Ahora está todo en manos de Bianchi

En la derrota ante el Paysandú por la Copa Libertadores, dio toda la impresión de que el director técnico equivocó el camino: depende de él enderezar el rumbo tanto en la competencia como en el Clausura

BUENOS AIRES -- Si le fallan los reflejos a Carlos Bianchi, como pasó en la "Noche de Brujas" del jueves, no se podrá ni en Belem do Pará ni en Liniers, que queda más cerca.

Es sumamente difícil que un director técnico gane un partido, casi que cuando se usa la expresión es más algo figurativo y poético que un análisis riguroso de la realidad, pero en cambio sí los directores técnicos pueden fácilmente perder partidos: ellos tienen la deliciosa potestad de poner y sacar los muñecos.

Después de cuarenta y cinco minutos en los cuales Boca no había armonizado ni una sola acción de ataque coherente, no puede haber discusiones sobre un punto: había que mover la estantería, porque con los diez que quedaban no había posibilidad de encontrar nuevos rumbos.

Que Paysandú es un buen equipo -nada extraordinario- lo sabía cualquiera que por afición al fútbol haya seguido a través de la televisión los partidos de la primera fase, por más que no lo supieran quienes en el palco de la prensa especializada preguntaban si el diestro Jorginho era el mismo zurdo que pasó por Boca, si el zurdo Luis Fernando era el mismo diestro que pasó por San Lorenzo o si el arquero Ronaldo era el mismo que hizo los tres goles en Manchester.

Ahora bien, Paysandú estuvo lejos de jugar un gran partido: sin que nadie los presionara jamás, sus defensores estuvieron por lo menos tres veces a punto de vencer su arco al ceder tres corners haciendo pasar la pelota muy cerca de los palos.

Le bastó con un previsible planteo de espera de tres cuartos de cancha hacia atrás y con un brasileño tipo, Iarley, al que es muy difícil quitarle la bola.

Con su formación de delanteros de juego externo y de volantes que no son de definición, privado de sus habituales laterales capaces de romper por los costados, era imperioso que Boca pusiera en cancha a alguien que jugara metido entre los centrales rivales y tratara, para empezar, de sostener la pelota el mayor tiempo posible allí, a diez metros de Ronaldo, no a treinta o cuarenta como estuvo casi siempre.

A veces se plantea con pretensión de ironía, ante el requerimiento de cambios, esa gilada de que "siempre el mejor jugador es el que no juega" y sin embargo, se trata de un concepto elemental e irrefutable: si los que juegan lo hacen como el traste y del que no juega no se sabe cómo va a jugar, ya queda establecida una diferencia en favor del segundo por sobre los primeros.

Por supuesto, viene esto a cuento de que recién sobre el cuarto de hora del segundo tiempo Bianchi echó mano de Alfredo Moreno y peor aún, recién a los 29 mandó al ruedo a Carlos Tévez.

Si a un jugador -a uno solo- cuesta sacarle la pelota, lo aconsejable es tratar de que no le llegue, pero Boca nunca anticipó, ni siquiera rodeó a Iarley.

Si un arquero da evidencias de ser flojo de manos, con tendencias más voleibolísticas que futbolísticas, hay que patearle y patearle y patearle, pero sólo Marcelo Delgado mostró la vocación por hacerlo.

Si Guillermo Barros Schelotto vive una de esas nochecitas en que está peleado con sí mismo y por añadidura con el resto del mundo, se sabe desde las cinco o seis primeras participaciones suyas que no hay retorno y puede cambiárselo ya a la media hora, pero se lo sostuvo los noventa minutos.

Claro que Boca puede ganar en Belem do Pará y también el Clausura. A condición de que vuelva a ser Boca. Y de que Bianchi vuelva a ser Bianchi. No porque él tenga que ganar los partidos, pero que no los pierda.

-DYN


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