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¿Qué pasaría si Leo hubiera sido Messi-Cano? Capítulo 5

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¿Y si Messi hubiera nacido en México? (1:09)

Rafa Ramos hace una ficción sobre lo que habría sucedido si el astro no hubiera nacido en Argentina. (1:09)

Rafa Ramos nos cuenta la quinta parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México


Aquí puedes ponerte al día con la historia

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Después del carnaval desatado en las canchas de entrenamiento de Valle Verde, ahora, el profesor José Luis Leal y Jordi Messi no podían creer lo que escuchaban de parte de José Luis Helguera, director deportivo del Rebaño Sagrado. Leovigildo Messi-Cano, a sus 10 años, no entendía tanto escándalo. De nuevo, se refugiaba fervorosamente abrazando la pelota, su mejor asilo cuando detectaba ruido y furia en su entorno.

“A ver Leal, vete a la cancha, déjame ver si puedo resolver esto todavía”, dijo el director deportivo José Luis Helguera. “Yo te llamo luego profe”.

Después se dirigió a padre e hijo. “Entren a mi oficina y siéntense”. En la pared del recinto había un enorme cuadro con los cerca de 30 trofeos y de las 15 ligas que había ganado el Rebaño Sagrado.

Mientras contemplaba el cuadro, el chico dejó escapar: “Uuuh. En Coaxpa tenemos más ganados”. El padre le reconvino con un leve jalón de orejas. Estaba citando al diablo en el confesionario.

“Ja, ja, ja. También eres fanático de las Águilas Reales. Yo también, pero pues aquí encontré buena chamba. A ver, de qué se trata todo esto, porque apenas sé algo por todo el alboroto que había en las canchas”, solicitó Helguera.

Jordi Messi relató todo el escenario. La deficiencia hormonal de su hijo, la urgencia de un costoso tratamiento, y la demostración de futbol en las prácticas de la Sub-12, a pesar de tener diez años.

“O sea que además de las broncas con el tesorero Godínez, tenemos que invertirle unos 20 mil dólares para que, ¿cómo dijo que se llama? ¿Leíto o Lío? Para que Lío crezca sano. Imagínese que voy a ir con ese cuento con el patrón. Lo veo complicado, porque pelearme con Godínez es echarme un alacrán al seno, pero de esos alacranes amarillos, de los cabezones. Deme tiempo, yo le llamo. ¿No tiene celular? ¡Qué complicado! Le llamamos a este teléfono ¿Es de una carnicería? ¿Casa del Bife y el Bofe? Ja, ja, ja. Le llamo”, dijo el directivo y los acompañó a la puerta de salida del edificio, por el estacionamiento, al lado opuesto de donde se localizaban las canchas, para que no tuvieran un nuevo acercamiento con el Profe Leal.

Apenas abandonaban el club, se les acercó un personaje muy elegante, con un traje impecable, una esponjada y cuidada cabellera, y con una enorme sonrisa.

“¿Fuiste tú el que armó el alboroto ahí adentro?”, le preguntó al niño, quien volteó a ver a su padre. “Sí, es mi hijo, se llama Leovigildo, le decíamos Leíto, pero ya le vamos a llamar Lío”.

“Vaya, Leovigildo, como el emperador visigodo, ¡cuánta elegancia, casi un aristócrata! Soy Memo Hurtado, representante de futbolistas. Un socio del equipo me dijo que necesitaban ayuda. Si Lío es tan bueno, necesita ya un representante y yo tengo contactos en todo México y hasta en Europa”, explicó el personaje de cabello entrecano, y un afectado acento.

“¿Ya comieron? ¿Dónde tienen su auto? ¿Ah, se mueven en camión? Listo, pero creo que Lío quiere una malteada y una hamburguesa, después de todo el ejercicio debe estar hambriento”, propone el tipo.

Leo le jala el pantalón a su padre. Sí, le gruñían las tripas. Apenas había tomado agua después del entrenamiento, y después de su visita a Endocrinología del INSS sólo había comido unos tacos al vapor de chicharrón y pepián, con un agua de pingüica.

“Está bien, vamos, gracias”, respondió Messi padre, mientras Hurtado desactivaba la alarma de una Cybertruck Tesla negra, impecable.

Mientras Leovigildo Messi-Cano, antes Leíto y ahora Lío, se enfrascaba en feroz batalla con una gigantesca hamburguesa, con harto tocino y chiles en vinagre, y una orden de papas fritas, por enésima vez, su padre relataba la odisea.

Comerciante de cuerpos y almas, Memo Hurtado se convirtió en el tipo perfecto para la desesperación de la familia. “El dinero no es problema. Vendo mi carro si es necesario, y sacamos cinco veces esos 20 mil dólares. Ya me enviaron videos de Lío, y mire que buen apetito tiene, ja, ja, ja. Y se ve que tiene mucho futuro, y quiero cuidarlo de muchos buitres que hay en el futbol. Quiero ayudarlo, pero necesitamos firmar un contrato, ¿le parece? Para que yo garantice mi inversión y empezar a buscar equipo”.

Este hombre había sido tan amable, educado, empático, compasivo, que Jordi Messi pensó que entre él y el Licenciado Tejodo, el de exportación e importación de medicamentos, en un solo día, había descifrado el gran laberinto de problemas que le rodeaban. Volteó a ver a Lío, quien se chupaba con fruición los dedos, para desaparecer los restos de catsup y mostaza, y le alborotó la melena.

“Los llevo a su casa y pasado mañana les llevo una copia del contrato, y me invita a comer para conocer a su familia. ¿Le parece? ¡Uy, viven en Polanquito! No importa, sé cuidarme de pandillas y las suspensiones de mi carro están nuevas, porque ahí no hay baches, hay albercas olímpicas”, dijo Hurtado.

Mientras Jordi Messi limpia el rostro de Leovigildo, embadurnado de comida, toma más confianza con Hurtado y le cuenta: “Si llega al mediodía pasado mañana, va a ver a mi hijo jugar con su equipo del barrio. Y vamos contra el líder, un equipo muy fuerte, que juega con cachirules, a veces mete muchachos de 14 años, pero mi hijo no les tiene miedo, aunque siempre quieren hacerle daño. Además, está todo el barrio entusiasmado y se llena de gente para verlo jugar. Si hasta los vecinos han hecho coperacha para su tratamiento, pero el sacristán del templo de San Dimas y San Gestas se fugó con el dinero”, reveló.

Sí. Parecía que el universo acomodaba las fichas, pensó Messi. No sabía que en realidad el destino de Leovigildo, antes Leíto, y ahora Lío, estaba tan cierto como un daltónico jugando con un Cubo de Rubik.