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Acreditaciones para la Torre de Babel

MOSCÚ -- Una Torre de Babel. Su versión moderna son los Centros de Acreditación. De Rusia 2018 y de cualquier otra copa del mundo o Juegos Olímpicos.

Esa ansiedad que se comparte de dos en dos en adelante. Más allá de que el inglés se convierte en el esperanto rescatista, de repente el barullo se entremezcla en una potencial incoherencia.

El futbol es la lengua viva que hace parecer todos los idiomas como lenguas muertas.

Y se ve de todo. Los rusos que apelan a su derecho de anfitriones, mientras los alemanes se contonean con desplantes de campeones del mundo vigentes y potenciales, mientras coreanos y chinos no conocen de trámites sino de urgencias, porque los horarios los golpean con tiempos de cierre que colindan con la histeria.

Los brasileños casi regodean con samba el empalago a las afanadas voluntarias, que a pesar de los trasiegos horarios mantienen el candor de los primeros días, mientras los ingleses ven y juzgan, y los italianos lamentan llegar solamente a contar desfiles ajenos.

Y se atiborran los centros de acreditación en ese límite quisquilloso, pero sin que lleguen a colisionar el afán de servir y el desdén por ser servidos.

En Rusia 2018 ha pasado un detalle curioso: los humanos han rebasado en velocidad a la tecnología. La burocracia pone en jaque a Bill Gates.

El trámite, tras la línea de espera, ya en la ventanilla, con el pasaporte revisado de pies a cabeza y la fotografía apresurada, y “sin sonrisa por favor”, lo que hace aún más reír, por el mohín inquieto de la voluntaria, pero todo el proceso, hasta recibir el escapulario que abre casi todas las puertas del paraíso mundialista, pueden transcurrir 12 minutos.

Pero, cuando con la flamante bendición enmicada, se pretende entrar al Centro de Prensa, el guardián cibernético muestra una equis roja: denegado el paso.

La explicación no parece congruente: entre que la acreditación es detallada, enmicada y entregada, deben pasar por lo menos 15 minutos antes de que el sistema la procese y la distribuya a todo el entramado tecnológico del Mundial. Es decir, el reportero o fotógrafo queda en un limbo.

Y la celeridad de las voluntarias con espíritu de hormigas, hace parecer cigarras a los cerebros de gigabites de las computadoras.

--Pero ya pasaron 25 minutos desde que me entregaron la credencial…--, se le explica a la suspicaz voluntaria, que incluso mira de relieve el escapulario porque con la cara de patibulario que carga el reportero, bien se puede sospechar de él.

“A veces tarda más”, explica, mientras pide una inspección manual de la acreditación. Se rinden y dejan pasar al portador, con una mirada todavía cargada de sospecha.

Pero los voluntarios tienen razón. Una hora después al abandonar el centro de prensa, hay que pasar de nuevo la credencial para poder salir, y entonces, sí, el pitido anuncia la palomita verde de que aquel potencial hacker terminó por ser una excepción que confirma la regla de la organización del mundial.

Llama la atención un jovencito japonés que se toma selfies con la credencial a un lado de su rostro, mientras se le escurren lágrimas. “Es su primer mundial, ya sabes así son los novatos”, explica la compañera.

Esos, los centros de acreditación, son la ratificación y la bendición de que el Mundial ya comienza… y que uno en verdad ya es parte de él.