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Una nueva identidad

BUENOS AIRES -- La Selección Argentina tuvo un año para recordar. Su actuación en el Mundial de Brasil marcó el regreso a una final (ante el mismo adversario y con el mismo resultado) luego de 24 años.

Tal campaña no sólo mereció el reconocimiento internacional (el podio tiene un marketing instantáneo); también el público, que viajó en eufórica caravana a Brasil y, en paralelo, se concentró en el Obelisco para festejar el subcampeonato, se sintió identificado con el plantel de Sabella.

El apoyo de los hinchas encierra una curiosidad, porque el equipo cambió en forma radical durante la competencia. La formación que inicialmente había deslumbrado al público era aquella que giraba en torno a Messi y apostaba a una ofensiva vertiginosa. A cambiar golpe por golpe con la plena convicción de que en esa dinámica prevalecería el equipo argentino, dotado como pocos para penetrar defensas.

Pero, con el correr de los partidos, la mesura escénica (digámoslo así, tomando libremente la categoría de Valdano) se apoderó del entrenador y la Selección desplazó su centro de gravedad hacia el sector defensivo, donde sobresalió la entrega de Mascherano.

Así, el Mundial que debía consagrar a un Messi muy bien rodeado, terminó convirtiendo en héroe nacional a Mascherano. La decisión no fue gratuita. La atención prioritaria en la gestión defensiva fue aislando a Messi, cuyo poder de fuego mermó en consonancia con la nueva situación.

A los hinchas les importó poco y nada la metamorfosis absoluta porque sólo les importa el éxito. Y ese equipo lo tuvo. Accedió a la ansiada final, estuvo a un paso de la vuelta olímpica y, sobre todo, recuperó autoridad en el mapa global.

Podría pensarse que los hinchas argentinos son más afines a las expresiones guerreras (huevo, huevo, huevo) que al virtuosismo de los zurdos exquisitos y que por eso acompañaron con tanto fervor.

Sin embargo, existen pruebas de que el estilo viene, para el público, después del resultado. Si se llegaba a la final tirando paredes y con Messi goleador, lo mismo daba.

El asunto es que se llegó por esta vía. Según mi parecer, un tanto mustia. Y la secuela quizá deba afrontarla el actual entrenador. Tal vez sus futuras estrategias y su escala de valores se vean afectadas por lo que ocurrió en el Mundial 2014.

Los flashes de un equipo fuerte en la mitad de la cancha, que anula los peligros de adversarios poderosos, suena como una fórmula seductora. Eso hizo Sabella en Brasil. El precio fue resignar la que se suponía que era su arma más afilada.

Antes del Mundial, Messi y en menor medida sus escuderos (Di María, Higuaín y Agüero) configuraban el núcleo duro de la Selección, su mejor lenguaje. Después de Brasil, esa identidad se ha extinguido.

Y valor relativo de Messi en esa estructura es menor. A pesar del segundo puesto, cuesta no leerlo como un desperdicio. Como un canje desfavorable.

Veremos si Martino restituye la formación volcada hacia sus capacidades creativas o profundiza el retroceso (exitoso y celebrado retroceso, es cierto) acometido intempestivamente por Sabella en plena disputa del Mundial.