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Mourinho, el coleccionista por obligación

Mourinho desatado. Triunfador. Eufórico. Ganador. O, simplemente ganador, que no es poco. Proclamó Luis Enrique a la conclusión de la Liga, en la sala de prensa del Camp Nou, que no le ocupaba demasiado el legado que pudiera dejar en el Barça y en cierta manera podría reconocerse en el asturiano a un personaje similar al entrenador portugués.

Porque poniendo en el escenario los títulos, los legados y demás filosofías quedan en segundo término. Mourinho ganó en Estocolmo su cuarto título continental, el número 25 de su carrera en los banquillos, y dejó para otros las discusiones. Estaba esta vez en el filo de la navaja porque una derrota habría sido catastrófica atendiendo al futuro inmediato del Manchester United… Y salió indemne.

Tiene Mou esa varita mágica, ese don especial, que le coloca en un escenario que para sí quisieran muchos.

Después de navegar entre la tormenta durante todo el curso y completando su Manchester United la segunda peor campaña en la Premier League en rivalidad con el año nefasto de Moyes, cerró la temporada ganando tres trofeos.

¿Menores? Que se lo pregunten ahora a Guardiola, que por primera vez en su carrera se ha quedado huérfano de campeonatos.

De haber ganado el Ajax la final de la Europa League, el derrumbe alrededor del entrenador portugués habría sido absoluto. Quedarse por segundo año consecutivo fuera de la Champions League habría sido un auténtico desastre y lo bordeó durante no pocas semanas, hasta el punto que en cuanto eliminó al Anderlecht en los cuartos de final de la Europa League, ya solo pensó en este torneo.

Ganarlo engrandecería su palmarés, sí, pero, más importante aún, mucho más trascendente, le abriría las puertas de la máxima competición continental y eso pasó a ser su obsesión. Cuando en 2013, el Chelsea de Benítez conquistó este mismo título frente al Benfica (2-1 en el Amsterdam Arena), Mourinho lo despreció.

“Yo no quiero ganar la Europa League. Ganar esa competición sería una gran decepción. No me apetece acabar ahí. Siento que la Europa League no es una competición para mis jugadores”, dijo entonces el de Setúbal, desconocedor del futuro que le aguardaba.

Superó con milagro sobre la bocina al Celta en las semifinales cuando ya había enterrado aquella vieja sentencia y acudió a la final de Estocolmo, Suecia, sabedor de que esta era, probablemente, la final más decisiva de su carrera. ¿Un título menor? Todo lo contrario. Este miércoles recuperó el crédito que se apagaba y lo hizo con un puñetazo sobre la mesa.

Ni legados ni mandangas, José Mourinho vive agarrado a los resultados y su particular sala de trofeos habla por sí sola. Otros dejarán legados futbolísticos pero él seguirá ganando. Porque Mou está condenado a ganar. Por encima de todo.