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Estados Unidos 1994: Grecia baila dormida un tango

Los jugadores helénicos en estado nervioso y somnolientos, debutaron contra la Argentina de Maradona, quien sin saberlo, hizo su último gol en Mundiales.

Grecia debutó en la Copa del Mundo en 1994 sin saber que estaba a años luz de las potencias. Para colmo, le tocaba abrir fuego ante Argentina. El entrenador de los helenos, Alkis Panagoulias sabía que había aspectos chocantes que arreglar, muchas incógnitas para un grupo de hombres primerizos que se apuntaban al Mundial como exploradores en una selva.

Había entonces que encontrar el modo de frenar la potencia de Gabriel Batistuta; la coordinación en defensa del viejo Óscar Ruggeri pero sobre todo, la imperiosa necesidad de custodiar con gendarme a Diego Armando Maradona.

Por eso Panagoulias ocupó un equipo modesto pero que significaba lo mejor que tenía en ese momento el futbol griego, que había calificado imponente en su grupo eliminatorio y que era una revelación mezclada con incertidumbre para el mundo del futbol.

Discretamente mandó llamar al medio de contención Giotis Tsalouchidis y tras un breve discurso, le dio la encomienda de seguir por el campo a Diego Maradona. Aquello fue ponerle una bomba en el pecho. Ni él, ni el resto de sus compañeros estarían tranquilos. Faltaban dos días para el juego.

Lo que no supo el entrenador Panagoulias, es que Tsalouchidis, jugador del Olimpiakos, se volvió semiclandestino, de repente se retrajo y dejó de animarse, de hablar con el resto de sus compañeros, limitándose a cumplir con los entrenamientos como autómata. Le había entrado el miedo precompetitivo.

Al equipo griego, para el que el tiempo fue una experiencia subjetiva, las noches se les hicieron de terror. Conforme llegaba el día de la presentación un nerviosismo les fue zigzagueando en el cuerpo. Tsalouchidis no podía dormir pensando en los movimientos de Maradona, en su potente historia, en saber que su trabajo no era sólo marcar al que aún era el mejor del mundo sino combatir contra su glorioso pasado también.

Cargaba la presión de todo un país. Antes eran unos hombres ignorados, con el Mundial a flote ahora tenían más responsabilidades que el propio presidente y su temor personal no era perder un partido, sino el no estar a la altura de las expectativas.

Fue a caminar por los pasillos del hotel y sin darse cuenta fue coleccionando encuentros con compañeros que tampoco podían descansar. A todos les rebasaba un susto escénico. Ahí en el salón de juegos estaba Aspotololakis; en el looby, deambulaba Nioplias, y Saravakos veía hacía la calle en el pórtico.

“Fue incréible ver que no sólo era yo, sino que la presión nos había consumido a todos. Pasamos del éxtasis y la emoción a la angustia. De pronto ya no disfrutábamos la Copa del Mundo, lo que queríamos era no hacer el ridículo porque mucha gente creía en nosotros”, declaró años después Tsalouchidis.

Un Mundial de futbol puede ser una eternidad o un suspiro. Grecia nunca supo que le pasó en la cancha, atropellados por 4 goles, bailando el tango que orquestaba Diego Maradona, al que Tsalouchidis, mal dormido intentaba dar alcance con barridas grotescas. Maradona iba y venía en la cancha como quien va en pantuflas de su sala al dormitorio.

Su último gol fue una obra de museo. Tres paredes en los linderos del área fueron una excitación para Diego que para ese momento volvía del retiro y jugaba en Newell’s Old Boys, habiéndose quitado 16 kilos de encima para la justa mundialista.

Su toque aún conservaba pimienta y el disparo fue a dar al ángulo mientras Tsalouchidis aparecerá en las imágenes como una mascota dócil intentando poner el pie. Cuando se dio cuenta, Maradona ya estaba en la banda gritando el gol con la boca bien abierta, recibiendo el fresco de la tarde, pegándose a una cámara de televisión para que todos vieran su rostro inolvidable, como la cara de Shoshana en el cine de Nazis en Bastardos sin gloria, dando un mensaje de reto a la FIFA. Fue la última alegría de Diego y el mundo entero debía verlo, sobre todo los griegos, con todo y su sueño atrasado.

Esta historia es parte de una colección de 20 escritos, uno por cada Mundial, desde Uruguay 1930 hasta Brasil 2014: