carne asada retorciéndose rosada sobre las improvisadas parrillas, empezaron a husmear. Para esta zona de la Bahía, el futbol sólo tiene forma de ovoide, a pesar de la vecindad con los Terremotos de San José.
Pero la población mexicana seguía en la fiesta, mientras se creaba un caos, entre los autos que empezaban a buscar la salida, y otros que buscando un estacionamiento en sitio no asignado, agrandaban el conflicto.
Y mientras la banda esmeralda sumaba a su festejo por la cercanía de la Selección Mexicana, también brindaba copiosa y ruidosamente por que Corea del Sur le daba una lección al anfitrión principal de la Copa del Mundo: 2-0. El doctorado en excusas y pretextos seguramente lo desplegaba ya Mauricio Pochettino, ante el desencanto de los medios y seguidores estadounidenses.
Y la coalición entre dos deportes ajenos entre sí, entre dos etnias que cohabitan, pero poco intercatúan, se dio, ahí, en el Complejo Deportivo del Coliseo de Oakland, bajo las bendiciones de la música, el alcohol y la repartición de los trozos de carne asada sobre las tortillas, en un medio día soleado, pero piadoso de 71 grados Fahrenheit (22 grados Celsius).
El caos abarca la zona de prensa. 200 acreditaciones de medios sin derecho, entre ellas 60 correspondientes a medios japoneses, revestían el área con una tercera etnia que se manifestará poderosamente dentro de diez meses, ya en plena Copa del Mundo 2026.
